Buenos Aires, Libros del Náufrago, 2010

Nadar de pie es una novela que cuenta, a través de la historia mínima de una ya adolescente, Mavi, la gran historia de un país. La novela pone el ojo justamente en donde no se detienen los gruesos trazos de la Historia de las Civilizaciones (así, todo con mayúsulas), en los susurros que esconden los barullos de las fechas patrias. Mavi no conoció a su padre porque su padre cuando era un casi adolescente como ella hoy, se fue de aviador a la guerra de Malvinas y ahí quedó por siempre; Gabriela, su novia de ese tiempo e hija de un militar recio, ni siquiera alcanzó a decirle que estaba embarazada de Mavi.

La novela se larga cuando Mavi y su madre viajan a Maipú -el pueblo donde aquellos novios se habían conocido y despedido para siempre- con el objetivo de rearmar, como piezas de un rompecabezas después de un terremoto, la historia de todas esas vidas.

El relato se construye alternando los tiempos cronológicos de la historia, con saltos temporales entre el presente, el pasado en el cual los novios se conocieron y enamoraron, y el maldito 1982 de la guerra. Y toda la narración está atravesada por una extensísima carta que le escribe Mavi, cuyo nombre oficial es Malvina, a su padre, el que murió sin saber por qué algo tan nimio como una guerra pudo dejarle sin vivir algo tan grande como el amor de su hija.

(M. N.)

Tu foto, papá, quedó congelada para siempre a una edad no mucho mayor que la mía en este momento. Cada foto tuya es una sonrisa y no puedo saber cómo eras cuando no sonrías. Ahora tengo un padre joven, por ahora su foto me lleva algunos años, pero con el tiempo voy a ser más grande yo. Y mostraré tus fotos justificando tu muerte. Como si quedar huérfana fuese un pecado. Monstraré tu rostro inmóvil como en un estado inerte y pasado. Sin embargo, es verdad, de no ser por ellas, como dice mamá, no te habría conocido. Claro que también las fotos me ayudaron a descubrirte junto a mamá, entre tus amigos. Ella también era muy joven, me resulta divertido verla tan joven. Pero igual, seguiré afirmando que nunca me gustaron las fotos, ni me gustarán porque paralizan los recuerdos.

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