Soy yo, mi queridísimo y excelente amigo, quien se ha visto obligada a dejarte, pero no permitas que la pena se te agrave por pensar en mi tristeza. Tengamos la prudencia de asumir que hemos vivido un sueño feliz, sin quejarnos del destino, pues ¿cuándo un sueño tan hermoso había durado tanto? Sintamos el orgullo de que, por tres meses, nos hemos dado mutuamente la más perfecta felicidad. ¡Pocos seres humanos pueden presumir de tal cosa! Juremos no olvidarnos nunca, recordar a menudo las horas felices de nuestro amor, que, aunque separados, podremos disfrutar con la misma intensidad que si nuestros corazones latieran el uno junto al otro. No investigues sobre mí y, si el azar te llevara a saber quién soy, olvídalo. Estoy segura de que estarás satisfecho al saber que he arreglado mis asuntos tan bien que, por el resto de mi vida, seré tan feliz como serlo pueda sin tenerte a ti, mi querido amigo, a mi lado. No sé quién eres pero tengo la seguridad de que nadie en este mundo te conoce mejor que yo. No tendré otro amante mientras viva, pero no deseo que me imites; confío por el contrario en que volverás a amar y que un hada amable pondrá en tu camino a otra Henriette.

Adiós…, adiós.