No quemes esas cartas

La publicación de Querida familia (Entropía), el primer tomo de la correspondencia de Manuel Puig, reúne las cartas enviadas por el escritor entonces estudiante de cine desde distintos lugares de Europa entre 1956 y 1962. Así asistimos a la evolución desde el familiero Coco hasta el cosmopolita, en lo que bien podría considerarse su «novena novela», inédita hasta ahora.

Por Manuel Puig

París, domingo 16 de junio (1957)

Gente querida!

Estoy enloquecido de la alegría. Les escribo desde mi habitación de la Cité Universitaire. Estoy como un rey, me parece mentira haberla conseguido. Estoy en París desde el viernes a la noche, es una maravilla, nunca me imaginé algo semejante, la diferencia entre Roma y París es la misma que había entre Villegas y Buenos Aires. Me siento a mis anchas, no quisiera irme nunca, para mejor en este palacio. El Pabellón Argentino es un palacio, tengo una pieza (son todas individuales) como el dormitorio grande de Bulnes, con baño y agua caliente a toda hora. Las duchas están aparte, a un paso en el corredor. La comida es buena y baratísima, se paga por la pieza 7.000 francos, que aquí significa nada, unos $ 500. Bueno, ahora les cuento desde un principio. El jueves 6 volví a Roma y una vez en mano el cheque de la Dante me volví a embarcar. Tomé el tren que recorre la costa del Adriático rumbo a Venecia, qué me cuentan. El 7 estuve medio día en Rimini, el lugar más importante de la zona, regular. Visité la casa de Francesca! Me acordé de la novela que transmitía Iris Marga con el feto. Rimini, ya les digo, medio pava, un olor a podrido insoportable (del Adriático). Después de dar unas vueltas me fui a Ravenna, que queda a una hora y ahí me quedé hasta la mañana siguiente. Ravenna es bastante interesante por todas las iglesias bizantinas, pero lo mismo todo me parecía descolorido viniendo de Capri y Amalfi. El día sábado 8 tempranito y con miedo de desilusionarme (el Adriático no me gustaba) llegué a Venecia. Ahí me quedé con la respiración cortada hasta que me fui. Es lo más hermoso que pueda haber, no se da un paso sin quedar con la boca abierta. En cine sale fea en comparación con la realidad. Deja chiquito a todo absolutamente. No hay un solo rincón que no merezca ser visto. Además me hice inmediatamente de ambiente, me divertí muchísimo. En la plaza San Marcos tocaban la música de la película!!!!! El primer día paseé de la mañana a la noche, cuando me cansaba me sentaba en uno de esos bares con terraza sobre los canales. Al día siguiente recorrí el museo de la Academia (una maravilla), el Palacio Ducal y algunas otras cositas, y después de almorzar me fui al Lido; eso es lo único que desentona, una playa fulerísima. Me volví enseguida y me pasé toda la tarde andando en góndola y luego otra vez pata ancha en San Marcos, las orquestas fenomenales. El lunes 10 me fui a la mañana a Verona, muy interesante, vi el balcón de Julieta y todo lo demás, un poco a las corridas, porque aunque sea chiquita en cuatro horas no se puede hacer mucho. No pude ir a la casa de Chuchi porque a las 3 de la tarde tenía una cita en Milán. Fenómeno también ésta, completamente distinta a todo el resto de Italia, pituquísima, muy señorial, el reino del estiramiento taradísimo tano, debe ser un asco para vivir. Todo carísimo. Me olvidaba de una cosa: en Venecia todo cuesta la mitad que en Roma y Milán, las dos pestes. Además, la comida veneciana es la mejor junto con la parmesana. En Milán me encontré con un grupo de dinamarqueses que había conocido en Venecia y me pasearon en auto toda la tarde. En un intervalo me fui al Consulado a preguntar por un buen cambista. Me indicaron uno fenómeno. Gran negocio. A la noche quería ir alla Scala (cantaba la Callas ), pero no daba más y me fui a dormir. En Milán no pude ver el Museo de Brera, pero otra vez (de vuelta) iré. Milán fue para mí una gran sorpresa pues todos me decían que era una gran ciudad y nada más. En cambio me pareció personalísima. El 11 a las 6 de la mañana zarpé rumbo a… Montecarlo. A la 1 estaba ya almorzando frente al palacio de Grace. Bueno, les diré que es muy de buen gusto todo, gran distinción natural (no a la Milán ), etc., etc., pero viniendo de Italia parece bastante lavado todo. Al contrario de lo que sucede con Italia, en cine sale mucho mejor de lo que es. Un día hermoso, fui a la playa, pero no había un alma en toda Mónaco, de modo que me cansé y me fui a dormir a Niza. Montecarlo, ya les digo, me desilusionó bastante, es un pañuelito. A quince minutos está Niza y ahí otra vez boca abierta, una hermosura. Ahí tuve por primera vez la sensación de lo que es Francia, un encanto totalmente distinto, sin la belleza natural de Italia, pero con un algo que no te deja ir a dormir en toda la noche, otro modo de vivir. Las playas muy lindas, el centro hermoso, el barrio del puerto con un olor bárbaro a película de Gabin-Morgan. Además, baratísima y llena de comodidades, ideal para pasar una temporada larga. Les aseguro que me sentí revivir, Francia tiene un fa mucho más a la argentina, después de casi un año en ese opio que es Italia (recién en Venecia se huele un poco de «vida»). Lo que mata en Italia es la clase media acomodada, la gente más imbécil que pise la tierra (aquella de la malla rosa es una típica representante: falta de gracia y pretensiones), el pueblo es otra cosa. En Niza me quedé todo el día siguiente y el 13 a la mañana, después de un largo viaje de media hora, estaba en Cannes, pasando por Antibes, Jean les Pins, etcétera. Bueno, ésa fue la gran desilusión de todo el viaje, una taradez, insignificante, no me explico la fama, será muy divertido de noche, lo que sea, a mí me pareció pobrísimo, bueno, estaba en la playa cuando me encuentro con una alumna del Centro y los tíos, hablamos un poco y cuando supieron que venía a París se me ofrecieron para traerme con el auto, (era jueves) ellos viajaban a las 4 de la tarde!!!!!!! Hice un poco de cumplidos y acepté. Despaché por tres las valijas (dos que me volvieron loco de Roma a Cannes) pues ellos no tenían lugar. El viaje podridísimo, la campiña francesa es sosa, en Italia en cambio ni un momento se puede desviar la mirada de la ventanilla. Cenamos en Lyon (pagué y quedé como un rey) y dormimos ahí. A las 5 de la mañana seguimos viaje y llegamos a París el viernes a las 15. Me ahorré $ 600. Vine directamente a la Cité , un despelote, pero escorché tanto que después de veinticuatro horas de sí y no, ayer sábado a la tarde me concedieron la pieza. Fueron mil idas y venidas, pero ya tengo pieza hasta el 15 de julio. París, divina. Es el sueño de un cinemaniático. Hay mil cosas para ver. Ayer tempranito vi Reina Cristiana , casi me muero del gusto, Greta mejor que nunca. Y a la noche no aguanté las ganas de ver a Marilyn, en Bus Stop , ¡un genio! En Roma no había llegado en original y la tenía en el gos. Espero que la hayan visto. No sé cuánto me quedaré en París. Por lo menos un mes.

París, París, estoy reloco, me hallo, quiero vivir 1000 años en París. Besos.

Coco

Roma, sábado 1º de septiembre (1962)

Querida familia:

Hoy, cumpleaños del Jorge y las mellizas Moscoso. Ayer recibí carta por fin con noticias de la Chuchi , me llegó viernes a la noche, despachada jueves a la mañana, nueve días!!! Espero que encuentren el saco a gusto en Buenos Aires, yo aquí no encontré nada que me convenciera. Los pulóveres son los que vos querías, mamá? Tengo buenas noticias!!!!! Fenelli, que es el crítico más severo, aquí muchos italianos lo llaman para mostrarle sus cosas, me obligó a que le mostrara lo que escribí, porque se ofendía, etc., yo no quería mostrarle nada porque a veces se pone insoportable a derribar todo… bueno, le pareció lo mejor que ha leído en años, una obra maestra, de llorar y conmovido como loco y sobre todo una cosa profundamente argentina, psicologías argentinas por excelencia caladas a fondo. Bueno, yo no sé qué pensar, no creo que sea para tanto, pero de todos modos tiene que ser una cosa buena, si todos los que la leen se entusiasman. Yo no sé qué pensar. El lunes voy sin falta a sacar el pasaje para el 27 de octubre y buscaré nuevamente el Grundig. Por favor díganme ya qué es lo que quieren de ropa porque el tiempo vuela, lo mismo en cuanto a otros encargues menores. Ahora empiezan las liquidaciones de verano. Yo también vi el bodrio Io amo tu ami , y Congo vivo , otro desastre. Aquí las críticas para Homenaje a la hora de la siesta (título ridículo y cursi) han sido catastróficas, me gusta porque se trata de dos bestias. Espero que ésta llegue el viernes antes de que se vayan a la quinta, cumpleaños en la quinta!!!! Muchos tirones de oreja y un feliz día. El Conejo llega creo que el 8 o el 9, así que si Gialdini se mueve un poco y va a buscarle el paquete lo tendrás unos pocos días después, ¡que te quede bien la pachugada! Bueno, les diré que después de todos los elogios de Fenelli y demás he quedado un poco tarado, no es para menos, entusiasmar a alguien con cuatro mamarrachos que has escrito parece imposible. La novela sobre todo dice Fenelli que es la sublimación de lo cursi y lo mamarrachesco, que es alma de lo argentino. Además le parece que voy a iniciar toda una etapa y que no lo tengo que mostrar a nadie porque me van a copiar. Bueno, que sea lo que Dios quiera. Que Carli no deje de mostrar la máquina y que le hable a Parrilla!!!!

Bueno, muchos besos, feliz cumpleaños.

Cariños.

Coco

Roma, viernes 31 de agosto (1956)

(…) Ahora algo grande:

fui a los estudios Titanus a ver al productor Girosi, el tipo no estaba, pero lo mismo me dejaron entrar. Vi un rato filmar a Gassman y a Anna Maria Ferrero la tarada en Kean, la dirige el mismo Gassman, razón por lo cual me quedé poco tiempo. Luego calladito me metí en una sala de proyección donde Marlene Dietrich se estaba haciendo proyectar todos los interiores de Montecarlo, con De Sica y ella, recién terminada de filmar. Vi como cuarenta minutos de película (primicia exclusiva), parece de poca calidad, ella estaba muy descontenta. Personalmente es un monstruo, para colmo está flaca escuálida, la cara es amarillo muerto y estaba sin maquillaje. Lo que no ha perdido es la voz maravillosa y la clase para hablar. Después dobló varias escenas con una precisión de quedarse con la boca abierta, estaba muy nerviosa, pero ponía un empeño en todo que no lo he visto en nadie, es muy trabajadora y repite las cosas todas las veces que sea preciso. Tenía ganas de hablarle pero, como estaba trabajando a todo vapor, no me animé, es posible que la vea otra vez.

Siempre siguiéndole la pista a Girosi estuve en la oficina de «De Sica Produzioni» y ahí me dieron la dirección de la casa. Todo el mundo me trata muy bien, trato de ir siempre bien arreglado. Estuve charlando un momento con Monicelli, el director de Los infieles que estaba ahí esperando, me aconsejó seguir el curso del Centro, pero a la vez tratar a meterme en la producción por el lado que sea. Parece ser que lo que ha hecho después de Infieles es todo un bodrio. Me cuesta creerlo aunque todos los críticos estén de acuerdo. Hasta luego.

Tienes una e-pístola

Por Patricio Lennard

¿Cuántos años pasarán antes de que avispados herederos decidan publicar póstumamente los e-mails de algún escritor argentino? ¿Qué autor, entreviendo un futuro semejante, no se ha preocupado alguna vez por cuidar el estilo de esa escritura evanescente que incita el correo electrónico? Convertidas las cartas casi en vestigios del pasado (y sin saber quién será el primero en legar al porvenir un epistol@rio publicable), la correspondencia de Manuel Puig es, con seguridad, uno de los últimos exponentes del género epistolar que verá la luz en la literatura argentina.

Puesto que los géneros íntimos dejaron de tener, en el siglo pasado, una función meramente documental para volverse, ellos mismos, literatura, las cartas de Julio Cortázar y Alejandra Pizarnik, así como las misivas secretas que Leopoldo Lugones le envió durante años a su amante, Emilia Cadelago (varias de las cuales él firmó con su sangre), son parte destacada del corpus textual al que la correspondencia de Puig viene a sumarse. Este volumen compilado y anotado por Graciela Goldchluk -el primero de una serie de tres tomos- reúne las cartas que el autor le escribió a su familia entre 1956 y 1962 desde Europa, hacia donde partió luego de ganar una beca de estudio en el Centro Sperimentale di Cinematografia, en un momento (los años ’50) en que Roma era «Hollywood junto al Tíber».

Redactadas sin sospechar su destino de escritor (sólo hacia el final del libro se avizora el momento en que Puig halla esa voz de una tía que excede la escritura de un guión y origina La traición de Rita Hayworth ), las cartas ponen en escena tanto la vida del joven estudiante que se las rebusca haciendo traducciones y dando clases de idiomas como el diálogo incesante que tiene con su madre sobre las películas que ve y las estrellas de cine que veneran. En este sentido, las ocasiones en que Puig se cruza con Sophia Loren («pese a que tiene granos en la cara me pareció algo de no creer»), con Vivien Leigh («justamente esta mañana la vi por la calle y estaba hecha un estropajo»), o con la mismísima Rita Hayworth («Rita insegurísima como actriz, se equivoca siempre, nada de memoria, además para comedia no sirve»), son algunas de las perlas del anecdotario del autor que Querida familia nos regala.

Las cartas de este tomo reflejan, entonces, los años en que «Coco» (su apodo familiar) tuvo su contacto inicial con la realización cinematográfica, en que escribió sus primeros guiones y conoció a Vittorio De Sica, y se deslumbró con la capital francesa («París, París, estoy reloco, quiero vivir 1000 años en París»), al tiempo que empezaba a sentir ese rechazo hacia la Argentina que sería una justificación para su exilio («Pienso en Buenos Aires con horror, ¡qué desgracia haber nacido en esa olla podrida!»). Instalado sucesivamente en Roma, París, Londres y Estocolmo -y sin privarse de recorrer casi toda Europa en los seis años (con un intervalo en 1960) que duró su periplo-, Puig esboza a su vez un diario de viaje en que afloran su sentido del humor e ironía: «El viernes fui a Castel Sant’Angelo, que es una especie de fuerte donde en un tiempo vivieron los papas. Está lleno de reliquias y resulta muy interesante. Qué buenos los papas, qué imaginación celestial tenían, ¡qué porquería de gente!».

Si la crítica ha sostenido que la literatura de Puig funciona en el continuo escamoteo de una voz personal y de un estilo (Juan Carlos Onetti decía saber cómo hablan los personajes de Puig, pero no cómo éste escribía), podemos pensar que en el lenguaje de entrecasa que se oye en las cartas resuena, espontánea, la voz del escritor. En los sobreentendidos familiares, en los encargos, en las trivialidades con que lo cotidiano se filtra en la escritura (y que abren la pregunta de si a Puig le hubiese gustado que estos textos sean leídos por el público), hay algo que remite a la banalidad de las charlas de sus personajes novelescos. Algo que confirma, en última instancia, que Puig también es un personaje de Puig. El reemplazo de la biblioteca por la cinemateca (base del mito del escritor iletrado que se encargó de construir con eficacia) se ve en las múltiples referencias a películas y en los pocos libros que menciona. De este modo, si El beso de la mujer araña puede ser vista como un compendio de su cinefilia, su correspondencia funciona con la minuciosidad de un catálogo de los cientos de films que vio en aquellos años. «Cinemaniático» antes que cinéfilo, Puig no sólo evita en las cartas el tono esperable de un «experto» («Vi Senilità , más o menos, Bolognini está tan frío, no me comunica nada. La Cardinale está gorda y pesada como de costumbre») sino que también deja ver cómo su manía por el cine lo lleva a la literatura sin seguir -en más de un sentido- esa tradición de escritores-críticos de la que Borges es centro indiscutible. Puig compone así una risueña caricatura del crítico cinematográfico que podría haber sido.

En un pasaje de El mundo de Guermantes , Proust le hace decir a la condesa de Arpajon: «¿Han observado ustedes que con frecuencia las cartas de un escritor son superiores al resto de su obra? ¿Cómo se llama ese autor que escribió Salambó ?». Si una opinión semejante es incluso desmedida en el caso de Flaubert, las cartas de Puig -sin ser mejores que sus novelas- son un epílogo póstumo a su obra literaria, una autobiografía improvisada, una «novela» de iniciación en que aparece el artista cachorro. El artista cachorro que ensaya sus ladridos en lugar del león de la Metro Goldwyn Mayer.

De Coco a Puig

Por Angel Berlanga

Cuenta Graciela Goldchluk que cuando empezó a leer las cartas que Manuel Puig le escribió a su familia desde que partió del puerto de Buenos Aires, con 23 años, rumbo a sus descubrimientos de Europa y de su propia vocación de escritor, supo que ahí estaba la novela inédita que los críticos no habían encontrado entre los papeles que dejó, a su muerte, en Cuernavaca. «Es más: es posible que en un tiempo, a este tomo se lo incorpore a su novelística y se lo considere como su novena novela», dice esta investigadora del Conicet y docente de la Universidad Nacional de La Plata , que trabaja desde hace once años con el archivo que está en el departamento donde vive Male, la madre del autor de Boquitas pintadas , y que compiló, prologó e hizo las notas de este libro.

Es notable cómo en las cartas se ve la resignificación que Puig hace de Villegas y de Buenos Aires.

-Es verdad: llega a Roma con un gran entusiasmo, pero luego dice que es linda en verano e inaguantable en invierno. París pareciera ser la ciudad que mejor lo trató, pero nunca vivió allí. Luego de Londres empieza a darse cuenta de que su casa está en Buenos Aires y a recordar cosas de Villegas. Es notable, porque él recupera Buenos Aires desde Europa y el castellano a partir de la traducción. De una manera enajenada, digamos: con el subtitulado de películas. Este tomo, que queda en suspenso con su regreso, es el de la metamorfosis: el aspirante a director que vuelve convertido en escritor. De eso no tiene ninguna duda. Su historia con esta ciudad, sin embargo, es de decepciones: vuelve muy esperanzado y recibe lecturas muy frías. En general acá recibe desprecio. Y eso lo va a marcar mucho.

Estas cartas contribuirán al mito del escritor iletrado: hay muchísimas referencias a viajes, museos, espectáculos, gestiones, compras y personas, pero son escasas las referencias a libros.

-Nunca fue un lector apasionado. Hay una cosa fundamental en su relación con la literatura que lo diferencia de otros escritores: él hace un uso, no una apropiación. Y esto es tan literal como que compra muy pocos libros. Va a ser de los primeros en comprarse películas, cuando poca gente lo hacía. Puig empieza leyendo en inglés y francés, y comienza a hacerlo en castellano cuando La traición de Rita Hayworth : ahí va hasta la biblioteca de Nueva York y saca un libro de Roberto Arlt, otro de Alfonsina Storni… Los pide prestados, o los alquila, algo insólito para un escritor argentino. En su biblioteca, sin embargo, hay cosas que no son tan comunes: uno de los primeros libros de Clarice Lispector, o muchos de Silvina Ocampo. Me parece valioso que se alimente, como dice en un reportaje, primero de la vida y después de la literatura. Tiene una conciencia muy clara de la ampliación del concepto de escritura; sin haber leído a Derrida, sabe que prolifera de diferentes maneras. Ve la escritura de un film, de una ciudad, y no le parece que la literaria sea más importante. Era una persona con gustos muy definidos, muy propios y personales.

-Usted plantea que se fue Coco y que volvió Manuel Puig, con conciencia de escritor. ¿Se ve eso en la escritura de las cartas?

-Sí, se vuelven más narrativas. Creo que él también va tomando conciencia de que son esperadas, y va manejando de taquito el suspenso. Siempre recuerda qué escribió antes y se ven, implícitas, las respuestas de la madre. Su proyecto era ser director, pero cuando ve que no lo respetan -y a él no le gusta hacerse respetar- y que tiene conflictos con la figura del poder, dice: «Voy a escribir». Y más cuando lo felicitan tanto por los diálogos. Diría que es el mejor escritor de diálogos de la literatura latinoamericana. Hace un trabajo muy similar a Rulfo en Pedro Páramo , pero con una escritura muy diferente; y no es extraño: hay un ejemplar en su biblioteca de ese libro firmado por Rulfo que dice: «A mi admirado Manuel Puig». En las cartas se ve a alguien que se está ejercitando, y que sin saberlo está ensayando una novela. Una novela para la familia, nada difícil de leer. Cuando se va es casi un adolescente crecido, y cuando vuelve es un hombre joven, ya seguro de quién es; eso también se ve en la evolución de las cartas: hay menos ansiedad. Pasa que es tan coherente este monstruo, que uno lee esta novela sin darse cuenta de que la escribió a lo largo de siete años. Y sin correcciones. La coherencia narrativa es impresionante.

-¿Hasta qué punto es necesario conocer la obra de Puig para leer este libro?

-Jamás le diría a nadie que entre a Puig por su primera novela, porque La traición de Rita Hayworth es de las más difíciles. Yo diría que, al revés, imagino que a través de este libro mucha gente va a entrar a la obra de Puig.

Publicado en el diario Página/12 de Buenos Aires el 10 de abril de 2005