La carta privada como práctica discursiva.

Algunos rasgos característicos 

Darcie Doll Castillo 

Durante estas últimas décadas hemos asistido a un proceso de renovación y reordenación en el terreno de los estudios literarios a partir de la incorporación de nuevos objetos, problemas y orientaciones de la teoría y la crítica. Ello ha permitido el desarrollo de nuevas percepciones y la revalorización de prácticas discursivas que anteriormente eran situadas al margen de la mayoría de los estudios literarios o no constituían objetos de estudio específico; es el caso de un interesante grupo de textos, los llamados géneros menores o no-canónicos entre los que se incluye la carta privada . No obstante, la carta privada, ubicada entre los diferentes géneros menores , constituidos por el testimonio, la memoria, la crónica, el diario de viaje e íntimo, entre otros, sigue siendo uno de los menos estudiados, aun cuando posee una larga tradición que en Occidente se remonta hasta la Grecia Clásica, por lo menos, sin perder su vigencia. La propia complejidad de esta forma, aun si la consideramos entre la especial ambigüedad de estos tipos de géneros, posiblemente haya favorecido la situación actual.

La gran mayoría de los estudios que abordan la forma carta, corresponden a visiones que no consideran su especificidad como práctica discursiva o su modo de ser como discurso, y obedecen a perspectivas que hacen uso de la carta como forma al servicio de otros objetos e intereses. Entre estas orientaciones, una de las más difundidas consiste en el empleo de la carta como fuente documental para reconstruir la biografía de un individuo (artista, personaje ilustre). Se utiliza la correspondencia escrita o recibida como fuente para completar o reconstruir la vida o entorno. El interés reside en el contenido o el contexto de las cartas y funciona para documentar las afirmaciones del biógrafo, resultando importantes para abordar aquellos momentos vitales que aparecen difusos o complejos y ante los cuales las cartas pueden llegar a constituir pruebas irrefutables de algunos hechos.

Una segunda perspectiva tradicional, aborda las cartas como elemento auxiliar para estudiar la producción literaria de un determinado escritor o poeta, línea que presenta poco interés en la actualidad. La forma epistolar ha resultado un apoyo bastante discutido para establecer elementos de la poética de un escritor o poeta, en algunas ocasiones es un intento de penetrar en forma directa el complejo mecanismo que uniría vida y obra.

Una tercera vía, y desde otra orientación, es la consideración de la carta como factor estructural de géneros mayores. Es el caso del estudio de la novela epistolar, texto en que la carta funciona como factor modelizante o elemento esencial de su construcción (un ejemplo interesante es el trabajo de Tzvetan Todorov en su análisis de la novela Amistades peligrosas Este tipo de estudios aporta importantes elementos acerca de la forma epistolar, pero también muestran carencias debido a la incorporación de la carta en otra práctica de discurso. El modo de construcción «ficticio» de la carta en la novela epistolar vuelve poco relevante estudiar el problema de su circulación como práctica cultural en el tránsito de lo público o privado, entre otros aspectos que la constituyen como un modo discursivo independiente.

Finalmente, la carta privada funciona como documento auxiliar de la investigación histórica, observada como conjunto de datos e informaciones que permiten reconstruir e interpretar aspectos de diferentes períodos . Actualmente es documento de vital importancia para la historia de las mentalidades y para la reconstrucción de sucesos de la vida cotidiana. Así, también, aporta al conocimiento de segmentos de la sociedad que la historia tradicional no ha asumido con detenimiento, como es el caso de la historia de las mujeres. Las cartas, además, han resultado documentos interesantes para otras disciplinas, entre ellas la antropología cultural.

Particularmente en nuestro continente, los acercamientos a la carta tienen como objetivo la lectura de la producción discursiva en vistas a la construcción o relectura del mapa histórico-cultural, sea desde la historia de la cultura o del pensamiento, desde la historia de la literatura, o filosofía de la cultura. Los textos privilegiados han sido las cartas de relación de la Conquista, considerando las crónicas escritas en forma de carta, y la correspondencia de figuras o personajes considerados relevantes.

En este campo de la teoría y crítica en general, a diferencia de la ya extensa bibliografía acumulada acerca del testimonio y la autobiografía, se observa una carencia en cuanto a abordar la especificidad de la carta privada en lo que atañe a su peculiar configuración como práctica discursiva, aun cuando no fuere considerado como texto «literario». Una serie de artículos críticos, escasos, como se ha dicho, trabajan algunos rasgos de la carta en forma parcial, sin ahondar demasiado; en otros casos, la crítica se refiere a un aspecto, en función del análisis de cartas que allí se realiza, o, en otros textos, se prefiere el ensayo como forma de dar cuenta de una serie de intuiciones sobre el tema. La constatación de esta situación nos condujo a organizar y profundizar en este artículo, en las características que consideramos más relevantes de la forma epistolar, características que, aunque no exclusivas de la carta respecto de otros tipos textuales, vistas en conjunto permiten el estudio de su dinámica, más allá de considerar la carta privada como texto auxiliar o enfatizar una excesiva detención en su contenido biográfico.

1. La carta posee como función básica una función pragmática comunicativa, y se configura como un diálogo (escrito) diferido.

La carta posee como función más evidente una función pragmática comunicativa: se trata, en términos simples, de un mensaje escrito que se envía desde un emisor a un destinatario. Ana María Barrenechea, en su estudio sobre las cartas de Sarmiento, afirma que en esta función básica de comunicación, la carta puede abarcar distintos tipos de acciones, que originan distintos tipos de cartas, aspecto que refiere a una gran amplitud de contenidos en oposición a su unidad formal. Como forma escrita de comunicación, la carta es parte de una amplia tradición, y una serie de autores enfatizan este aspecto; si la escritura surge como necesidad de transmisión a distancia y de preservación, la carta cumple con una función transmisora , a diferencia de la función de conservación correspondiente a formas como la ley, las memorias, o los anales. La misma autora afirma como premisa invariable de la carta el hecho de ser una «vía de comunicación (escrita) entre un emisor y un receptor separados por la distancia.» 6

Esta fuerte determinación funcional, será la que asegure su existencia y continuidad, aun en los casos en que la carta sea incorporada como factor estructurante de otros géneros, como la novela y otros tipos de relato.

Por otra parte, el aspecto comunicativo de la carta, implica también su posibilidad informativa. Alain Pagès considera la carta como medio de difusión ideológica, en este sentido, «(…) diario y carta no son más que dos soportes posibles de un mismo modo de escritura de la información», destacando la posibilidad de pasar rápidamente de lo privado de la situación de comunicación de dos sujetos a una comunicación abierta que involucra a varios emisores y destinatarios, poniendo el énfasis en su aspecto de transmisora de información. Casos como el de aquellas cartas que antaño llegaban a lugares distantes en que el único medio de información eran las noticias que ellas portaban y que parientes o amigos leían en voz alta, haciendo del acto privado un acto comunicativo comunitario que permitía la transmisión de la información a un público más amplio.

La tendencia comunicativa de la carta, que a simple vista aparece como el rasgo más visible de esta práctica, no implica sólo la consideración de un rasgo que remite a una funcionalidad externa. Patrizia Violi considera que la «dimensión comunicativa (…) se caracteriza no sólo por el reenvío a una situación interaccional externa al texto, sino sobre todo, por las formas de su inscripción textual.» . En este sentido, más allá de lo comunicativo como intercambio entre un emisor y un destinatario «reales», es «la necesidad estructural de asumir interiormente el eje comunicativo» aquello en lo que radica la especificidad misma de la forma epistolar, es decir, en la inscripción textual de la estructura comunicativa. La carta, entonces, no es reducible a la consideración exclusiva de su aspecto interaccional, ella incluye, en su interior, el intercambio dialógico.

Un diálogo debe poseer ciertas condiciones exigibles para ser considerado como tal: a) la existencia de, al menos, dos interlocutores (emisor – receptor); b) la existencia de intercambio de papeles; c) intercambio de comunicaciones por medio de un sistema lingüístico; y por último, d) la concentración de la atención de los interlocutores en el acontecimiento dialógico. Aplicadas estas condiciones a las cartas, observamos que hay plena existencia de dos interlocutores (postulados en el texto), existencia de un sistema lingüístico, y la atención (lectura/escritura) concentrada en el texto. El requisito referente al intercambio de papeles presenta una particularidad: está diferido en el tiempo y en el espacio (rasgo que aparece comentado desde temprano en la tradición de la forma epistolar). La respuesta del destinatario está mediatizada por la distancia temporal y espacial de su respuesta o, de su toma de palabra; la otra «parte» del diálogo transcurre en otro sitio y otro momento, aun cuando la carta pueda ser entregada en el momento mismo en que se ha terminado de escribir. Esta distanciación inevitable de su destinatario es uno de los aspectos que constituyen la riqueza particular de la carta como discurso.

Al respecto, Claudio Guillén 10 señala que el «topos principal ha sido durante siglos, y desde luego durante el XVI, que la carta es un lado, o una mitad de diálogo o conversación entre amigos ausentes o separados.» Erasmo señalaba: «epistola absentium amicorum quasi mutius sermo.» Y Vives: «epistola est sermo absentium per litteras» . A lo anterior, se añade lo afirmado en el manual de Vaumorière del siglo XVII, que menciona a la epístola como «un escrito enviado a una persona ausente para hacerle saber lo que le diríamos si estuviéramos en condiciones de hablar con ella.» 11

En la misma dirección, pero con una importante precisión, va la réplica de Demetrio a Artemón, en De Elocutione:

«Artemón, que editó las cartas de Aristóteles, dice que las cartas y los diálogos deben escribirse del mismo modo, ya que una carta es como un lado de un diálogo. Algo de razón lleva pero no es todo. Una carta debería escribirse con bastante más cuidado que un diálogo. Un diálogo imita una conversación improvisada, mientras que una carta es un ejercicio de escritura y se envía a alguien como una suerte de regalo» 12

Lo que afirma Demetrio, según Guillén, es más afortunado que plantear la simple homología de la carta con una parte de diálogo. En relación con ello, Gerard Genette explica en su análisis del relato, que: «el único momento de una narración en que la mimesis no sustituye la experiencia narrada por el lenguaje, es decir, en que las palabras imitan o reproducen las palabras, es el diálogo.» En este sentido «una carta no reproduce una conversación (aunque compense a veces su ausencia) parcial o completamente, excepto cuando la cita.» 13 .

El énfasis de Guillén se dirige a destacar la conciencia de Demetrio acerca de la diferencia entre la palabra hablada e improvisada y la escritura de la epístola, haciendo notar que para él las cartas representaban un tránsito esencial entre una y otra. La carta como escritura, tendía a implicar a su autor en un proceso de objetivación, distancia y construcción de su propia persona, o de la imagen ofrecida al otro, y, en consecuencia, implicaba cierto grado de conocimiento y también de ficción.

Lo anterior conduce a la relación y diferencias entre oralidad y escritura, y la ambigüedad de la carta en este punto. Roxana Pagés-Rangel, en su interesante texto sobre cartas privadas, explica que «Es un lugar común de los textos prescriptivos de todas las épocas y en especial del siglo XVIII y XIX la asociación de la carta con la comunicación oral. Los manuales de cartas, tan populares durante este período, no cesan de insistir en que el estilo debe ser «natural», «claro», «sencillo» como el de una conversación: «No es más una carta que una conversación entre personas ausentes; Espresaos como si estuvieseis en una conversación, y escribid lo que diriais en presencia del sugeto á quien se dirige vuestra carta.» 14

Adscribiéndose a la refutación de la similitud entre carta y conversación, Pedro Salinas, por su parte, en una cita ampliamente conocida señala:

«Pero he aquí que la carta aporta otra suerte de relación: un entenderse sin oírse, un quererse sin tactos, un mirarse sin presencia, en los trasuntos de la persona que llamamos, recuerdo, imagen, alma. Por eso me resisto a ese concepto de la carta que la tiene como una conversación a distancia, como una lugartenencia del diálogo imposible.» 15

Una de las razones que aporta Salinas para argumentar esta necesaria diferencia, es la conciencia del «instrumento»: la lengua,y la actitud reflexiva que el tiempo de la carta permite, a diferencia del diálogo cara a cara.

«Ahora el hombre se halla solo con su lengua, abstracta, abstraída del parlante y del interlocutor. Y empieza a cobrar conciencia de ella, de lo que encierra y vale, de sus potencias, de la arduidad de su uso, de lo que con ella podría decir, y quizá no sepa decir. Es, en suma, la actitud reflexiva frente al propio idioma, situación nueva.» 16

De hecho, la carta es una forma de diálogo, pero un diálogo, aunque parezca redundante o evidente, escrito. Sostenido en la distancia temporal y espacial, que, por otro lado, implica a la escritura, y que desde otro punto de vista pasa a ser un simulacro de diálogo que finge la presencia de un interlocutor, que de hecho, está ausente. De allí también que se sostenga que la carta obedece o debe de obedecer a una espontaneidad cercana a la de la conversación o a la lengua hablada, a la que puede, en algún sentido compararse, siempre considerando lo esencial de la distinción entre lo hablado y lo escrito.

Pero más allá de lo dicho, es conveniente identificar elementos que permitan abordar el modo de funcionamiento de la forma carta, con relación a otros tipos de interacciones conversacionales o dialógicas.

En primer lugar, como se ha mencionado antes, la carta es una forma comunicativa que se realiza en ausencia del destinatario (un diálogo diferido), considerando entonces como rasgo distintivo la presencia o ausencia de los elementos que refieren a la situación de enunciación. Así se distingue entre situaciones comunicativas en que la identidad de los interlocutores y los componentes espaciales, temporales y referenciales se hallan presentes en la producción lingüística del texto (situación de enunciación), y otras situaciones en que no están presentes, correspondiendo esta última a la situación de la carta, en la que la distancia del destinatario genera estrategias textuales que inscriben un simulacro de la situación de interacción dentro del texto.

Este rasgo interaccional permite la posibilidad de abordar la carta como texto aislado o bien como parte de un texto complejo que incluya no sólo las cartas del emisor/receptor A, sino también aquellas del receptor/emisor B. Esta última situación correspondería a asumir la perspectiva comunicativa o interaccional considerando todos sus componentes, o el circuito completo. Cuestión que plantea otro modo de acceso, pero que presenta algunas complejidades de tipo práctico, como la dificultad de reunir el corpus exacto de la interacción (además de tomar en cuenta la intervención que significa la publicación). Por otra parte, en nada afecta a la carta como práctica significante considerarla como un texto singular, «un elemento de la secuencia interaccional generada por el intercambio epistolar entre dos sujetos que se comunican» 17 . Incluso, afirma Violi, es posible sostener que el discurso que se constituye por la secuencia epistolar compleja, corresponde al contexto comunicativo en el que se encuentra el texto singular.

No obstante lo anterior, pueden existir algunas analogías entre la carta y la conversación: por ejemplo, la carta determina la obligación de contestar por el solo hecho de ser enviada, similar a las solicitudes de una conversación. La falta de respuesta origina en el primer caso: un «no quiere contestarme» o «no ha oído» en el segundo. En general, las estrategias comunicativas empleadas en uno y otro caso pueden ser similares. 18

Concluyendo, podemos afirmar que un aspecto característico de la carta es su función pragmática comunicativa, no exclusivamente por el hecho de remitir a una situación externa al texto, sino específicamente debido a que se halla inscrita interiormente en el texto. En segundo término, y dependiendo de lo anterior, la carta es un diálogo pero un diálogo diferido en tiempo y espacio, y en ausencia de uno de los interlocutores. De allí que se le compare con la conversación o la interacción cara a cara, y puedan plantearse, del mismo modo, estrategias similares, pero siempre considerando la diferencia básica entre la comunicación oral y la comunicación escrita.

2. La carta corresponde a un género de discurso primario

Más allá de su función de instrumento de comunicación, la forma epistolar destaca por la dificultad que exhibe ante los intentos de ser clasificada desde el punto de vista de los géneros de discurso. Con relación a ello, es necesario apuntar al menos, puesto que nuestro interés principal no es ahondar en la problemática de los géneros de discurso, la discusión existente respecto de la constitución de la forma epistolar como un género de discurso, o en el otro extremo, su calificación como una forma simple.

Por nuestra parte, asumimos como punto de partida la perspectiva de Mijaíl Bajtín respecto de los géneros de discurso y enunciados. Para Bajtín 19 , un discurso «puede existir en la realidad tan sólo en forma de enunciados concretos pertenecientes a los hablantes o sujetos discursivos». Los enunciados, como unidades reales de la comunicación discursiva, reflejan las condiciones específicas y el objeto de cada una de las esferas de la praxis humana, y a su vez, estas esferas elaboran sus «tipos relativamente estables de enunciados» 20 , a los que denomina géneros de discurso, los que se diferencian y crecen según se desarrolla la esfera misma de la praxis.

Bajtín distingue entre géneros primarios y géneros secundarios (del discurso). Los géneros secundarios (novelas, dramas, investigaciones científicas) se configuran en condiciones de comunicación cultural más compleja, relativamente más desarrollada y organizada, especialmente escrita: comunicación artística, sociopolítica, científica, etc., absorbiendo y reelaborando diversos géneros primarios, los que se constituyen en la comunicación discursiva inmediata, por ejemplo, una conversación cotidiana. Según esta perspectiva, los géneros primarios poseen una relación más inmediata con la realidad a diferencia de los secundarios, más mediados y lejanos de ella:

«Los géneros primarios que forman parte de los géneros complejos se transforman dentro de estos últimos y adquieren un carácter especial: pierden su relación inmediata con la realidad y con los enunciados reales de otros, por ejemplo, las réplicas de un diálogo cotidiano o las cartas de una novela, conservando su forma y su importancia tan sólo como parte del contenido de la novela, participan de la realidad tan sólo a través de la totalidad de la novela, es decir, como acontecimiento artístico y no como suceso de la vida cotidiana.» 21

En este sentido, la carta correspondería a un género primario de discurso, en virtud de su relación menos mediada con la realidad, es decir, de acuerdo a un mayor grado de inmediatez, lo que constituiría un rasgo fundamental de la carta privada. No obstante, si interpretamos correctamente a Bajtín, esa evidente inmediatez no significa total ausencia de mediación, pues se necesita de una mediación que le permita hacerse discurso, lo que implica, entonces, una cuestión de grados. En este sentido, si la inmediatez se refiere a una relación más inmediata con la realidad, se reflejará en las estrategias textuales concretas; esta afirmación nos permite conectar el argumento de Bajtín con los planteamientos de Patrizia Violi 22 , quien desde la semiótica, también destaca de las cartas la inmediatez, que entiende como un efecto , producto de estrategias textuales particulares.

A partir de lo que la autora considera más específico de la carta -la inscripción textual de la situación de enunciación y por ende, del enunciador-, se da lugar a determinados efectos de sentido. En forma general, la explicitación del acto de enunciación transmite la existencia de referencias a la localización espacio-temporal y produce un efecto de realidad en el interior del texto, hecho que requiere su correspondiente actualización por parte del lector que reconstruya (interpretación) la estructura enunciativa del remitente, distinta de la del destinatario. Desde esta perspectiva es que Violi considera que las cartas no conservan una «inmediatez», sino que producen, mediante las estrategias textuales, el efecto de inmediatez y el efecto de realidad 23 Por lo tanto, lo que las cartas manifiestan como género primario es un diferente modo de elaboración respecto de los géneros discursivos secundarios, y el grado de inmediatez se referirá a las estrategias discursivas específicas capaces de provocarlo.

3. Posee un formato fijo y definido en oposición a una amplitud indefinida de contenidos

Sin perjuicio de las distintas percepciones, valoraciones, utilizaciones y variaciones de la carta privada, probablemente uno de los elementos básicos que permite su reconocimiento inmediato como tal, sea su formato fijo, construido según fórmulas preestablecidas que le otorgan carácter reconocible. En este formato básico está presente un encabezamiento que instituye la identidad del receptor, y al final, la despedida del emisor. Suele incluirse la fecha y el lugar de emisión. Barrenechea 24 , indica explícitamente en su definición de la forma epistolar, la existencia de los datos del receptor en el sobre.

Las variaciones de lo que llamamos su formato, obedecen a lentos cambios epocales, a modas y costumbres que, sin embargo, no alcanzan a desfigurarla, a riesgo de convertirla en otro tipo textual, otro discurso.

Estos elementos y los estilos y contenidos de las cartas han sido objetos de múltiples manuales y preceptivas acerca de la «correcta» escritura de una carta, cambiando de acuerdo a las sensibilidades epocales; manuales destinados a fijar reglas y normas variables, según la importancia social que la carta poseía – y posee -, con el fin de lograr establecer intercambios epistolares que gozaran de una cierta perfección, y la manifestación de las buenas costumbres y educación de los interlocutores, entre otros aspectos. Actualmente poseemos en reemplazo de las antiguas preceptivas, los manuales que enseñan a escribir cartas comerciales, las que deben ceñirse a un estereotipo rígido y reconocible que hará que cumplan con sus objetivos de la mejor forma posible.

Este formato básico de la carta, de hecho remite a una apariencia externa, a un soporte, y es una de las razones por las que suele no ser considerada como género literario, pues según las preceptivas, un género literario se caracteriza por una permanencia evolutiva de contenidos. La carta, por el contrario, se construye en una gran e indefinida amplitud de contenidos posibles 25 , incluyendo a veces a otros géneros completos, como relatos, poemas, canciones, fragmentos de otras cartas, entre otros.

«Todos, por supuesto, coinciden en subrayar que lo indispensable de una carta es el saludo o apertura de la comunicación y la despedida o cierre. Es más, estas dos marcas establecen el código que nos permite determinar que se trata de una carta, el código que hace posible leer el texto como una carta y no como un diario o una novela, por ejemplo. Y, sin embargo, en el espacio abierto por estos dos momentos ‘todos los géneros y todas las ideas tienen cabida.» 26

Sintetiza Pagés-Rangel. Dicho de otro modo, como una relación de oposición, encontramos que inversamente a esta fijación de fórmulas casi rituales de reconocimiento, la carta fija significantes manifiestos y al mismo tiempo significados inasibles

4. Los sujetos de la carta se definen como tales gracias a un marco de enunciación que establece un contrato epistolar

La inscripción textual del eje comunicativo, considerado como marco o frame de enunciación posee como función específica:

«Constituir y establecer un claro contrato epistolar entre los interlocutores, un contrato que establece la relación entre ellos y los legitima en tanto en cuanto que sujetos del intercambio epistolar. Tal contrato, que tiene por objeto el reconocimiento de una relación y la constitución de los sujetos definidos por esa relación, es un elemento común presente en todo tipo de correspondencia epistolar: (…)» 27

Siguiendo la noción de pacto autobiográfico que Philippe Lejeune 28 atribuye a la autobiografía, el pacto epistolar crea una relación convencional entre los interlocutores, que, cual pacto jurídico, instituye los derechos y deberes de los sujetos. El contenido o múltiples contenidos posibles queda sujeto a este «verdadero objeto-valor» 29 de la carta, poniendo en primer plano la relación que se establece. El pacto, en el caso de la autobiografía, funciona a nivel global de la publicación 30 como propuesta del autor al lector, situación que determinará el modo de lectura y provocará sus efectos autobiográficos; modo de lectura y tipo de escritura (sujetos a variaciones históricas). Es decir, lectura propuesta bajo la convencionalidad de la autobiografía. En el caso de la carta, el pacto funciona como propuesta, no en la publicación, sino en la relación de los interlocutores; un marco con forma de pacto, que instituye un modo de lectura y un tipo de escritura.

Este marco de enunciación, instalado como puente semántico entre los mundos del texto y del contexto, se regula gracias al mecanismo de enunciación inscrito en el texto, incluyendo los componentes de actorialización, espacialización y temporalización. Esta relación entre los actantes textuales, destinador/destinatario, establecerá un contrato enunciativo a través del cual el enunciador articula una serie de programas de hacer (cognitivo, persuasivo, manipulador, etc.) para constituir a nivel semántico y modal al enunciatario y constituirse también a sí mismo

5. La carta manifiesta la necesidad estructural de exhibir las marcas de la situación de enunciación y de recepción

La carta privada encierra una gran complejidad cuando se trata de precisar eventuales características que la definan como un género o una práctica discursiva diferenciable de otras, si bien no es nuestro objetivo plantear una definición de la carta, uno de los rasgos distinguibles y más peculiares, es el que dice relación con una consecuencia de su fuerte dimensión comunicativa; la carta, más allá de configurar una interacción conversacional entre un sujeto (emisor) y un sujeto destinatario (receptor) extratextuales, manifiesta como rasgo composicional la inscripción textual de la situación de enunciación y de la situación de recepción.

La explicitación de las marcas se verifica a través de los actantes de la comunicación y «los simulacros de sus determinaciones espacio-temporales», independiente de las variantes de los diversos tipos de cartas. Aspecto que da lugar a un marco de enunciación que incluye un «narrador» como figura imprescindible atestiguado por la primera persona: el «yo» como huella del sujeto de la enunciación y su correspondiente «narratario» destinatario: el «tú» que también reviste características de importancia. A estos elementos, indica Violi 31 , se agrega la localización de tiempo y espacio, tiempo y espacio de la situación de enunciación, generalmente explícita en el texto mismo de la carta (a veces en el sobre), y, desde luego, mediante la deixis, que en las cartas va a remitir al acto de la enunciación/narración. En cuanto al tiempo, es conveniente destacar la explicitación del tiempo de la narración, incluyendo, por ejemplo, sus interrupciones y la constante superposición del tiempo de la narración y el tiempo de la escritura (real), llegando ambos a confundirse 32 . El tiempo (real) de la escritura suele no ser tan relevante en otros tipos de textos.

La inscripción de las situaciones de enunciación y de recepción, provocan determinados efectos de sentido: efecto de realidad, efecto de presencia, inmediatez y distancia. 33

Uno de los problemas más interesantes de la carta, es el que refiere a la relación entre el sujeto real (emisor) y el sujeto textual como figura de discurso, aspecto que la teoría y crítica literaria ha discutido ampliamente. Lo que nos interesa señalar aquí, es que la carta representa con especial claridad lo conflictivo de la separación tajante que deja fuera los nexos entre el emisor y el «sujeto textual», Violi da cuenta de este punto al señalar que:

«Sin duda, en ningún texto mejor que en la carta se exhibe y se pone en práctica la dialéctica entre la realidad concreta del acto de enunciación, su anclarse a la presencia de un sujeto real, y su transformación en figura de discurso, en un efecto del discurso que se da sólo en el lenguaje y que sólo dentro del lenguaje se hace representable. El sujeto real es inasible, se coloca continuamente en otro lugar sólo alcanzable en el simulacro de la escritura.» 34

En el caso de la carta, el lazo entre el sujeto real y el sujeto textual, es una relación dialéctica que no puede ser dejada fuera del estudio, a riesgo de convertir la carta en un tipo textual distinto. No se trata de remitir a los datos biográficos «externos» como datos en sí, y limitar la lectura a un mero acto de recabar información; la inscripción textual específica de la situación de interacción, como rasgo de la forma epistolar, faculta para poner en evidencia la necesaria incardinación 35 del sujeto, y el reenvío a los factores que resultan construidos por el discurso al mantener explícita la relación (no directa ni causal), entre sujeto y emisor, o entre figura de discurso y referente, aunque, evidentemente, la distinción teórica se mantenga.

De allí también la necesidad de incorporar lo auto-bio-gráfico, comprendido en sus componentes de cuerpo, experiencia y acto 36 , como elementos de aproximación a un sujeto colectivo y a la relación del enunciado con la praxis en la que se constituye. Elementos que suelen ser dejados al margen de los estudios que tienden a la inmanencia del texto. La discusión acerca de la noción de sujeto de la enunciación y su esencialismo, realizada por Patrizia Violi 37 en conjunto con los aportes de Judith Butler y la noción de sujeto incardinado, son aplicables especialmente a la carta privada.

6. Posee un destinatario más específico y caracterizado que en otros tipos de textos

Considerando como supuesto la inscripción textual de las situaciones de enunciación y recepción en la carta privada, la figura textual del narratario se inscribe, a diferencia de otros tipos de textos, como «más específico y caracterizado». 38 Será más específico de acuerdo a que no remite a una clase abierta de lectores «modelo» 39 , sino a un destinatario concreto, o específico; y más caracterizado, debido a la tendencia que presenta este destinatario, de poseer o requerir competencias idiosincrásicas más elevadas. Por lo tanto, el lector modelo se reduce a un lector empírico, el destinatario real 40 .

Si las competencias inscritas en un texto han de coincidir con las de un destinatario modelo (inscrito en el texto), en el caso de la carta se manifiesta una diferencia de grado que puede llegar a ser notable; las competencias que la carta requiere remiten a la necesidad de un anclaje o relación fuerte del destinatario textual con el destinatario extratextual, incluso, sólo el destinatario extratextual podría poseer las claves de acceso a determinada información, dependiente de la información extratextual que sólo él podría poseer. Utilizando los conceptos de Umberto Eco, Violi sintetiza este aspecto:

La prosecución de desincardinación necesariamente es engañosa porque el propio cuerpo nunca puede ser negado verdaderamente, su negación se convierte en la condición de su emergencia de forma alienada.» Butler, Judith. «Variaciones sobre sexo y género: De Beauvoir, Wittig y Foucault.» Feminismo y teoría crítica. Eds. Seyla Benhabib y Drucilla Cornella. Valencia: Alfons El Magnánim, 1990: 200.

«(…) podemos al menos decir que el concepto de Lector Modelo o Lector Ideal describe la suma de competencias necesarias para lograr una adecuada comprensión del texto. Estas competencias normalmente pueden deducirse desde el texto como desde la competencia enciclopédica general disponible para todos los lectores (al menos, lectores que poseen cierta cultura), pero lo que encontramos en la carta es que con frecuencia la enciclopedia que necesitamos para entender el texto es idiolectal (Eco, 1976); es decir, información disponible sólo para el destinatario real de la carta. En esta instancia, el Lector Modelo no es una abstracción que refiere a una clase abierta de lectores reales sino que se reduce para coincidir con un lector singular, el destinatario empírico.» 41

Siguiendo las aseveraciones anteriores, se deduce que en la carta, la relación con el destinatario es eminentemente más personalizada, en cuanto a información y conocimiento compartido, y más idiosincrásica (instituida, además, en la relación epistolar). La competencia que posee el lector real puede concebirse como un «continuum» que se desplaza entre dos extremos; primero, el lector modelo coincide con el destinatario, y segundo, el lector modelo coincide con el destinatario real y con «una clase abierta de lectores reales» 42 , esta última situación cuando la información no es específica 43

7. El Sujeto presenta una marcada tendencia a la autorreferencialidad o autoobjetivación

La relevancia del problema del sujeto o la inscripción de la subjetividad en la carta privada y en otros géneros de los llamados menores , es un amplio tema que puede conducir a diversos enfoques. Aquí nos interesa destacar la autorreferencialidad o autoobjetivación 44 como una tendencia importante en la configuración del sujeto en la carta privada. Este asunto proporciona muchas veces, una de las más importantes claves de lectura de la correspondencia epistolar. A partir de la inscripción o exhibición de la situación de enunciación como un factor composicional, ­en la carta no se puede no decir «yo»­, se abre espacio a la manifestación de una de las propiedades de la comunicación, la reflexividad o autorreflexividad 45 que indica que el emisor del mensaje es al mismo tiempo su primer receptor. En la carta se privilegia este rasgo, ella está constantemente dirigida, más allá o complementariamente de su dirección a un destinatario, a presentar un sujeto que se refiere a sí mismo, además de su exhibición o mostración dirigida al otro/destinatario, situación que afecta y recorre este acto de mostrarse.

El sujeto en el discurso puede oscilar entre distintos modos en la relación consigo mismo o autorreferencia, pero en el caso de la carta, se manifiesta una profusa y constante recurrencia al modo del «comentario autorreflexivo» 46 que consiste en adoptar un punto de vista exterior a uno mismo. Se trata de un desdoblamiento yo-yo: el yo es observador y observado, y también es juzgado, compadecido, o comentado por el propio yo. En este sentido, al comentar, juzgar o comprender nuestras acciones, y proyectarlas previamente, actuamos como agente, observador, proyectador y crítico. Éste es uno de los rasgos más importantes de la carta amorosa, entre otras.

Al existir un grado más elevado de este comentario autorreflexivo, como ocurre en algunas cartas o fragmentos de carta en que se revela con intensidad una suerte de autoevaluación o autodescripción exhaustiva, a veces con marcados elementos valorativos, este desdoblamiento yo-yo 47 , que para Vygotski constituye una suerte de «lenguaje interior» y es señalado por Lotman como autocomunicación o comunicación yo-yo (y referido en última instancia a la comunicación poética), puede provocar que el destinatario sea en última instancia el mismo emisor, quien conociendo el mensaje «y comunicándoselo a sí mismo, intenta elevar su rango, introduciendo nuevos códigos, y esto lo vuelve nuevo en cierto sentido.(…) Entre el mensaje originario y el código secundario surge una tensión que lleva a interpretar los elementos semánticos del texto como si estuvieran incluidos en una construcción sintáctica complementaria y recibieran de esta interconexión nuevos significados relacionales.» 48

Así, las variaciones pueden dar lugar a una gama de grados de autorreflexividad del sujeto, mediante diversas estrategias, destacando que la presencia de este rasgo suele ser una tendencia recurrente en las cartas privadas.

8. La carta manifiesta como factor relevante el hecho de configurarse como discurso orientado al discurso ajeno o del otro, y modela su discurso en el contexto de una respuesta anticipada a los discursos ajenos

En su teoría del discurso, Mijaíl Bajtín afirma que «toda palabra 49 está dirigida a una respuesta y no se puede evitar la influencia de la palabra-respuesta anticipable», según la naturaleza dialógica del pensamiento humano. Esta situación que se atribuye a cualquier tipo de discurso se manifiesta de modo composicional en la carta, a raíz de la inclusión de la especificación y caracterización del destinatario, y la exhibición de las situaciones de enunciación y de recepción como parte de su modo específico de organización del discurso; rasgo distintivo que promueve una relación ineludible, en el sentido de la explícita dirección del discurso hacia su destinatario específico, que inscribe esta respuesta anticipable o palabra ajenaen su propia construcción.

Bajtín distingue tres tipos básicos de discurso 50 : I. Discurso orientado directamente hacia su objeto en tanto que expresión de la última instancia interpretativa del hablante, que describe como un «(…) discurso directo e inmediato, orientado temáticamente (palabra que nombra, comunica, expresa, representa), que cuenta con una comprensión inmediata e igualmente orientada hacia una comprensión temática»; II. Discurso objetivado (discurso de un personaje representado); y, III. Discurso orientado hacia el discurso ajeno (palabra bivocal). Como el propio autor afirma, la forma epistolar favorece la inscripción del subtipo de discurso que llama palabra ajena reflejada, que corresponde a la tercera variante 51 del discurso orientado al discurso ajeno:

«La epístola se caracteriza por una aguda sensación del interlocutor, del destinatario, ésta, igual que la réplica de un diálogo, va dirigida a un hombre determinado, calcula sus posibles reacciones, cuenta con su posible respuesta, etc. Esta orientación al interlocutor ausente (…) puede ser más o menos extensiva.» 52

La palabra o discurso ajeno reflejado se caracteriza porque en él, el discurso ajeno actúa desde el exterior, y de acuerdo a ello son posibles diversas formas de relación con este discurso ajeno y su influencia deformadora se manifiesta en diversos grados. Como señala el autor, «las interrelaciones con la palabra ajena en un contexto concreto y viviente no tienen un carácter inamovible sino dinámico: la correlación de voces en el discurso puede cambiar bruscamente (…)» 53 . Lo importante son los modos de reaccionar a la palabra ajena y los grados en que se la «toma en cuenta».

De acuerdo a lo anterior, si en la forma epistolar existe un diálogo diferido, existe una interrelación con el otro-destinatario explícito y caracterizado que es «tomado en cuenta» como eje principal en la elaboración de la serie de estrategias discursivas. En este sentido, al inscribirse el interlocutor de la carta como (alocutario) ausente, su discurso -como discurso ajeno- actúa e influye en el discurso, pero no es reproducido. Las réplicas no aparecen como tales y su grado de influencia puede ser variable, desde llegar a una fusión con el discurso del sujeto (emisor), transformándose en univocal, o, en el otro extremo, conducir dos discursos aislados. Se trata de una tendencia recurrente y privilegiada, pues, la teoría de Bajtín, como él mismo explicita, habla de la posibilidad de predominio de un tipo de discurso. 54

Por otro lado, el dialogismo bajtiniano presente en las cartas se entiende como una suerte de negociación entre los discursos, negociación con el discurso del otro que puede ser asumida con diversos matices, más o menos evidentes, ya sea con el discurso del otro-destinatario, en la autoobjetivación del sujeto mismo (otro de sí), y, además, con la variedad de los discursos sociales y culturales; univocal cuando la negociación cede y la palabra del sujeto asume la palabra del otro, o bivocal, cuando se revela la presencia actuante de los dos (o más) discursos, hasta llegar al extremo de bifurcar los discursos, casi en una cesación del dialogismo.

9. La carta manifiesta una fuerte tendencia a la autorreferencia

Ya se ha mencionado que al formato un tanto fijo de la carta corresponde inversamente una amplitud indefinida de contenidos, esta misma amplitud, y la ya mencionada inscripción del eje comunicativo al interior del texto como factor composicional, permiten la configuración de un doble nivel de significación. Por una parte un contenido narrativo-descriptivo, pleno muchas veces de informaciones diversas, y, al mismo tiempo, la capacidad de la carta de significar su propia comunicatividad, esto es, significarse a sí misma. Distinción entre el contenido proposicional y la fuerza ilocucionaria de la carta. Patrizia Violi llega a afirmar que la carta «no puede comunicar más contenido que su propia comunicatividad.» 55 Esta capacidad estaría presente en toda carta, bajo diversas gradaciones, desde las cartas de pésame o felicitación, de contenido extremadamente limitado, hasta aquellas que constituyen verdaderos relatos.

La cantidad de información no parece ser, por otra parte, el rasgo definitorio, Violi, argumenta que la «informatividad, obviamente, no es una categoría cuantitativa: no es difícil imaginar un texto largo y complejo que se vuelve totalmente autorreferencial.» 56 Si el grado de información no obedece sólo a la extensión, sino al tipo de información y a la calidad y cantidad de la información; a mayor información, no tendría por qué descender la autorreferencialidad de la carta, de modo que la pura información no sería un criterio estable para distinguir entre grados de autorreferencialidad. La carta, en este sentido, lo que hace es atestiguar su acto de existencia.

Por otra parte, la autorreferencialidad es constantemente tematizada al interior de la carta, refiriéndose a sí misma dentro de su propio discurso, aspecto que puede servir a diversas funciones; indicar qué tipo de carta es, el tono emotivo que poseerá, su proyectada extensión, u ocultar la verdadera intención de la carta, a veces para disponer de modo conveniente al destinatario, entre muchas otras. De alguna forma, la carta no puede evitar «hablar de sí misma», a diferencia de otros textos, excepto, cuando se trata de una estrategia que intenta construir una especial propuesta al lector, una transgresión de la convencionalidad del género de que se trate.

10. El mundo construido en la carta se instala como un mundo de sobreentendidos

Producto de la configuración de la carta como un diálogo, aunque diferido en tiempo y espacio, y, a diferencia de los textos que se proyectan a un lector ideal, amplio, el hecho de estar dirigida a un destinatario más específico y caracterizado poseedor de una enciclopedia idiolectal, provoca que el mundo construido en ella presente claves de lectura idiolectales o más específicas, por lo que se formula mediante una serie de sobreentendidos. Más allá de su diversidad de contenidos, sea mediante elipsis, lagunas o silencios, se produce un verdadero «escamoteo» de la linealidad del «argumento» provocando una fragmentación, y dispone una serie de espacios que deben ser llenados por el destinatario del pacto epistolar.

Este aspecto funciona como un complemento del secreto o la discreción de los interlocutores, construyendo un mundo incompleto y deficitario, potencial e idealmente legible por completo sólo desde este pacto. El mundo posible de la carta privada, es un mundo privado, y exige un mínimo de experiencia compartido, por lo menos, por dos sujetos (incluyendo las cartas a uno mismo). De allí también la importancia de mantener la línea de anclaje entre las figuras o actantes textuales y los sujetos reales de la comunicación.

Este mundo fragmentario, y la propia fragmentariedad de la carta entendida como una parte en un continuum de comunicación, es el que provoca la tendencia a establecer un orden en la publicación de las cartas, dotarlas de un registro narrativo que produzca alguna legibilidad más acotada en el tránsito de la carta privada a la esfera pública.

11. Tránsito fronterizo entre lo literario y lo no literario: Privado / Público

En este punto nos interesa revisar el desplazamiento de la carta privada por los bordes de lo canónico a partir de algunos rasgos que la hacen un texto difícil de clasificar y asimilar, y, que a la vez nos sirven como importantes puntos de partida para estudiar la carta y otras prácticas significantes menores .

«(…) la carta es terreno tan resbaladizo que la intención estrictamente humana, de comunicarse con otra persona por escrito, al tener que servirse inevitablemente del lenguaje, puede deslizarse del otro lado de las fronteras de lo privativo, sin que el autor se dé cuenta apenas, y convertirse en intención literaria.» 57

Dice Pedro Salinas, en su conocido ensayo sobre la forma epistolar, subrayando uno de los bordes por los que transita la carta; la discusión acerca de su carácter privado, tema frecuentemente mencionado en los escritos sobre la carta, y cuestión que posiblemente se torna más relevante que en cualquier otra práctica significante escrita, con excepción del diario íntimo.

A partir de la voluntad del autor, Salinas considera que: «Lo que las diferencia radicalmente (a la epístola, ‘arte epistolar’, género literario, artificio retórico, y a la carta privada) es la intención del autor: intento en ésta de ser para uno, o para unos escogidos pocos, si así lo quiere el que la recibe. En aquélla, intento de hacerse pública, de alcanzar a todos, sin distingos.» 58 No obstante, advierte la ambigüedad de esta idea: «De ahí arrancan las dificultades de los tratadistas para distinguir entre carta privada y pública. Y hasta esa base de distinción que señalamos como la más sólida, la intención del autor, no es terreno bastante firme, ya que en el curso de la escritura no es cosa imposible el mudar, sin darse cabal cuenta, de intención profunda, sustituyendo al humilde corresponsal, amiga, hermano, a quien se empezó a escribir, por la gran destinataria de todas las obras de la literatura, la fama perdurable.» 59

Agustina Torres Lara 60 afirma que el género epistolar presenta un doble aspecto: «La mayoría de las veces se trata de cartas personales redactadas sin intención de publicación, pero en ocasiones pueden convertirse en auténticas obras maestras por voluntad de su autor» y distingue tres tipos de cartas: la privada: dirigida a un destinatario particular; la pública: destinada a alcanzar a todos sin distingo; y, la privada hecha pública: la publicación de la correspondencia íntima impresa y lanzada al mercado».

El tránsito de la carta de lo privado a lo público es percibido como «accidente». Pedro Salinas advierte en relación al equívoco del destinatario, que la carta privada, «sin perder nada de su especialísimo tono de recato y pudicia intencionales que la distinguen entre todos los escritos», admite la posibilidad de tres interlocutores distintos: primero, el que redacta la carta; segundo, el destinatario intencional único, puesto que «lo convenido y lo conveniente» es que la carta presuponga y requiera la existencia de un segundo individuo. Y al tercero, Salinas lo llama «lectores varios» porque la «persona destinataria propiamente dicha ha sentido el deseo irrefrenable de leérsela a otros.» 61 Este tercero no impide que la carta siga siendo privada, pues por mediación del individuo destinatario es factible admitir la intromisión de otros lectores, situación que no hace sino resaltar su valor privado.

En este sentido, si observamos el tipo de carta pública que corresponde a la «carta abierta», normalmente enviada a los periódicos, revistas, etc., nos encontramos ante un tipo de comunicación destinada a varios y múltiples lectores, comunicación que ha tomado la forma de la carta como estrategia para hacer que un contenido, una polémica, una denuncia, una opinión, sea pública; pero guardándose un excedente que funciona como precaución ante lo institucional u oficial, haciendo uso de un espacio que escapa a la autoridad discursiva que afecta a otros tipos de textos (noticia, ensayo, artículo y otros). La carta estaría ofreciendo mayor libertad y menos riesgo.

El problema de lo privado y lo público, reviste consideraciones que van más allá de la carta, por lo tanto, es necesario establecer algunas precisiones respecto de este binomio; en nuestro caso, entendemos esta relación como posiciones, y no como oposiciones, es decir, como tránsitos demarcados inestablemente y sujetos a variaciones históricas y no esenciales.

Carlos Castilla del Pino 62 efectúa en esta línea, una caracterización de las actuaciones públicas, privadas e íntimas, indicando que lo que existe son espacios, o «escenarios» que usamos en la representación que constituye nuestras acciones; de este modo, no se trata de actuaciones de uno u otro tipo en sí mismas, sino que dependen del espacio en que se inscriban, es decir, posiciones. Desde este punto de vista estos espacios son diferenciables, y distingue entre: actuaciones públicas, que son necesariamente observables (visibles, audibles, etc.); actuaciones privadas: que podrían serlo, por falta de cautela por parte del actor o voyerismo del observador; e íntimas, que no pueden observarse y sólo se las puede inferir mediante lo que el sujeto dice o hace, incluso con su inhibición o su silencio (que son formas de actuación).

De allí que nombrar a estos géneros como géneros de la intimidad constituya una suerte de equívoco, si consideramos lo que afirma Castilla del Pino:

«Las actuaciones públicas y las privadas tienen una proyección externa que las hace observables, y ambas, por tal motivo, son perfectamente diferenciables de las actuaciones íntimas: fantasear, imaginar, proyectar, suponer, idear, en suma, pensar y asimismo sentir (gustar de, admirar a, envidiar, amar, odiar, etc.), son actuaciones del sujeto meramente internas, no poseen ese segmento externo que caracteriza las públicas y privadas y, por tanto, no pueden ser sabidas por nadie fuera del sujeto.» 63

De acuerdo a lo anterior, el espacio privado, es potencialmente observable, pero se debe procurar que sea inobservable; la transgresión de lo privado consiste en hacer público algo que se ha marcado como privado 64 .

Lo privado corresponde a aquello que pertenece a un círculo reducido, círculo de lo personal. Desde el momento en que corresponde a la especificidad de la carta la exhibición (explicitación) de las situaciones de enunciación y recepción, se declara la pertenencia de la carta a un espacio «más privado» o restringido, correspondiente a un destinatario específico o caracterizado que implica un lector modelo reducido y la necesidad de una enciclopedia idiolectal.

En virtud de lo anterior, la circulación de la carta se produce o programa en un espacio que se ha marcado como privado (a partir de lo ya dicho de la situación comunicativa inscrita en la carta). Circulación que, obviamente puede transgredirse y convertirse en pública; sea por la publicación real de las cartas o la simple lectura pública, o con el fingimiento de este espacio privado para provocar algunos efectos. La privacidad de la carta se «protege» con la especificación de su destinatario. Podríamos decir que se trata de una privacidad compartida entre dos.

En este ámbito se instala también el problema del secreto de la correspondencia, es decir, la transgresión de la privacidad. El secreto, para Jacques Geninasca 65 , está directamente vinculado a la diferencia privado/social: «Doblemente socializable por su categoría de objeto materialmente transferible y por el alcance jurídico que le es propio, la carta se sitúa en el límite, a veces mal definido, de dos esferas diferentes, la privada y la social, exigiendo, por tanto, el secreto o por lo menos la discreción de los partenaires 

Un segundo aspecto con relación a la carta y lo privado, tiene que ver justamente con su desplazamiento a un circuito diferente: la publicación de las cartas. Alain Pagés hace notar al respecto:

«Como el ‘diario’, la carta posee el estatuto ambiguo de un texto que transita entre el uso privado y el uso público, y su publicación no es jamás cierta ni definitiva. Hay una estrategia del secreto que la carta y el diario manifiestan por sus características convergentes: vehículo del secreto, la carta representa la aparición y el retrato, también el juego del disimulo por la precariedad de su existencia textual. La mano que censura, en el siglo XIX, sabe que la supresión que ella opera se inscribe en la forma de un texto ya marcado para lo inacabado y la discontinuidad.» 66

En la publicación de las cartas privadas (obvia transgresión de lo privado), la manipulación, selección y, también censura, es un ejercicio de poder impuesto al objeto, y se producirá un inevitable enfrentamiento entre el sujeto textual y extratextual de las cartas, y un segundo sujeto extratextual y textual: el/la antologador, compilador o editor, como una instancia que interviene y modifica el discurso de las cartas como tales. Instancia y nuevo circuito en que se produce una resignificación del discurso. Por otra parte, a nivel del circuito artístico-literario en que se instalan las cartas al ser publicadas, el editor personifica una autoridad discursiva que establecerá un orden o una organización a fin de conducir o autorizar sentidos.

«El editor se constituye en guía de los lectores y facilitador de la lectura del epistolario: llena vacíos (identifica nombres, lugares, obras), corrige errores ortográficos, añade datos históricos, elimina secciones, aclara palabras. La labor editorial se concibe como la fuerza unificadora de unos ‘pliegos sueltos’. Su deseo es, en última instancia, el deseo de entramar, de domesticar esa ‘obstinada fragmentariedad’ que caracteriza al género. Su función es la de arrestar su herejía temporal y espacial, exorcizar su inestabilidad, garantizar un significado estable para proveerlos de su capacidad documental.» 67

Las relaciones corresponden a la tensión generada entre lo público y lo privado. De lo anterior resulta que los prólogos, estudios preliminares, etc., están en posición de afectar el discurso de la forma epistolar, por ejemplo, agregando un anexo de información destinada a completar las «lagunas» existentes en las cartas (rasgo evidente, ya que las cartas no están destinadas a todo público) a fin de lograr una verdad o verosimilitud que puede ser bastante discutible en muchos casos.

Lo planteado en relación a la publicación de las cartas, nos conduce a considerar un aspecto pocas veces tomado en cuenta en los estudios acerca de la forma epistolar: su carácter de objeto-volumen. Este tema, que aparentemente excede los estudios textuales, es, sin embargo, un factor de importancia para apreciar aspectos que atañen a su modo de circulación como práctica significante y su diferencia de otros tipos discursivos.

En su origen, la carta es un objeto único y sin copia, en oposición a la destinación instituida para otros tipos de textos que son producidos para ser serializados. La carta funciona en el viaje a su destino y sólo podría ser serializada al desprenderla de su contexto vivo y su soporte: al ser publicada. Guy Brett 68 destaca este factor, al afirmar que la carta es «volumen, objeto y superficie legible», por los pliegues y su viaje en un sobre, articulándose en forma espacial y gráfica, es decir, un objeto que se desplaza desde un sitio y un momento ­y un sujeto­, hasta otro sitio, momento y sujeto, instaurando un «gesto» que va más allá de la letra. La publicación transforma la grafía, el manuscrito es depurado de sus tachaduras, incluso borrando las marcas epocales al corregir la ortografía en desuso; el objeto-volumen es lanzado a la serialidad de un producto editorial y no privado.

En relación con la autoría y la edición/publicación, enfrentamos otro importante punto de este transitar fronterizo; en la carta privada en cuanto tal no nos encontramos frente a la presencia clara de la función autor , entendida según Michel Foucault, para quien en tanto función, el nombre propio caracteriza «un cierto modo de ser del discurso». Afirma que «el hecho de poder decir ‘Fulano de Tal es el escritor de esto’ indica que dicho discurso no es una palabra cotidiana, indiferente, que se va, que nota y pasa, una palabra que puede consumirse inmediatamente, sino que se trata de una palabra que debe recibirse de cierto modo y que debe recibir, en una cultura dada, un cierto estatuto.» 69

La explicitación en la carta de un destinatario específico y caracterizado que requiere una enciclopedia idiolectal, es decir, un lector reducido y privado, en conjunto con el efecto de inmediatez y de realidad, hacen que ésta no constituya un proyecto de «obra» (a no ser su utilización para producir un efecto literario), a diferencia de los géneros mayores o canónicos. En este sentido Deleuze y Guattari 70 se refieren a las literaturas menores mencionando que en ellas no abunda el «talento» en el sentido de tal o cual «maestro» o una «enunciación individualizada» por el canon literario. La función social del sujeto que escribe una carta carece del estatuto del autor como autoridad.

La publicación introduce, a nuestro parecer, una doble y ambigua función autor; en primer lugar la inscripción del escribiente de las cartas ahora como figura o «función autor» (incluso si es el mismo escritor de las cartas quien las publica), y, en segundo lugar, la del sujeto autorizado que compila, organiza, prologa o incluso censura las cartas, o las inserta en una nueva mezcla heterogénea, otra discursividad, compuesta por las cartas y sus interpretaciones, notas, aclaraciones, datos; función autor que llamaremos función-editor .

Podemos agregar, además, que debido a la facilidad, como afirma Pedro Salinas 71 , conque la carta transita inestablemente el límite de lo privado y la intención literaria, y a la mencionada intervención de la publicación, la carta también se instala en las fronteras de la no-autoría y la función autor, entendida como función social de un discurso sancionado por un canon.

Notas:

1 En esta investigación se considerará la carta privada en su sentido más estricto como «escrito de carácter privado dirigido por una persona a otra»

2 Todorov, Tzvetan. Literatura y significación . Barcelona: Planeta, 1974.

3 Véase, por ejemplo, la recopilación y estudio de Sergio Vergara Quiroz: Cartas de mujeres en Chile. 1963-1885. Santiago: Andrés Bello, 1987.

4 Barrenechea, Ana María. «La Epístola y su naturaleza genérica.» Dispositio 15. 39: 56.

Ibid ., 52.

6 De Zubiaurre Wagner, María Teresa. «Libertad y servidumbre de la carta: Tríbada , de Miguel Espinosa y la evolución de la novela epistolar.» Revista Hispánica Moderna XLV. 1 (1992): 107.

7 Pagès, Alain. «Stratègies Textuelles: la lettre a la fin du XIX Siècle.» Litt è rature 31 (1978): 107 (trad. mía).

8 Violi, Patrizia. «La intimidad de la ausencia: formas de la estructura epistolar.» Revista de Occidente , 68 (1987): 90. Los artículos de Patrizia Violi son los más interesantes y completos acerca de la carta como práctica textual.

Ibid .

10 Guillén, Claudio. Teorías de la historia literaria. Madrid: Espasa-Calpe, 1989:300.

11 Ibid ., 301.

12 Citado por Claudio Guillén. Op. cit ., 302.

13 Ibid ., 302.

14 Pagés-Rangel, Roxana. Del dominio público: itinerario de la carta privada. Amsterdam ­ Atlanta : Rodopi, 1997: 16.

15 Salinas, Pedro. «Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar.» El defensor Ensayos Completos. Tomo II Madrid: Taurus, 1981: 228.

16 Ibid ., 244.

17 Ibid.

18 Cada carta o parte de ella puede constituir actos ilocucionarios específicos, como pedidos, excusas, promesas, etc. Patrizia Violi. «Letters.» Discourse and Literature. Ed. Teun A. Van Dijk. Amsterdam/Philadelphia: John Benjamin Publishing Company, 1985: 149-67.

19 Bajtín, Mijaíl. Estética de la Creación Verbal . México: Siglo XXI, 1990: 260.

20 Ibid ., 248.

21 Ibid ., 250.

22 Violi (1987) Op. cit .

23 Violi (1987) Op. cit ., 94.

24 Barrenechea. Op. cit ., 58-59.

25 «Escritas en distintos días, a veces incluso desde lugares diversos, la carta privada presenta una dispersión temporal y espacial que dificulta los diversos intentos de darle un diseño teleológico. Su diversidad temática, la capacidad para incluir todo tipo de mensajes, enunciados o registros lingüísticos, su disposición para acoger en el mismo territorio tanto lo esencial como lo accidental o, en último término, de negarse a discriminar entre lo relevante y lo irrelevante, lo central y lo marginal, hace de la carta un texto esencialmente heterodoxo respecto a todo esquema basado en la progresión y en el desarrollo narrativo.» Pagés-Rangel . Op. cit ., 13.

26 Ibid ., 11-12.

27 Violi (1987) Op. cit ., 90­91.

28 Lejeune, Philippe. «Le pacte autobiographique.» Poétique 14 (1973): 137-162.

29 Violi (1987) Op. cit ., 91.

30 Nora Catelli discute este punto en su interesante estudio acerca de la autobiografía: El espacio autobiográfico. Buenos Aires: Lumen, 1991.

31 «La especificidad del objeto carta no es tanto el estar destinada al intercambio comunicativo como la necesidad estructural de asumir interiormente el eje comunicativo (y de aquí las figuras de los actantes de la comunicación y los simulacros de sus determinaciones espacio-temporales).» Violi (1987) Op. cit ., 90.

32 Ibid ., 93.

33 Ibid , 94 -97.

34 Violi (1987) Op. cit ., 89.

35 El concepto de incardinación o sujeto incardinado es enunciado por Butler en oposición a la idea de trascendencia del sujeto, en el contexto de la situación cultural que asigna a los hombres el rasgo característico de existencia humana trascendente y a las mujeres el carácter de existencia humana corpórea o inmanente. La incardinación se entiende como la incorporación del cuerpo a la noción de sujeto. La siguiente cita sintetiza el argumento de Butler, realizado a partir de una interpretación de Simone de Beauvoir: «Desde esta creencia de que el cuerpo es Otro, no hay un gran salto a la conclusión de que los demás son sus cuerpos, mientras que el ‘Yo’ masculino es un alma no corpórea. El cuerpo situado como Otro ­el cuerpo reprimido o negado y, entonces, proyectado- vuelve a emerger de este ‘Yo’ en opinión de otros como esencialmente cuerpo. De ahí que las mujeres lleguen a ser el Otro, vienen a incorporar la corporalidad misma. (…) La dialéctica de Beauvoir del Yo y el Otro discute los límites de una versión cartesiana de la libertad desincardinada.

36 Cfr. Butler, «Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista.» Debate Feminista 18 (1998): 296-314.

37 Violi, Patrizia. El infinito singular. Madrid: Cátedra, 1991.

38 Ibid .

39 Para el concepto de lector modelo véase Eco, Umberto. Lector in fabula . Barcelona: Lumen, 1981.

40 Violi. Op. cit ., 92.

41 Violi (1987) Op. cit ., 158.

42 Ibid.

43 En la teoría de la enunciación se hace referencia a una tipología de la situación de alocución que toma en cuenta el número y estatus de los miembros del intercambio (verbal). Aplicada al texto carta, en cuanto al receptor, podríamos afirmar que corresponde a un receptor alocutario o destinatario (singular o plural, nominal o anónimo, real o ficticio) que se define como tal por ser considerado explícitamente por el emisor o locutor, indicado por el pronombre de segunda persona (por la dirección de la mirada en la comunicación oral), hecho que de paso señala que la codificación, en general, está determinada al menos parcialmente por la imagen del destinatario que el locutor se construye. Otro elemento que nos permite aproximarnos al destinatario de la carta se refiere a la situación de comunicación: el alocutario puede, por definición, estar o no presente. En la carta se encuentra ausente, como en toda comunicación escrita, pero forma parte por definición de la situación de alocución, en tanto alocutario, obviamente. Por último, la comunicación puede ser simétrica o unilateral, y en la carta, aunque ausente, es potencialmente locuente, lo que da lugar a una comunicación simétrica aunque diferida. Cfr: Kerbrat, Catherine. La enunciación. De la subjetividad en el lenguaje. Buenos Aires: Hachette, 1986.

44 El sujeto es al mismo tiempo objeto de su discurso; en términos simples, la referencia del yo al yo que obviamente puede adoptar distintas modalidades y utilizar distintas estrategias.

45 Cfr. Kerbrat. Op. cit.

46 Cfr. Lozano, Jorge, Cristina Peña-Marín y Gonzalo Abril. Análisis del discurso. Hacia una semiótica de la interacción textual . Madrid: Cátedra, 1989: 124-26.

47 Cfr. Segre, Cesare. Principios de análisis de texto literario. Barcelona: Crítica, 1985: 127-130.

48 Ibid .

49 El término «palabra» en los diversos textos de Mijaíl Bajtín, funciona como sinónimo del término «discurso» el uso de uno u otro, corresponde a las variaciones producto de las traducciones.

50 Bajtín, Mijaíl M. Problemas de la poética de Dostoievski . México: Fondo de Cultura Económica, 1986 278-279.

51 La tercera variante que corresponde al tercer tipo de discurso (discurso orientado al discurso ajeno) incluye: III. 3. subtipo activo (palabra ajena reflejada): a) Polémica interna oculta; b) Autobiografía y confesión con matización polémica; c) Todo discurso que toma en cuenta la palabra ajena; d) Réplica del diálogo; e) Diálogo o culto. Ibid ., 279.

52 Bajtín. Ibid ., 287.

53 Ibid ., 278.

54 Ibid ., 277-278.

55 Violi (1985) Op. cit ., 160.

56 Ibid.

57 Salinas. Op. cit. , 238.

58 Ibid., 235.

59 Ibid ., 241.

60 Torres Lara, Agustina. «La correspondencia epistolar en España (1975-1992)». Escritura autobiográfica . Ed. José Romera, et al. Madrid: Visor Libros, 1993: 391.

61 Salinas. Op. cit ., 233.

62 Castilla del Pino, Carlos. «Público, privado, íntimo.» De la intimidad . Ed. Carlos Castilla del Pino. Madrid: Crítica, 1989: 26.

63 Ibid. , 28-29.

64 Pedro Salinas también da cuenta de esta diferencia entre la intimidad y lo privado, cuando expresa que «En cuanto los pensamientos salen del recinto de puro pensarlos el autor y, puestos en palabras, se objetivan, ya existen fuera de él, son accesibles, por el simple hecho de ser legibles, a todos los que sepan leer. Se ha dado un paso en una dirección: comunicar nuestra intimidad, abandonarla generosamente: una entrega. Pero apenas dado, entra en acción la reserva, se rodea a la carta de precauciones, el sobre cerrado, el lacre, y se la consigna a una sola persona. Por un movimiento complementario al anterior, pero nacido de un impulso opuesto, lo recién exteriorizado se hurta a la publicidad, a la lectura general; afirmada su condición privada, se hace secreto entre dos personas.» Op. cit ., 262.

65 Geninasca, Jacques. «Notas sobre la comunicación epistolar.» Revista de Occidente 85 (1989): 79.

66 Pagés. Op. cit ., 112.

67 Pagés-Rangel. Op. cit ., 34.

68 Brett, Guy. «Abrir sólo en las condiciones indicadas.» Camino Way (fotocopia) s.d: 11-15.

69 Foucault, Michel. «¿Qué es un autor?» Entre filosofía y literatura. Obras esenciales . Barcelona: Paidós, 1999: 80.

70 Deleuze, Gilles, Félix Guattari. Kafka, Por una literatura menor. México: Era, 1983.

71 Salinas. Op. cit .

Referencias:

Arriaga Flórez, Mercedes. «La escritura diarística en clave bajtiniana: Gertrudis Gómez de Avellaneda y Sibilla Aleramo». Bajtín y la literatura . Eds. José Romera Castillo, Mario García-Page y Francisco Gutiérrez Carbajo. Madrid: Visor, 1995: 165-173.

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Publicado en Revista Signos , 2002, vol.35, no.51-52, p.33-57. ISSN 0718-0934 .