Grijalbo Mondadori, 1991
Por María Pía Chiesino
Paul Bowles no debía ser una persona
fácil. Viajero compulsivo, brillante escritor y compositor, pésimo
administrador de su dinero, incapaz de fijar el precio de sus obras
musicales y literarias….la vida a su lado tampoco debe haber sido
sencilla.
Las cartas de su esposa, Jane Bowles, dan cuenta de una relación en
la que se conjugaban la independencia, la distancia y,
consecuentemente, la angustia y la inseguridad. Si bien ninguno de los
dos hubiera tenido la posibilidad de constituir un matrimonio
tradicional, en Cartas de Jane se advierte que esa distancia
era aceptada por ella como una realidad inevitable que le imponía la
personalidad de Paul, quien tomaba la decisión de vivir en diferentes
lugares del mundo y de viajar en compañía de quién fuera, sin consultar a
nadie. Ni siquiera a su propia mujer, que, por lo que se revela en sus
cartas, era casi la última en enterarse.
Actualmente, la crítica literaria considera que Jane Bowles no ha
sido apreciada como escritora en la medida de su verdadero talento.
Sería complejo para ella, según se deja entrever en estas cartas,
sostener un ritmo propio de escritura, si además tenía que ocuparse de
los problemas económicos del matrimonio y de todo aquello que Paul
dejaba en sus manos cada vez que se alejaba.
A través de gran parte de este epistolario, ella no hace más que
darle explicaciones acerca de lo que querría hacer (con la escritura,
con el dinero, con los viajes), pero que nunca resuelve ya que todo
está sujeto a las decisiones de él. Y, por cierto, a la propia
inseguridad de Jane, que le consultaba todo, permanentemente.
En una carta escrita en Connecticut y fechada a finales de agosto de
1947 le dice:”Quizá hayas regresado de España y recibas esta carta
cuando llegues. Me parece inquietante escribirle a alguien cuando no se
tiene la certidumbre de que reciba la carta durante semanas o meses…”
Los tiempos y los espacios de Bowles, a Jane se le escapaban de las
manos. Por ejemplo: ella le escribe desde Estados Unidos cuando él está
en Tánger, entonces ella viaja a Tánger y logra reunirse con él, pero
al poco tiempo él se va solo a Ceilán y la deja a cargo de una casa
que él acaba de comprar el Tánger y a la que es necesario hacerle
reformas. Jane vive pendiente de Paul, para tomar las decisiones más
triviales o más importantes. Y ante la falta de la más mínima
información, todas las decisiones a tomar son posibilidades latentes,
que redundan en dificultades económicas. En la misma carta citada, y
hablando del posible alquiler del departamento de Paul en Nueva York,
ella le comenta: “Si te quedas (en Tánger), sé que podrás
alquilar el apartamento con un buen beneficio, porque las cosas en Nueva
York se están poniendo imposibles, de espacio, me refiero, y creo que
podrás salir ganando algo, incluso con el pago adicional de calefacción
que te puso Oliver. Naturalmente, los alquileres de invierno son mucho
más fáciles que los de verano y, en realidad, no hay comparación
posible. Desde luego que si regresas, no lo alquilaremos, o más bien no
lo alquilaré a partir de 23 de octubre, pero no tardarás en saber lo
que tienes intención de hacer. En cuanto a mí, no puedo quedarme
eternamente en casa de Libby, aunque sí probablemente a lo largo de
todo el otoño. Confío en que, una vez que haya conseguido escribir unas
veinte páginas más de ésta novela, habré completado una sección, al
menos psicológicamente, y luego escribiré una narración corta y trataré
de venderla…” (…) “te he mencionado lo de alquilar el departamento si
no regresas porque, desde luego, será muy caro para mi sola, aun cuando
tenga un poco de dinero. Quizá pueda ir a Europa en diciembre, con
Florence, y desde allí pasar a África, si es que no sucede nada antes
de entonces” (…) “Quizá si regresaras podríamos ir a nuestro querido
México. Me muestro vaga e indecisa con respecto a los planes porque
estoy tratando de engañarme a mí misma para salir de un “angustiador”.
Tengo la sensación de que esta carta se está convirtiendo en uno.”
Todas las cartas de Jane Bowles a su marido están atravesadas por ese
“quizá”, en el que, además, la resolución final de las situaciones está
en manos del otro.
Este tipo de vínculo dependiente y expectante que ella ha
establecido, se complejiza de una manera mucho más dolorosa cuando
empieza lo que podría llamarse la “competencia” en el terreno de de la
escritura. Esta competencia es posible analizarla en los dos niveles
que el término conlleva: aunque ella no quiera, le es imposible no
“competir” con él en cuanto al ritmo de escritura; y, como en ese
terreno se siente derrotada, empieza a dudar de ser una persona
“competente” para escribir.
En la carta enviada también desde Connecticut en septiembre de 1947, puntualmente afirma:
“”Estoy ansiosa por volver a mí novela a pesar de todo eso (se refiere a las complicaciones cotidianas),
pero probablemente se debe a que llevo un tiempo sin trabajar en ella y
es muy posible que cuando empiece de nuevo vuelva a sentir un desánimo
interno y un aburrimiento, comparado con el cual sería una fruslería
cualquier orgullo herido. También quisiera que no te refieras a tu
trabajo llamándolo ‘pequeña novela’ (El cielo protector), como
hiciste en tu carta, ya que estoy segura de que será muy poderosa y por
lo menos el doble de buena que la mía, así como de mayor éxito, y lo
mismo puede decirse de Dostoievski o Sartre. Oliver dice que tu
historia es maravillosa y estoy realmente ansiosa por leerla. No me
importa lo mejor o lo peor que escribas en comparación conmigo, siempre
y cuando no insistas en que yo soy la escritora y tú no lo eres.
Después de todo, ambos podemos serlo, y es una tontería por tu parte
seguir comportándote de ese modo sólo porque temes desanimarme”.
Toda la correspondencia de Jane a Bowles está impregnada de esa
sensación evidente de estar, en todo sentido, por debajo de él. Aún
cuando le reproche haberle dejado hasta la ropa en desorden en un
departamento que hay que alquilar vacío, ella es indulgente y le dice
que “hubiera preferido” no tener que realizar esa tarea por él.
Jane Bowles sufrió un grave accidente cerebro vascular en 1957. Esto
afectó su capacidad de escribir y perdió la visión lateral de sus ojos.
A partir de eso, y de un proceso de rehabilitación posterior, sus
cartas se hacen más breves. Y se añade, a su enfermedad, la angustia
que le provoca la lucidez acerca de que lo que escribe es reiterativo e
incoherente.
Durante la década del 60 alternó su residencia entre Londres, Tánger y
Estados Unidos. Paul la acompañó bastante en esos años, pero no
siempre vivó con ella, porque el estado de salud de Jane hacía
necesaria su internación en hospitales psiquiátricos. En 1969, después
de una breve estadía en Tánger, la internan en la Clínica de los
Ángeles, en Málaga., adonde residirá hasta su muerte en mayo de 1973.
Las últimas cartas muestran que Paul Bowles no estuvo con ella más
cerca que antes, a pesar de su situación. Quizá no fuera posible que
ella no estuviera internada. Pero sin dudas, él podría haberle escrito
algo para que ella no se sintiera tan abandonada e indefensa como para
escribir: “Querido Paul: te echo mucho de menos y echo de menos no
haber tenido noticias tuyas desde hace tanto tiempo. Por favor ven a
verme y si es posible sácame de aquí.”
El cielo protector quizá sea una de las grandes novelas del siglo XX. Su mujer, Jane, en el cielo de Paul Bowles, no tuvo espacio.
Jane Bowles a Paul Bowles
(Treetops, Merriebrooke Lane)
(Stamford-Connecticut)
(Principios de agosto de 1947)
Mi querido Bupple,
Me alegro de tener por fin una dirección, y
espero por tu bien te decidas no ir a España. No creo que te guste
tanto como Marruecos y, desde luego, creo que Portugal te aburriría
pronto. No te lo digo por mezquindad, porque en realidad preferiría que
fueras a Portugal; las cartas desde allí legan muy rápidas, y me lo
imagino como un lugar saludable. Sin embargo, no me gustaría que
abandonaras un lugar que te gusta (sólo porque a ti siempre te gusta
cambiar), y terminaras habiendo gastado mucho más dinero en un lugar
que no te parecería tan divertido. Pero quizá sólo tengas la intención
de hacer un viaje rápido por España y luego regresar a Marruecos, si es
que te marchas.
Aquí me ha resultado bastante duro ponerme a
trabajar en mi novela, debido a cuatro o cinco obstáculos tremendos,
ninguno de los cuales se ha debido, sin embargo, a las circunstancias
de mi ambiente. (Mi novela está toda hecha en ese estilo tan
laborioso.)
Cuanto más avanzo, que no es mucho en cuanto a
páginas, aunque sí un poco más en cuanto a reflexión y trabajo
consecuente, tanto más asustada me siento ante la posición aislada en
que me encuentro vis-á-vis de todos los escritores que considero tienen
una mente seria. Porque creo que ya no vale la pena utilizar la
palabra talento. Claro que Carson McCullers tiene tanto talento como
Sartre o Simone de Beauvior, pero no es una escritora seria. Yo sí lo
soy, pero me siento aislada, y es muy probable que, en estos momentos,
mi experiencia no sea de ningún interés para nadie. Te incluyo este
artículo “Nuevos Héroes”, de Simone de Beauvior, que he recortado de
Town and Country, al menos una sección del mismo. Lee las partes
marcadas de las páginas 121 y 123. Será suficiente para que comprendas
el significado, puesto que conoces tan bien al grupo y su pensamiento;
lee, sobre todo, lo que te he subrayado. Es lo mismo que he estado
pensando en el fondo de mi mente durante todo este tiempo, y sólo Dios
sabe lo difícil que es escribir como lo hago yo y, sin embargo, pensar
igual que ellos. Tú nunca tendrás que afrontar este problema, porque
siempre has sido una persona realmente aislada, de modo que todo lo que
escribas estará bien, porque será verdadero, lo que no sucede en mi
caso , porque creo que mi aislamiento es un accidente, y no es
inevitable. Podría continuar con este mismo tema y explicarte mejor lo
que quiero decir, pero no hay espacio para esa discusión. Tu
aislamiento no sólo es positivo y verdadero, sino que cuando escribes
desde él, recibes inmediatamente reconocimiento porque lo que escribes
se halla en verdadera relación contigo mismo, algo que siempre sabe
reconocer el mundo exterior. En cuanto a mí, ¿quién sabe? Cuando se es
capaz de mantener con la escritura una actitud tan seria y meditada
como la mía-quizá debería decir solemne-resulta casi superior a lo
soportable el estar dudando continuamente de la propia sinceridad, que
es como dudar del producto que se hace. A medida que avanzo en esta
escritura, creo que la parte que más me importa es esta duda acerca de
mi experiencia. Supongo que eso es mucho más importante que sentirse
“fuera” de ella y aislada, pero también acentúa miles de veces esa
culpabilidad Me resulta difícil explicártelo y en cierto sentido, eso
es probablemente lo que esté en el fondo de esta novela, si es que
puedo concluirla alguna vez. Otra souris (tsuris, la palabra yiddish
para problemas) ¿o se escribe Tzoris?: ahora me doy cuenta, después de
estos dos meses en casa de Lobby, de que Dos damas muy serias nunca
fue, en realidad, una novela, así que ambos nos enfrentamos exactamente
a la misma duda, aunque no me imagino que tú no seas capaz de escribir
una. Helvetia está introduciéndose poco a poco en esta novela, lo que
es inevitable, después de lo mucho que he pensado en ella durante los
siete últimos años. Yo también aparezco en ella en la persona de Edgar,
su hijo. Eso es bueno porque yo suelo tratar de distanciarme demasiado
de mi propia experiencia, lo que puede conseguirse bastante bien en una
narración corta, pero no en una novela. Pero es malo porque,
sencillamente, no es tan divertido. Es inquietante y me siento
confundida. De todos modos, ya conoces el estado de confusión que me ha
producido Helvetia, de tal modo que ahora soy una persona más indecisa
de lo que era a los veintitrés años, así que ya puedes imaginarte lo
difícil que me resulta esculpir una novela a partir de todo aquello que
ella me ha inducido a pensar. Porque, en realidad, no es de Helvetia
de quien me importa escribir; he transformado la situación lo bastante
así que no siempre estoy segura de que ella sea el personaje adecuado,
pero es difícil, muy difícil expresar con palabras todas las cosas en
las que ella me ha hecho reflexionar y que son, creo yo, extrañas a mi
naturaleza, pero que ahora me obsesionan. Hay otros elementos en la
novela.
Trabajo, y me muestro diligente y fiel al
respecto, pero tengo la sensación de que es una tarea tan hercúlea que
no voy a terminarla ni en años. Por otro lado, si lograra situarme a mí
misma en un libro, es posible que todo fuera más rápido. Pero creo que
es mejor prepararse para lo peor que para lo mejor.
Mi lentitud es espantosa y te asombraría
saber la cantidad de horas que me paso simplemente tumbada en la cama
sin leer ni pensar en nada. (…)
Desearía que estuvieras aquí. Estoy más a
solas conmigo misma de lo que había estado desde la niñez. Me preocupa
que Helvetia me haga sentirme mal, pero, por lo demás, estoy bien,
excepto cuando me quedo empantanada en el trabajo. Supongo que tanto tú
como G. ya habréis escrito novelas. Sigo creyendo que fue una buena
idea que yo no me marchara a África, ¿no te parece? Porque con las
complicaciones externas, así como las internas, no creo que hubiera
podido hacer nada. Pero quizá te disguste tanto mi ritmo lento que, a
estas alturas, pienses que ya no importa lo que haga. Creo que podría
ir a África antes de haber terminado por completo el libro, pero como
ya te he dicho, no debería pensar en eso hasta noviembre, cuando tú
habrás regresado o no. No me trasladaré antes, a menos que suceda algo
desagradable que me imposibilitara seguir trabajando aquí. También tengo
que documentarme sobre huracanes, y hacerlo pronto. Espero tener
mejores noticias que comunicarte sobre mi progreso la próxima vez que
te escriba, pero deseo que sepas siempre lo peor, para que no hagas una
falsa idea de mí.