Quito, editorial Libresa, 1999
Candela, que así se llama el libro y
su protagonista, un día decide ir a buscar a su papá. Pero antes de eso
pasan muchas cosas y conviene ir parte por parte. Ella vive desde
siempre con Jazmín, su mamá. Concurre a una escuela donde, según dice,
es invisible o se vuelve visible sólo para tener que soportar las burlas
de sus compañeros. Y también puede disfrutar de la biblioteca y sus
libros de dinosaurios.
Una noche Candela se sorprende cuando escucha a su mamá Jazmín
contarles a los amigos que se irían a vivir a Córdoba (¿A dónde?, ¿por
qué?, ¿cuándo?, ¿con quién?). En un primer momento odia a su madre por
no haberle informado antes y a ella sola de semejante noticia. A pesar
de esto, emprende el viaje y mientras tanto va reflexionando sobre la
vida en general y su vida en particular. Es justo allí, y como
consecuencia del largo traqueteo del transporte y de su cabecita de
hija, cuando decide animarse y preguntar por su papá ausente. Así se
entera de que él es un importante especialista en dinosaurios y que se
fue a Europa antes de que ella naciera.
Córdoba la sorprende a Candela, pero no para mal sino para muy bien.
Candela descubre allí las cosas que la van haciendo feliz (un perro,
una amiga de su mamá, un pretendiente de la amiga de su mama, un hijo
de un pretendiente de la amiga de su mamá que se transforma en su
pretendido). Así, como fue dicho, decide ir en busca de su papá. Y la
mejor manera de encontrar padres es a través de una carta. O por lo
menos, según cuenta la novela, de enviar un mensaje como se lanza una
botella al mar cuando ya no se es náufrago y se sabe que, si es
hallada, la respuesta será bienvenida; y si no, que cada uno siga
navegando en su velero, que ese padre nunca sabrá de cuánto se pierde
quien no conoció la sonrisa de Candela.
(M. N.)
Candela se olvidó del enojo y se empezó a preocupar. Se dio cuenta de que Jazmín debía estar tanto o más triste que ella. Además, a su mamá la esperaban los recuerdos y si bien Candela no sabía por experiencia propia cómo podía sentirse Jazmín, supuso que todo eso debía ser muy doloroso. Porque no había ninguna duda de que ella a su papá lo debía haber amado mucho. Vaya uno a saber lo que había pasado. Al fin y al cabo debía ser re-difícil ser mamá sola sin un papá y Candela le perdonó todo y se apoyó en su hombro y sonrió cuando Jazmín (que se daba cuenta de lo que le pasaba pero sabía esperar) la abrazó fuerte. Entre olor a Jazmines y ese abrazo, Candela sintió que podía ir hasta el fin del mundo y ya no tenía miedo, ni estaba enojada, ni triste, ni nada.