Las cartas de Hemingway


Imaginen, si quieren, esta escena, preferiblemente como una secuencia de paneles en una tira de historieta. Estamos en el bar y comedor del «21 Club», o las salas editoriales de New Republic , donde sea que esté ese órgano literario. De repente, aparece un hombre gordo de barba, sosteniendo una metralleta. ¡ Brrup – bup – bup – bup – bup ! El piso queda sembrado de editores, críticos de libros, críticos académicos. Una de las enloquecidas fantasías de la revista Mad dirían ustedes; posiblemente National Lampoon . Error: la fantasía es del propio Hemingway , transmitida en una carta a John Dos Passos.

Es esta especie de jeu d’esprit lo que hace que sus cartas sean dignas de leerse; y, no obstante, durante cierto tiempo se les impuso un embargo*. Hemingway no quería que se publicaran -eran, después de todo, personales ejercicios panfletarios, divagados, compuestos a manera de alivio de la tarea cotidiana de controlar el idioma- y a su biógrafo, Carlos Baker , se le prohibió que las citara directamente. Hemingway se disculpaba constantemente por sus cartas: eran demasiado largas, demasiado aburridas, demasiado mal escritas. No se leen, como sucede con las cartas de Shaw , como ensayos argumentativos. Pocas son tan conmovedoras como las cartas de Scott Fitzgerald a su hija. A Hemingway le agradaban los chismes, los fragmentos de noticias, los relatos reales sobre pájaros y peces que mataba. Nada de eso es muy interesante ahora. A menudo, no disponía de tiempo para ser agudo: de Gerald y Sara Murphy escribió: «Son grandes personas. La gente grata es tan malditamente grata». Y del Buddenbrooks de Thomas Mann : «un buen libro bastante maldito. Si él fuera un gran escritor, podría ser magnífico». Parte de su correspondencia temprana es tan grata como para afectar el esfínter glótico de un lector desinteresado: «Queridísima Wicky «, se dirige a su primera esposa, Hadley , «Pobre, querida y pequeña Wicky Poo «.

Sin embargo, a pesar de estas caídas y a pesar de la afición de Hemingway por palabras tales como «judío» y «negro», las cartas son fascinantes, precisamente porque son tan francas, tan intensas, tan expresivas del estado de ánimo del autor en el momento. Hemingway surge de esas páginas tan próximo a la vida como es posible verlo: fanfarrón, lastimado, cortés, malicioso, decidido, divertido, profano y crecientemente obsceno. Estas cartas acentúan lo que tal vez sea lo más importante en el hombre: que por descuidado que pareciera en cuanto a su vida, tenía un cuidado obsesivo con lo que escribía para ser publicado, un artesano incansable, consciente de la revolución que estaba produciendo en la prosa norteamericana.

De su primer libro importante, In Our Time , le escribió al editor: «Los cuentos están escritos tan tensa y sólidamente que la alteración de una palabra puede poner fuera de clave a todo el cuento». Y a su padre: «Tú ves que estoy tratando, en todos mis cuentos, de lograr el sentimiento de la vida real vivida, no sólo de describir la vida o de criticarla, sino de hacerla realmente viva». Si eso significaba usar palabras que eran entonces impublicables , él las usaba y discutía con sus editores, aunque sosteniendo siempre que nunca empleaba obscenidades como efecto y que aceptaría un sustituto en caso de ser posible. «La invención», le escribió a Fitzgerald , «es la mejor cosa, pero no puedes inventar nada que no pueda suceder en la realidad. Esto es lo que se supone que hacemos en nuestros mejores momentos: inventarlo todo, pero inventarlo con tanta realidad que luego suceda de esa manera». Finalmente, no hay ninguna excusa para un mal libro: «Sucede que estoy en un negocio muy duro donde no hay coartadas. Es bueno o es malo y las mil razones que interfieren con el hecho de que un libro sea tan bueno como sea posible no son excusas si no lo es. (…) Refugiarse en los éxitos domésticos, ser bueno con los amigos fundidos, etcétera, es sólo una forma de huir». 

Palabras sensatas, sin duda, y este libro debería ser leído por los aprendices de escritores para que las conozcan, pero es más probable que lo lean por las famosas posturas y prejuicios de su autor. Hemingway acerca de lo divertido que fue sorprender a Wallace Stevens . Hemingway acerca de lo frío que se sentía mientras asesinaba a un prisionero alemán desarmado. Hemingway acerca de la crianza de los bebés: «Lo principal para un bebé es tener una buena niñera». Hemingway acerca de las mujeres que escriben memorias: «El único modo, supongo, es descubrir qué mujeres van a escribir memorias y tratar de embarazarlas». Hemingway acerca de cómo salvó la vida de su esposa, Mary , después que el médico la hubiese abandonado. Hemingway acerca de boxear a escritores muertos: Turguéniev cayó fácilmente, pero «hicieron falta cuatro de los mejores cuentos» para derrotar a Maupassant . «No pelearía con el doctor Tolstoi en un encuentro a veinte rounds porque sé que él me arrancaría las orejas. El doctor tenía un aire magnífico y podía seguir y seguir. Pero lo aceptaría a seis…»

Cuando no está pavoneándose admirativamente ante el espejo, ofrece elogios condescendientes de los otros escritores. Mary McCarthy «escribe como la mosca adiestrada más inteligente que estuvo nunca entre los favores de Fortune’s «. T. S. Eliot es «un poeta malditamente bueno y un justo crítico; pero puede besarme el culo como hombre y nunca sacó una pelota del interior del campo en su vida y no hubiese existido de no ser por el querido y viejo Ezra , el encantador poeta y estúpido traidor». Faulkner «tiene más talento que nadie y sólo necesita una especie de conciencia que no está ahí. Sin duda, si ninguna nación puede existir a medias libre y a medias esclava, ningún hombre puede escribir a medias prostituto y a medias correcto». A su editor, que le había enviado De aquí a la eternidad de James Jones , le replicó: «No necesito comer un cuenco de ostras para saber que son ostras; ni chupar un grano para saber que es un grano; ni nadar a través de un río de moco para saber que es moco. Espero que se mate tan pronto para no perjudicar las ventas de él o las de usted».

Leer la correspondencia de otros es un instinto humano primario, y sin embargo dudo que alguien pagara (con impuestos) treinta dólares para echar una mirada a casi seiscientas de estas cartas si ellas no apoyaran y extendieran la leyenda que Hemingway diligentemente cultivó y a veces resistió. Por fortuna para su reputación y nuestras sensibilidades, hay aquí también mucho de una sustancia más seria y humana. Una temprana carta del joven Ernest a la madre, afirmando que sus cuentos no estaban escritos para rufianear las más bajas respuestas humanas, es muy conmovedora; es la clase de carta, sospecho, que muchos de los escritores de este siglo han escrito a sus padres. Los esfuerzos de Hemingway para evitar que Ezra Pound no fuera crucificado por sus traidoras transmisiones radiales de la época de guerra, son enteramente laudables. Las más conmovedoras de todas son las cartas que le envió a Scott Fitzgerald en la década de 1930, instando al amigo a concluir Tierna es la noche , recordándole que era un buen escritor y qué deben hacer los buenos escritores. 

Hemingway conocía a Fitzgerald mejor que nadie y se sintió azorado por el espectáculo del trágico derrumbamiento. «A menudo me pregunto si él no hubiese sido el mejor escritor que hemos tenido nunca», le escribió al editor mutuo, Max Perkins , «o que es probable que tuviéramos si no se hubiese casado con alguien que le hiciera estropear Todo «. Más tarde, escribió: «El trabajo lo ayudaría; trabajo honesto, no comercial, un párrafo por vez. Pero él juzgaba un párrafo por la cantidad de dinero que le daba y enfilaba su jugo por ese, canal porque obtenía una satisfacción instantánea… Fue una cosa terrible para él amar tanto la juventud, que saltó directamente de la juventud a la senilidad sin pasar por la virilidad». Y a Fitzgerald le escribió: «Olvida tu tragedia personal. Todos estamos malditos desde el comienzo y tú en especial debes herirte como el demonio antes de que puedas escribir seriamente. Pero cuando tengas la maldita herida, úsala, no engañes con ella. Sé tan fiel con ella como un científico.»

Tal preocupación, tales percepciones, excusan toda cantidad de vanidad y de bufonadas. La colección que ha reunido Carlos Baker brinda tanto de cada una como puede pedirse. Profundiza nuestro entendimiento de uno de los escritores más importantes de Norteamérica sin ofrecer muchas novedades: después de todo, Baker tenía acceso a las cartas y parafraseó muchas de ellas cuando escribió su biografía. En verdad, es necesario tener a mano la biografía cuando se leen las cartas, porque las notas que Baker les agrega a menudo son insuficientes, ya que deja a muchas personas y acontecimientos sin identificar. Yo hubiese preferido que reemplazara tal vez unas veinte de esas cartas con un esbozo de la vida del autor, o un apéndice que identificara a cada corresponsal. Una pequeña queja: este libro, si bien apenas movible, es en verdad una fiesta.

Marzo 1981

Publicado en Peter S. Prescott , Ensayos críticos sobre literatura norteamericana (1972-1985) , Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1988.