México d.f. 1º de junio de 1947

Cariñito grande:


Me asustó tu carta por lo pronto que estuvo aquí. Yo tenía miedo de que no conociera este nuevo camino, que se desorientara un poco y no diera luego con la casa, ya que estaba acostumbrada a ir allá a la de Santa Bárbara. Pero sí dio con el lugar y aquí la tengo, trayéndome algo de ella y del curalotodo de tu cariño.
Se me pasó por completo decirte que había mandado la pluma con el «Zancas» y, por lo que me dices, se las ha de haber visto negras para entregártela en la calle, pues es un muchacho que se pone muy muy colorado y se asusta cuando tiene que hablarle a una dama. Y en este caso es igual que yo. No, quizá yo sea más tímido. De cualquier modo, con su pan se lo coma si pasó un mal rato, pues él quedó formalmente de llevarla a tu casa.
Por otra parte tú te has de haber sentido extrañada de que te conociera y comprendo muy bien que, no habiéndolo visto nunca y no sabiendo quién era, no le hayas hablado. Y él vive por allá por Culiacán y tal vez pasen muchos años antes de que lo volvamos a ver tú y yo. El «Zancas», así se llama, es re buena gente a pesar de tener cara medio amalditada, y te conoció a ti en los viejos tiempos cuando andábamos juntos Otero, él y yo. Y es de los que sabes desde cuánto tiempo hace que te quiero. Desde mucho antes que hubiera árboles en el jardín de San Francisco. Y desde cuando unas tobilleras verdes, un vestido verde y un moñito verde muy bien puesto, arriba de una carita reluciente, atravesaran a toda carrera el San Francisco, para que no la alcanzarán las tres antes de llegar a la calle de Madero, mientras un sujeto loco y enamorado de aquella cosita como chirimoya se comía los chocolates allá, en el fondo de sus pensamientos, querían que fueran para ella.
La cosa es que la semana pasada fue mi semana negra por lo que ya te platiqué de lo descompuesto que estuve y lo enfermo que me sentía. Ahora ya es menos; pero todavía me quedan polvos de aquellos lodos.
Ahora que ya volví al trabajo, y que me recibieron con mucha atención, pienso cuán lejos me llevó la fiebre del estómago y la fiebre de la bronquitis (pues se me juntaron las fiebres). Y lo que me sentía eran unas ganas tremendas de irme de aquí. De no volver más a la compañía. De salirme por la puerta y tomar mi sombrero (no tengo sombrero, pero yo creía que lo tenía) y no volver más. Ésos eran mis sentimientos. Y todos los días, mientras estuve en cama, amanecía con la idea ésa. Y encontraba el lugar a donde me iría. Lo encontraba porque ese lugar existe. Fíjate cómo era:
Me encontraba de una salida del sol, en la Constancia, las ruinas de una fábrica de papel que está cerca de Tapalpa. Y ese sitio tiene una casa muy grande que ahora de mis tíos los Pérez Rulfo. Bueno, yo volvía a ver la salida del sol al pegar el primero en la cañada que está enfrente de la casa. Veía cómo se iluminaba todo aquello. De la casa salía tantito humo y todo estaba tranquilo y sin aire. Sólo se oía el ruido del arroyo que pasa por allí y la caída del agua un poco más arriba. Luego te veía a ti con una camisa verde de lana llena de cuadros, que salías de la casa y te parabas en la orilla del camino y que me decías que si siempre íbamos a ir a caminar un poquito antes de que estuviera el desayuno. Y yo me iba contigo cañada arriba.
Luego me venía la idea a la cabeza de que allí era donde vivíamos nosotros, tú y yo, en mitad de aquella tranquilidad, en medio de los pinos, y que la vida era hermosa, muy hermosa junto a ti. Y que yo tenía allí un cuarto lleno de libros y que no nos acordábamos de cómo era posible que a tanta gente le gustara vivir entre los ruidos y en las carreras y el vivo relajo de las ciudades.
Yo pensaba en eso día con día mientras estaba aquí tirado y sin ánimos. Pensaba en ti, en la «buena camarada», y cuando volvía yo los ojos al lugar donde hay una fábrica de llantas pensaba en cuánta gente estaba desperdiciando su vida, encerrada allí, durante gran parte del día, cuando existían lugares donde se podía vivir sin temor ninguno. Eso pensaba.
Pero ahora que volví allá sentí todo tan natural, tan normal, tan compañeros a todos los compañeros, y el jefe mismo (un señor alemán grandote) me tocó la frente para ver si todavía tenía calentura; entonces, digo, ya no sabía yo que motivos me habían hecho correr en sueños tan lejos, quizá lo deprimido que uno se siente al estar sin ánimos debido a la enfermedad. Sí, eso fue. Pues ahora vuelvo a ver las calles de México, la gente, lo aturdidas que parecen estar las cosas; se siente que es bonita esta ciudad, esta tierra tuya, y que si cansa a veces, a veces le da a entender a uno que es una gran ciudad y que al que le entren ganas de salir de aquí, pronto, en cualquier lugar donde esté, sentirá deseos de volver, a pesar de todo.
Así pues, no creas que tengo pensado volverme a enfermar. Y hasta ahora no existen motivos para que me enoje con nadie en mi trabajo. Y procuraré que no existan. Ya te platiqué que en otra ocasión que estoy trabajando por apagar mi rebeldía y por llegar a ser humilde. Pues sin esa humildad yo no me merecería el cariño, el amoroso cariño tuyo.
Ojalá que los demás sigan pensando que somos un par de lucas tú y yo. Ojalá que crezca nuestra locura, chachinita chula.
El retratero quedó de entregarme los retratos el sábado, pues fui con uno que por lo visto tiene mucho quehacer. Los que tenía se enroscaron muy bonito con la lumbre del cerillo, ya que, como te decía, parecía un sujeto de los que trabajan en el cine del mundo.
Por otro lado, yo sé hacer hot-cakes (aunque siempre se me queman), sé freir huevos y hacer frijoles de la olla con cebollita y perejil, sé hacer tortas y sandwiches de todos los sabores y agua de naranja o de jamaica y sé comerme todo eso y cualquier cosa, esté buena o mala, así que no se preocupe mucho ella por aprender (cosas que ya sabe de sobra) y mejor distráigase un poco y aproveche bien sus vacaciones y siga siendo como es, así de buena y de dulce como lo ha sido siempre.
No deje de ir al cine, pues yo sé que es una de sus pocas distracciones. Y cuénteme cómo le fue en el baile de la Treviño, que ojala no haya dejado de ir.
Por otra parte, yo he estado estos días dedicado a permanecer un poco atrás de la puerta debido a lo que ya te conté, y no he hecho sino leer un poquito y querer escribir algo que no se ha podido, y que si lo llego a escribir se llamará: «Una estrella junto a la luna».
Encontré un departamentito por la Ribera de San Cosme: es el paseo diario de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Así es de revoltoso y rugiente.
Espero que tu mamá no haya estado enferma por eso que me dices de no poder ir a Chihuahua en las vacaciones. Salúdame a todas esas grandes gentes de tu casa.
Y no te olvides de ir de vez en cuando a San Francisco a rezar, aprovechando el momento en que Dios esté solo para que Él te diga cuánto es lo que yo te quiero, porque Él lo sabe bien a bien, mujercita querida, hondamente querida


Este Juan, tuyo.

Ola tibia del mar

Publicado en Aire de las colinas. Cartas a Clara, Sudamericana, Buenos Aires, 2000.