Buenos Aires, Sudamericana, 2000
Edición y prólogo de Alberto Vital

Se trata de un compendio de cartas amorosas que le escribe Juan Rulfo a Clara Aparicio, su mujer de toda la vida. Poco a poco, mientras cada una de las 81 cartas van pasando, refulgen también otras preocupaciones, como el trabajo y el dinero. Pero dos cuestiones resultan sorprendentes de este epistolario cuidado. La primera tiene que ver con la historia de este amor: él tenía 27 años cuando le pidió su mano; ella, 16. Ella le pidió que esperara tres años para ser novios; él aceptó. Los tres años interminables pasaron –muchas de las cartas son de este desierto- y fueron novios, se casaron, fueron padres. Lo segundo que llama la atención es sobre estrategias de edición del epistolario: cualquiera que lea una historia amorosa requiere que ésta tenga un final feliz; cuando el problema es la distancia, uno desea que ellos se encuentren. La paradoja de los epistolarios es que en la proximidad de los cuerpos, lo que desaparece es el relato de amor –las cartas. ¿Entonces…? Lo que propone el libro es un interesante recurso: coloca una fotografía de ella tomada por el propio escritor en cada encuentro de los cuerpos que se aman, cuando las palabras parecen no hacer falta.  

Hoy que vine de ti, sostenido a tu sombra, he mirado la noche. He mirado las nubes en la noche como lágrimas alrededor de la luna clara; los árboles oscuros, las estrellas blancas.
Hoy he visto cómo por todas partes la noche era muy alta. Y me detuve a mirarla como se detiene el que descansa.
Hoy se murió el amor por un instante y creí que yo también agonizaba.
Fue a la hora en que diste con tus manos aquel golpe en la mitad de mi alma.
Y que dijiste: tres años, como si fuera tan larga la esperanza.
Hoy caminé despacio pensando en tus palabras.
Oyendo los ruidos del pájaro que duerme y los ruidos del ansia.
Del ansia que nos mancha la congoja de no poder ser omnipotentes para labrar una piedad dentro de otra alma.
Con todo, tres años no son nada. No son nada para los muertos, ni para los que han asesinado lo que aman.
Tres años son, Clara, como querer cortar con nuestras manos un hilito de agua.
Y en esperar que pasen los tres años, el tiempo nunca pasa.
Hoy que vine de ti, sostenido a tu sombra, me puse a mirar mi soledad y la encontré más sola.

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