Madrid, 16-10-1985

Sr. Director.


Para hacer la nota correspondiente al Salón Internacional del Libro, EL PAÍS envió a un cronista que, con grabador o memoria, recogió comentarios de intelectuales distinguidos. Se publicaron el 5 de octubre en la página 25, primera columna. La charla fue provocada por el rumor de que Gabriel García Márquez había aterrizado en Barcelona con el original de una nueva novela y la pretensión de cobrar por ella un millón de dólares, moneda hoy enferma. Además, con la insolencia de ser un premio Nobel que jamás escribió en castizo. El cronista escuchó y ahora todos podemos leer lo que se dijo. 
Por modestia merecedora de elogio, ninguno hablaba de la feria ni de cómo le había ido en ella. Según veo, uno, en excesivo arranque patriótico, afirmó que España era el único país del mundo donde se admiraba a García Márquez (sic). 
Admirable admiración. Porque reiteradas encuestas en ambientes editoriales y periodísticos persisten en afirmar que el español no es hombre de lecturas, que de los libros que aquí se editan sólo el 14% es vendido en la Península y el resto tiene como destino Latinoamérica. Que, de paso, no tiene dinero para pagarlo. Lo cierto es, aunque moleste, que los libros de García Márquez se agotan en América Latina. Y sus numerosas ediciones alcanzan cifras que olvido para no doler. 
El resto de la conversación captada por el cronista fue dominada por voces femeninas con su poquito de histeria. Alguien propuso arrancar 200 páginas a Cien años de soledad. Otra voz dijo que estaba de acuerdo, a condición de que también se quitaran 50 años. Es decir, sumando, que el libro debía ser convertido en un short-short story. 
Pero lo grave, más allá del boom y ya convertido en boomerang, es reconocer que ese 14% de españoles que compran libros admiran a García Márquez. Porque tal admiración involucra preferencia. La copiada charla es triste, pero también tiene su gracia. 
Tal vez esto que escribo no sea del todo imparcial: porque soy uno de los muchos miles de entusiastas lectores que García Márquez tiene en el ancho mundo y además mucho lo estimo como amigo. Pero de tristeza y gracia me cura la última página de la misma edición del periódico. Allí, Serrat, refiriendo a poetas exquisitos que se sienten rebajados si sus poemas son convertidos en canciones, nos recuerda la vieja historia de aquella zorra que alimentaba viejas ansias de comer uvas. Y pasó bajo un parral repleto dé frutos maduros y sabrosos. Pero las uvas estaban demasiado altas para su estatura y sus reiterados saltos. Así que cubrió su fracaso diciendo, desdeñosa: «Bah, están verdes».

Publicado en www.onetti.net