Una versión para chicos de la novela de Mary Shelley

Iris Rivera

Buenos Aires, Estrada, 2004

Miles de versiones pueden exhibirse en la historia de la literatura desde la creación de Mary Shelley del Doctor Frankenstein que creó al monstruo que robó la vida de su creador y, de alguna manera, hasta su nombre. Y también borró del colectivo más corriente el nombre de la propia autora. Frankenstein se convirtió, entonces, en sustantivo común (o adjetivo).
La versión de Iris Rivera es particular porque opera fuertemente en el lenguaje (“Más feo que un cuco”, por ejemplo) y sintetiza la trama poniendo énfasis en cierto rasgo de la epistolaridad. En esa síntesis, las cartas cobran una importancia significativa, sobre todo las que no se escriben: el obstinado Víctor que se cierne a los delirios de la ciencia y deja de lado los sentimientos, investiga y no les escribe cartas a sus seres queridos que quieren saber de él aunque sea una línea, una palabra, una prueba del afecto que pervive. A pesar de su silencio, las cartas siguen llegando y así recibe la primera noticia del rosario de desgracias al que será sometido, la muerte de su hermano William.
Hay un famoso cuento de Guy de Maupassant, “Suicidas”, que implora que nunca se lean cartas viejas, porque si eso ocurre se corre peligro de volarse la cabeza. Acá en Frankenstein se llama la atención a partir de otra máxima: que ni el mayor de los proyectos ni el más faraónico de los procesos permitan olvidar el afecto de las personas, es decir, que las cartas siempre deben ser respondidas. Y que si no…

(M. N.)

Queridísimo primo:
Necesito una palabra tuya. Necesitamos que vuelvas. ¡Si vieras a tu hermano Ernest! Ya cumplió 16 años y quiere ser militar. ¿Y Justine? ¿Recuerdas cómo cuidó de tu madre? ¡Si vieras qué grande y linda está! ¡Y el pequeño William! Está muy alto para sus 5 años y ya dice que tiene “novia”.
¡Cómo te extrañamos todos, primo! Escríbenos por favor.
Elizabeth

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