Madrid, 20 de febrero de 1971.

A los compañeros Montoneros.


Mis queridos compañeros:

Por mano y amabilidad del compañero Don…, he recibido vuestras cosas y él les podrá comentar de viva voz mis pensamientos al recuerdo y saludo que retribuyo con mi mayor afecto.

He conversado largamente con este compañero sobre todas nuestras cosas y él los podrá comentar de viva voz mis pensamientos al respecto. Sin embargo trataré de contestar en ésta algunas inquietudes puntualizadas en la mencionada carta, lo que haré en el mismo orden de comunicación de ustedes.

Comienzo por manifestar mi total acuerdo con la mayoría de los conceptos que esa comunicación contiene como cuestión de fondo.

1. Estoy completamente de acuerdo y encomio todo lo actuado. Nada puede ser más falso que la afirmación que con ello ustedes estropearon mis planes tácticos porque nada puede haber en la conducción peronista que pudiera ser interferido por una acción deseada por todos los peronistas. Me hago un deber en manifestarles que si ha sido dicho, no puede haber sido sino con mala intención. El compañero les hará conocer mi apreciación de situación y resolución para el año 1971 y por ella podrán quedar perfectamente en claro sobre la acción futura.

2. Otro tanto sobre el asunto que este apartado menciona en su carta: es totalmente falso que haya perturbado plan táctico alguno.

3. Como podrán observar en la apreciación de la situación, todo el asunto referente al ejército o más bien dicho a los jefes y oficiales porque yo tampoco creo que la institución pueda hacer nada en nuestro provecho, desde que está en manos de una camarilla que la domina. Sin embargo no por eso debemos descartar en forma absoluta una intervención de sectores que puedan sernos afectos que, inteligentemente utilizados, puedan llegar a ser decisivos. Aun en el caso de que descartemos esto, quedaría la posibilidad y el intento de descomponer su cohesión contando con algunos grupos de oficiales o jefes proclives a actuar en este sentido.

La Institución , actuando como dictadura militar, es fuerte pero extraordinariamente frágil desde que actúa fuera de su función específica. Perdido el prestigio nacional que le da sustento, y debilitada su disciplina que es lo que mantiene la Institución , su debilidad es muy grande: basta recordar lo que sucedió el 17 de octubre de 1945. Se trataba también de un gobierno militar y su situación no era peor que la que soporta la actual dictadura, pero había cundido un cierto grado de descomposición en el ejército. Cuando el pueblo salió a la calle dispuesto a quemar Buenos Aires, todo el poder de ese gobierno se vino abajo y bastó sólo la amenaza para que cayera corno un castillo de naipes. Es que, como antes digo, la dictadura puede ser muy fuerte pero su peligro real está en su fragilidad congénita.

Coincido con ustedes en que no debemos confiar todo a lo que pueda hacer el ejército, ni aun en los grupos que nos puedan ser afectos, pero tampoco creo prudente que debamos afrontar las oportunidades propicias que se nos puedan presentar para la captación o el intento de descomposición de los elementos de las instituciones armadas que se pongan a nuestro alcance. Dispongo de informaciones, que me hacen pensar en ambas posibilidades si se trabaja eficientemente y, puedo informarles, que este trabajo se ha comenzado a realizar, no sólo en la oficialidad sino también en la jerarquía de los jefes. Todo depende también de cómo se desarrollan las cosas en el país, especialmente en la lucha que el Pueblo desarrolla contra la dictadura que deberá irse intensificando hasta llegar a la integralidad de los medios. Mi experiencia de viejo militar me permite decirles a ustedes sin temor a equivocarme que en el ejército actual, la mayoría de los suboficiales son nuestros. En la oficialidad, hay un 20 por ciento favorable y un 20 por ciento desfavorables, el resto es indiferente (60 por ciento).

El 60 por ciento restante, que es indiferente, que se escuda como legalista, pero su legalidad consiste en servir al que gana. Si nosotros no estamos en las de ganar los tendremos en contra, pero tan pronto tengamos una posibilidad, podremos contar con ellos que, aunque son como la bosta de las palomas: sirven de rellano y hasta a veces pueden servir para más.

Es dentro de este panorama que nosotros debemos considerar las posibilidades. Por otra parte ¿qué podemos perder por mantener el empeño?

4. Sobre la opción electoral yo tampoco creo. Hemos visto ya demasiado para creer en semejante patraña. Por eso comparto totalmente sus afirmaciones anotadas en la comunicación que comento.

Sin embargo, como en la lucha integral en que debemos empeñarnos, no se puede despreciar la oportunidad de forzar también este factor a fin de hostigar permanentemente desde las organizaciones de superficie que, frente a la opinión pública tienen también su importancia y concurren también a la lucha en actividades nada despreciables, especialmente en la situación que vive la República. Esta lucha también concurre a la «guerra revolucionaria» para que, como digo en la apreciación, cada uno pelee en la forma que es capaz de hacerlo. Si Uds. leen la apreciación, resolución y consideraciones, podrán percatarse que, en el fondo, estamos totalmente de acuerdo, como no podría ser de otra manera.

Por eso nuestro movimiento tiene una estructura orgánica que corresponde de una manera general a esas necesidades: una organización de superficie que a través del partido peronista masculino y femenino, como de la rama sindical realiza la lucha también de superficie, mediante las acciones que es posible realizar. En ello es preciso realizar un plan de provocación, otro de intimidación, otro de boicot y finalmente otro de sabotaje. En estos planes intervienen todos los elementos de las organizaciones de superficie, como los grupos activistas empeñados en la «guerra revolucionaria».

Como les explicará el compañero, mientras las organizaciones de superficie obedecen a una conducción centralizada, con las necesarias autonomías en las Delegaciones Provinciales, las organizaciones que se encargan de la «guerra revolucionaria» tienen absoluta independencia en su conducción y coordinada nada más que por los objetivos. Es natural que todo puede salir mejor si existe por lo menos una coordinación en beneficio de una unidad de acción que toda lucha necesita.

Sería largo poder explicar en una comunicación todo el aspecto de la conducción, por eso he confiado a los compañeros que me visitan la tarea de informarles a Uds. de viva voz, mis pensamientos al respecto. Creo que si se interpreta cabalmente la necesidad orgánica-funcional de nuestro Movimiento en la lucha en que estamos empeñados, no habrá dificultades; para que, en un futuro cercano, se llegue a un entendimiento completo que será muy provechoso en la continuidad del esfuerzo revolucionario. No se trata da hacer una conducción centralizada en todo el complejo orgánico de la lucha porque eso no es posible, dadas las condiciones de la lucha misma, pero sí que se alcance por un modo u otro la indispensable coordinación de los esfuerzos, porque los esfuerzos divergentes, aun con la mejor intención, no pueden ser sino factores de debilidad en la lucha de conjunto.

5. Totalmente de acuerdo en cuanto afirman sobre la guerra revolucionaria. Es el concepto cabal de tal actividad beligerante. Organizarse para ello y lanzar las operaciones para «pegar cuando duele y donde duele» es la regla. Donde la fuerza represiva esté, nada; donde no esté esa fuerza, todo. Pegar y desaparecer es la regla porque lo que se busca no es una decisión sino un desgaste progresivo de la fuerza enemiga. En este caso la descomposición de las fuerzas de que pueda disponer la dictadura por todos los medios, a veces por la intimidación que es arma poderosa en nuestro caso, otras por la infiltración y el trabajo de captación, otras por la actuación directa según los casos pero, por sobre todas las cosas, han de comprender que los que realizan la guerra revolucionaria que en esa «guerra» todo es lícito si la finalidad es conveniente.

Como Uds. dicen con gran propiedad, cuando no se dispone de la potencia y en cambio se puede echar mano a la movilidad, la guerra de guerrillas es lo que se impone en la ciudad o en el campo. Pero, en este caso es necesario comprender que se hace una lucha de desgaste como preparación para buscar la decisión tan pronto como el enemigo se haya debilitado lo suficiente. Por eso la Guerra de Guerrillas no es un fin en sí misma sino solamente un medio y hay que pensar también en preparar el dispositivo general que aun no interviniendo en la lucha de guerrillas, debe ser factor de decisión en el momento y en lugar en que tal decisión deba producirse.

Ni es nueva la «Guerra revolucionaria» y menos aun las «Guerras de Guerrillas». Pienso que tal vez la guerra de guerrillas ha sido la primitiva forma de guerra, tan empleada en la afamada «guerra de los escitas» y de Darío Segundo. Por eso sus reglas son demasiado conocidas como sus formas. Sin embargo, es en sus operaciones donde la iniciativa y la vivacidad juegan el papel más preponderante. Por eso también en esa forma de operar, no se podrá mantener una conducción centralizada, aunque siempre ha de realizarse, para que sean efectivas con una finalidad objetiva. De ello se infiere que, los Montoneros, en su importantísima función guerrera, han de tener comandos muy responsables y en lo posible operar lo más coordinadamente posible con las finalidades de conjunto y las otras fuerzas que en el mismo o distinto campo realizan otra forma de acción, también revolucionaria.

Finalmente compañeros, les ruego que hagan llegar a los compañeros mis más afectuosos saludos y acepten mis mejores deseos. También les ruego me hagan presente y trasmitan mis saludos a todos los compañeros que están presos o perseguidos por la dictadura y les lleven la persuasión que tal situación no ha de durar mucho.

Un gran abrazo.

Juan D. Perón

Publicado en www.ladecadadel70.com.ar