Hijo mío, estás lejos y aquí, a mi costado
un compañero tuyo ocupa tu lugar.
Nada, nada ha cambiado
nada de lo que amamos.
Este amigo ilumina de esperanza tu ausencia
otro, por ti, sin duda, se equivoca.
Y aquel joven se bebe toda la primavera
en una sola copa,
en una boca.
No necesito ya quererte o encontrarte
darte los buenos días.
Te tropiezo en la calle,
marchas a la par mía
y acaso me acompañas
como nunca lo hacías.
Eres todos los jóvenes, eres toda la vida
he sembrado de hijos la extensión de la tierra
y cuando dicen, madre, me ilumino
fiel a mi vocación y tu destino.
Y así, yo encuentro en Yuri, en César o en Enrique
al amable testigo
y la sabiduría del instinto certero.
Resplandece tu sangre de condecoraciones.
Tu sangre y sus legítimos blasones.
Yo venero a los jóvenes, su destino sellado
el callado heroísmo de vivir
el placer y las lágrimas, los días por venir.
Yo descifro el tatuaje de los días futuros
-ese papiro en blanco-
por eso, a todos quiero cantar mi desagravio.
;Oh juventud! ;Oh Nilo de la vida!
por todos los excesos bendecida.
Y has debido irte lejos.
Abro los cinco dedos
una estrella es mi mano
una estrella en tu cielo.
¿Tienes clara conciencia
del privilegio que te significa
ser joven así, eternamente,
por el milagro renovado de la vida?
¡Cómo te acercas cuanto más te alejas!
Roto el istmo sutil que nos uniera
te represento en otro continente
asilado bajo otra bandera.
Nunca habrá de morir tu juventud,
tu sueño, tu sonrisa,
no habrás de ser posado,
éste, aquél, te han de prestar las manos.
Ya no serás la noche, nunca serás la noche.
Yo soy todas las madres y eres todos los hijos.
Al amarlos a todos
te amo más a ti mismo…
Ya nunca estarás solo, multiplicado estás
por legiones de jóvenes de cuatro latitudes…
para siempre jamás.
Haydée M. Ghio
Publicado en Antología , Buenos Aires, Grupo Editor Mensaje, 1987
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