Carta cerrada a nosotros

¿Qué se debate emocionalmente en el interior de cada argentino y de cada uruguayo? La controversia por las papeleras abrió un conflicto más profundo que aquel que motivan los hechos. De este tema se ocupa el autor de este artículo. Nada más. Nada menos

Esta carta es cerrada porque necesita ser íntima. Que quede entre nosotros. Dentro del nosotros estamos uruguayos y argentinos, habitantes de países que se dicen hermanos. Por ahora.

El conflicto por las papeleras se volvió grave, se está degenerando: las coincidencias se desvanecen y las diferencias se agudizan (y eso ensucia el alma del aire). El aire no es sólo el que respiramos. Hay otro. Hace rato empezó la otra polución: el diálogo degeneró en crispados monólogos, mutuamente sordos. El Mercosur está paralizado: una flor de semilla, ahora es un conato más cerca del aborto que del parto. (La eficacia para el criminal Plan Cóndor no existe para ser socios en este continente atravesado por hambre y analfabetización.)

Uruguayos y argentinos (o viceversa) tenemos razones para discutir. No hay que asustarse, habría que asustarse por la falta de discusión. Pero empezamos a desenvainar el fácil dedo de acusar. Un Fernández argentino dijo que hay que negociar con el presidente de Botnia y no con el de Uruguay. Provocación vergonzante. Después, la entrañable China Zorrilla se declaró dispuesta a volver al Uruguay. La frase, desdichada, evidenció lo latente: andanadas de oyentes le saltaron: «Ya facturaste bastante, ¡rajááá China!»; «andate, pero no a Montevideo ni a Punta, China, ¡andate a vivir a Fray Bentos!»

Se palpa: en la imprescindible discusión, el amor propio ocupa el lugar del amor por lo propio. Con qué facilidad decimos «los argentinos éstos», o «los uruguayos éstos». Despunta el encono generalizador. Talla el nacionalismo nacionaludo. Viene al caso: en Mendoza, chilenos y mendocinos celebraban el día nacional de Chile, cada 18 de septiembre. Hasta se cortaba el tráfico. Bailábamos, bebíamos, nos enamorábamos como dios manda. Pero nos vino la casi guerra propiciada por mesías disfrazados de militares. Un general chileno dijo: «A estos pelucones les rompemos la cresta sólo con los boy scouts». Un general argentino, pariente del que regresó ileso y rozagante de Malvinas, dijo: «Cruzamos la Cordillera, los barremos, y en tres días nos estamos bañando en Viña del Mar». La guerra no fue, pero algo se perdió, tal vez para siempre: entre chilenos y mendocinos quedó un sordo desprecio apenas disimulado por la conveniencia del turismo. Ya no concelebramos. Qué picardía, qué pena.

La cuestión es que, por las papeleras, uruguayos y argentinos estamos en conflicto. En sí mismo el conflicto es muy saludable: por fin hablamos del medio ambiente. La ecología, pese a esnobistas y oportunistas, no es un asunto importante, es un asunto crucial. Estamos a merced de la negligencia crónica, por un lado, y de la desesperación por generar empleo, por el otro.

Trágico sería que no hubiera discusión. Pero discutamos sin descalificarnos, sin insultarnos la madre. «Somos hermanos mellizos», dice don Raúl Alfonsín. «Somos hermanos de placenta», dice don Pepe Mujica. Sí, somos hermanos, pero ojo al piojo: esa condición no garantiza por siempre la armonía. Sin ir más lejos, Rómulo se despachó a Remo y Caín a Abel. Los odios del mismo palo suelen hacer estragos. Ser hermano no nos vacuna. ¿Que entre hermanos las heridas cicatrizan fácil? Pero cuando no cicatrizan se vuelven desgarramientos, úlceras.

No se trata de traspapelar el asunto de papeleras y aguas y aires podridos con la elegante excusa de la «conciliación». Pero aquí y allá, allá y aquí, revisémonos. ¿Vamos a mirar la paja en el ojo ajeno sin considerar la viga en el propio? Caray, como la caridad, la ecología empieza por casa.

Sigamos discutiendo, pero tratando de mirar lo que el dedo nos señala y no la punta del dedo. Y tengamos cuidado de nosotros: el otro día un des-comunicador dijo con goce perverso: «Que se jodan, los uruguayos van a tener que ver el Mundial por tevé». No clasificar para el Mundial no se le puede desear ni al peor enemigo.

Sigamos discutiendo, pero mirando más acá de nuestras narices. Ser un país enorme puede ser una maldita bendición. Ser argentino es algo que le puede pasar a cualquiera. Y ser uruguayo también. La cantidad de mapa es una casualidad. Hagamos un enorme esfuerzo para darnos cuenta de que haber nacido de este o de aquel lado es puro azar. No se trata de ser políticamente correctos, de jugar a prolijos. Se trata de no irnos por la tangente nacionaluda. Discutamos con pasión, no con mala leche. No perdamos de vista el cuidado de la otra ecología: hay ofensas que no cicatrizan.

Avivémonos: desde allá lejos nos miran y se retuercen de satisfacción. No insistamos en ser necios y pueriles. Necedad + puerilidad = imbecilidad. Tengamos la grandeza de saber lo chiquitos que somos. No dejemos que el amor propio nos vuelva sordos. Por ese camino podemos irnos a la mismísima. No insultemos a la madre del otro porque, casualmente, la madre del otro es también la nuestra. Pobre mi madre querida. Pobre nuestra madre querida.

La hermandad es un trabajo. Y la esperanza también.

Rodolfo Braceli

Publicado en el Diario La Nación , Buenos Aires, 30 de abril de 2006