Por Mateo Niro

1.

Este libro compila cartas muertas , como las que refiere ese oscuro postfacio del Bartleby de Mellville. Ahí, el narrador se dirige con buenos modos a cualquier lector para ponerlo en autos sobre el rumor que pesa sobre la vida anterior del extraño personaje que repetía una y otra vez: «Preferiría no hacerlo». Cuenta así «que Bartleby había sido un empleado subalterno en la Oficina de Cartas Muertas de Washington, de la que fue bruscamente despedido por un cambio en la administración. Cuando pienso en este rumor -dice el narrador- apenas puedo expresar la emoción que me embargó. ¡Cartas muertas!, ¿no se parece a hombres muertos? Concebid un hombre por naturaleza y por desdicha propenso a una pálida desesperanza. ¿Qué ejercicio puede aumentar esa desesperanza como el de manejar continuamente esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas? Pues a carradas las queman todos los años. A veces, el pálido funcionario saca de los dobleces del papel un anillo -el dedo al que iba destinado, tal vez ya se corrompe en la tumba-; un billete de Banco remitido en urgente caridad a quien ya no come, ni puede ya sentir hambre (.)» (1). Las cartas muertas son mensajes aberrantes, el botón de muestra de un sistema que propende a tal desbarajuste. Porque la carta se constituye con una solicitud de correspondencia hacia el misterio que hay del otro lado: nadie puede aseverar a ciencia cierta lo que habrá en el destino cuando el mensaje pueda por fin atravesar el tiempo y la geografía.

Cartas que nunca llegaron , de Enrique Williams Álzaga, compila las cartas que María Guadalupe Cuenca le envió a su marido, Mariano Moreno, cuando éste se hallaba embarcado en alta mar. Iba en viaje diplomático, un destierro camuflado con algún honor, consignado por la Junta de Gobierno a la que él había renunciado enfrentado a su presidente, Cornelio Saavedra. María Guadalupe, Mariquita , escribió y mandó al menos once cartas: la primera está fechada el 14 de marzo de 1811 y encabezada por una invocación: «Mi querido y estimado dueño de mi corazón»; mientras que la última, del 29 de julio del mismo año, se cierra con un deseo: «Dios me dé paciencia». Mariano Moreno había muerto diez días antes de la primera carta, el 4 de marzo, y sepultado en el mismo Océano Atlántico que no pudo atravesar. De la muerte se han tejido sospechas fundadas, sobre todo por el testimonio de su hermano menor, Manuel, que lo acompañaba en la travesía y así lo dejó estampado en sus memorias.

2.

Las compilaciones de cartas tienen un carácter autoral ambiguo en donde se presenta, por un lado, quien escribió originalmente la misiva -la vivió- y, por el otro, quien se arroga la posesión de la cosa -la materialidad del escrito (2). Así lo exhibe este texto (3): «La primera de las cartas de María Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno que tengo en mi poder lleva fecha 14 de marzo de 1811.» (4) (p.38-39)

En muchos de los casos, a su orden está también la anotación particular -la suerte de aclaración, el rellenado de la elipsis- y el análisis prematuro que se pueda hacer de los documentos. En este caso, Enrique Williams Álzaga firma, advierte y prologa extensamente el libro. Así comienza la Advertencia :

FORMAN este volumen diez cartas inéditas de María Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno escritas después de la partida éste para Inglaterra. «Cartas que nunca llegaron», las he titulado, pues impidió la fatalidad que el destinatario las recibiese (5) . (p.9)

También en esta advertencia consigna los motivos de la publicación: aclarar algunos puntos oscuros de la historia -entre otros, dice, la persecución al partido morenista por medio del saavedrismo y «la confirmación irrebatible de que fue, la de Mariano Moreno, una familia pobre, virtuosa, profundamente cristiana y unida por un gran respeto y un gran amor» (p.9). Para todo esto se sirve del corpus -las cartas de Mariquita- que desmembrará a lo largo del extenso análisis con el que antecede al llamado apéndice, la trascripción sin más de las mismas. En la última parte se vuelven a repetir en reproducciones facsimilares.

El libro de Álzaga es un trabajo riguroso: no tanto en las anotaciones, ya que no las requiere demasiado teniendo en cuenta que es una historia sabida, sino más bien en la exposición documental. Señalamos esto porque se trata en todos los casos de cartas que despliegan un intenso valor emocional e histórico; tanto es así que para toparse con ellas se requiere casi indispensablemente ir a dar con este libro (6) o a las diversas reproducciones hipertextuales que citan como fuente al mismo. Sirve de ejemplo el haber sido la piedra de toque de la obra de teatro Cartas a Moreno de Jorge Goldenberg estrenada 20 años después de su publicación, en 1987 en el teatro Payró de la ciudad de Buenos Aires (7).

Decíamos que los rodeos paratextuales al cuerpo de misivas en las compilaciones de cartas son la justificación autoral del poseedor de la carta/mensaje; ese rodeo puede tener más o menos buenas intenciones y factura, tomando en cuenta lo que se pueda decir a lo ya dicho y la necesidad de esto. En este caso, podemos marcar dos porciones en el texto bien diferenciadas: una, la de la carrera pública de Moreno, quizá más redundante con otros textos de la Historia ; y otra, la que pone el foco en la historia íntima, la de puertas adentro, la cotidiana, la amorosa y, en todo caso, la de la revolución que se mira desde el cristal de la ventana de la mujer que espera.

Esta historia de amor de la que estas cartas resultan había comenzado, de alguna manera, en 1799, cuando Moreno decide viajar desde Buenos Aires hacia Chuquisaca, la de la célebre universidad, para proseguir sus estudios de derecho. Se trataba de una travesía inmensa. Una vez allí conocerá la obra de autores que lo terminarían formando en el Moreno revolucionario: Montesquieu, Locke, Bacon, Jovellanos, entre otros. Y también conocerá a la casi niña María Guadalupe Cuenca, al ver un retrato suyo en la vidriera de un platero. Preguntará quién es. La conocerá y se casará con ella el 20 de mayo de 1804. Chuquisaqueña, es huérfana de padre y se ha educado en un monasterio de monjas. Tendrán un único hijo, Mariano, y volverán a Buenos Aires. Aquí, transitarán juntos los días fervorosos de la revolución de mayo, se lo nombrará secretario de la Primera Junta , se enfrentará con Saavedra y solo emprenderá el lento camino del destierro en el que encontrará su muerte.

3.

En este cruce entre lo público y lo privado, las cartas de María Guadalupe a su esposo resultan ser reveladoras. Vale la pena volver al contexto de producción del mensaje: Moreno zarpó dejando a la joven sin más que la ausencia; el prejuicio es que Mariquita -mujer y muy joven- no sabía más del orden público, si es que algo sabía, sino a través de los ojos y de la boca de su marido -docto y experimentado varón. Al irse Moreno, ya no le quedan ni ojos ni boca más que los propios, y sin embargo María Guadalupe parece no perderse detalle del acontecer público:

En la plaza principal están levantando una pirámide y dicen que van a poner, en un lado la Reconquista , en otra la entrada del inglés y en el otro la instalación de la Junta , y dicen también que van a hacer fiestas Reales; en la otra te aviso todas las novedades (.); lo han desterrado a Mendoza, a Azcuénaga y Posadas; Larrea, a San Juan; Peña, a la punta de San Luis; Vieytes, a la misma; French, Beruti, Donado, el Dr. Vieytes y Cardoso, a Patagones; hoy te mando el decreto para que veas cómo mienten estos infames; Agrelo es el editor de «Gacetas», con dos mil pesos de renta, por si acaso no has recibido carta en que te prevengo que no le escribas a este vil porque anda hablando pestes de vos y adulando a Saavedra; su mujer no me ha pagado la visita que le hice, en fin, se ha declarado enemigo nuestro y ha jurado que no volverás a beber agua del Río de la Plata (.); han puesto Tribunal de Vigilancia; Gutiérrez, Villegas y no sé qué otros son los jueces. Del pobre Castelli hablan incendios, que ha robado, que es borracho, que hace injusticias, no saben cómo acriminarlo, hasta han dicho que no los dejó confesarse a Nieto y los demás que pasaron por la armas en Potosí, ya está visto que los que se han sacrificado son los que salen peor de todos; el ejemplo lo tienen en vos mismo, y en estos pobres que están padeciendo, después que han trabajado tanto, y así, mi querido Moreno, ésta y no más, porque Saavedra y los pícaros son los que se aprovechan y no la patria, pues a mi parecer lo que vos y los demás patriotas trabajaron está perdido, porque éstos no tratan sino de su interés particular (.) (20 de abril de 1811, p.71)

A todas vistas, ella asume el rol pasivo de mera mensajera; pero al referir también evalúa. Y en esta evaluación nuevamente se hibrida lo público/privado, lo político y lo íntimo en un mismo remate: «lo mejor será que me hagas llevar» (id.). Es más, se cargan con valores opositivos estas esferas: a la patria le asigna (la patria saavedrista, para el caso) el disvalor por ser la causante de haberla apartado de su Moreno; a su amor , por supuesto, el positivo. Entonces, en el tablero que la propia Mariquita dibuja a través de sus cartas se halla ella sola, adentro de la casa – desterrada , según sus propias palabras- frente al enemigo, la patria, que ha querido apartarla de su marido hasta el momento en que él la mande a llamar.

Yo no he dado nada porque como vos no estás ni yo tengo otro patriotismo sino el de mi Moreno, no hago ningún servicio a la patria con quitarme de la boca esos reales; no he ido a ninguna función desde que saliste, las muchachas quisieron llevarme pero yo no he querido ir porque no tengo el corazón para eso ni puedo sufrir la presencia de los autores de nuestra separación y enemigos mortales nuestros (p.76)

Sumado al enemigo real, la patria saavedrista , se presenta el enemigo imaginario de Mariquita, la inglesa : ahí está el miedo a perder a su esposo en manos de una extranjera que lo seduzca en el viejo continente, el verdaderamente revolucionario. Pero frente a eso, María Guadalupe opone resistencia. Dice que ahí sí, con la desazón de saberse engañada por su amado, pero por sobre todas las cosas, despojada de él por otra -la inglesa-, no esperará consentimiento de su marido e irá a donde él esté (8). Del ruego -del dicho-, pasaría a la acción: dejar las cuatro paredes de la casa e ir a recuperar lo que es suyo y no de otra. «Si tal cosa sucede -dice en carta del 9 de mayo- tendré que irme aunque no quieras, para estorbarte». En este caso, como se ve, irá sin que la llamen, la voz pasiva se volverá activa.

4.

El caso es que ni el devenir de la Primera Junta , ni el amor, ni los celos fueron leídos. Y la carta sin lectura se transforma en una piedra que se arroja al mar y así, estéril, se hunde. Y cuando esas cartas son tres, son diez, son cien, una tras otras que van y no llegan porque el otro ya no está, parece excesivo: una letanía, el sonido constante que busca su eco y no lo encuentra, una melodía seca, monocorde y desgarradora cuando se sabe qué no hay quién del otro lado.

Las cartas que presenta Álzaga son once, de las cuales una es sólo un fragmento sin fecha: once cartas en cinco meses, con los días que duran tanto cuando se espera una señal que amedrente la pena por la ausencia. ¿Cuántas cartas de amor pueden tolerarse sin que se produzca la correspondencia?

Del 14 de marzo
«no dejes de escribirme en cuanto barco salga y avisarme todo, ya basta de guardar secretos para tu mujer» (p.69)

Del 20 de abril

«van a hacer tres meses que te fuiste pero ya me parecen tres años» (p.70)

«lo mejor será que me hagas llevar porque no puedo vivir sola» (p.71)

Del 1ro. de mayo

«no te enojes de tanto borrón ni te olvides de tu Mariquita; dedícale siquiera una hora al día para acordarte de ella y para corresponder las lágrimas y desvelos que tiene por vos» (p.73)

Del 9 de mayo

«yo no pierdo ocasión [de escribirte] y si hubiera todos los días también lo haría, y vos hacé lo mismo porque a mí no me queda otro consuelo; quisiera escribirte cada día, con ésta van siete cartas y una esquela, y yo hasta ahora no he recibido ninguna tuya, y ya hace tres meses 17 días que te fuiste, por Dios Moreno escríbeme a menudo y date un lugarcito para leer mis cartas, aunque disparatadas, y no las tires sin leerlas, acordate de tu Mariquita» (p.74)

Del 25 de mayo

«yo extrañándote cada día más y más, y deseando con ansia recibir carta tuya» (p.75)´

Del 9 de junio

«pero ya te puedes hacer cargo como estará mi corazón con tu ausencia y cada día se aumenta más mi pesadumbre al ver que se cumplen cuatro meses, diez y ocho día de tu salida, y todavía no tengo el consuelo de recibir carta tuya; unos ratos le pido a Dios paciencia para esperar tus cartas y tu vuelta, otros ya me parece que me has olvidado» (p.78)

«no dejes de escribirme pero no enojado» (p.80)

Del 21 de junio

«con la pesadumbre de no saber de vos en cinco meses que se cumplen mañana» (p.80)

«Acaba de entrar tu tío don Martín a darme una noticia favorable, aunque yo hubiera querido que viniera acompañada de carta» (p.81)

Del 23 de junio
«aunque hace ya días que te escribí vuelvo a hacerlo por no dejar de hablarte aunque sea por medio de estos cuatro renglones» (p.82)

Del 1 de julio

«para mí no hay oferta más agradable que ésta [escribirte cartas], y así quisiera que todos los días hubiera proporción, para hacerlo, y te he escrito tantas cartas que si las recibes todas quizás te incomoden y te canses de leer tantas majaderías, pero si me amas lo mismo que antes las leeréis con gusto» (p.82)

Del 29 de julio

«ya con ésta llevo escritas trece o catorce cartas» (p.83)

«no dejes de escribirme todo lo que te pasa, ábreme tu corazón como a tu mujer e interesada en todas tus cosas» (p.84)

«procura que nos veamos pero me parece que aquí no puede ser, porque cada día va peor, hazme llevar; adiós, mi Moreno, no te olvides de mí, tu mujer María Guadalupe Cuenca» (p.85)

Las de María Guadalupe a Mariano Moreno son, claro, cartas de amor. Y las cartas de amor, como ningunas otras, deben responderse: parecen escritas con ese fin excluyente. Mariquita escribe sus cartas para que su amado le responda y así conjurar la ausencia y el letargo del desamor físico, sentir de boca del ser amado en lo que dice y que no se puede palpar, hacer un acto de fe creyendo que eso que se dice, es. Obviamente no sabe que su amado, antes de que ella despuntara la primera línea, había muerto. Las once cartas, carradas de cartas, son cartas muertas que no fueron al fuego.

5.

Las cartas de María Guadalupe Cuenca de Moreno conforman así un raro cuaderno de bitácora. Porque lo que cuenta con lujo de detalles es día a día la inmovilidad de un cuerpo que espera, mientras que el marido es el que viaja por el mar . Pero él deja las páginas vacías. Son las cartas y las memorias de su hermano, Manuel Moreno, las que completan la otra historia, la del barco que sí se mueve: «El accidente mortal que cortó esta vida fue causado por una dosis de emético ( 4 gramos de antinomio tartarizado) que le administró el capitán en un vaso de agua una tarde que lo halló solo y postrado en su gabinete» (9). Según infiere Álzaga, María Guadalupe es anoticiada del deceso de su esposo durante el mes de agosto. Esto, teniendo en cuenta que la última de la serie de cartas es del 29 de julio.

Las cartas de amor, por lo general, se suceden una tras otra frente a la ausencia del ser amado; hasta que se produce el encuentro. Una vez sucedido, las cartas no tienen más razón de ser. Del dicho se pasa al hecho. En el caso de María Guadalupe y su amado, después de las cartas ya no hay nada. Y durante éstas, como dice la célebre carta de Kafka a Milena, sólo hubo, con una literalidad exagerada, » una relación con fantasmas, y no sólo con el fantasma del destinatario sino también con el propio fantasma del remitente, que crece entre las líneas de la carta que se escribe, y más aún en una serie de cartas, donde la una corrobora a la otra y puede referirse a ella como un testigo. ¡Cómo diablos pudo alguien tener la idea de que la gente se comunica entre sí mediante cartas!» (10).

Notas:

(1) Melville, Herman, Bartleby , Buenos Aires, Edicom S.A., 1969, pp.101-102. Traducción de Jorge Luis Borges.

(2) Digo con esto que los derechos autorales sobre las cartas gozan de ciertos grises ya que lo que se pone en cuestión es la refriega entre el mensaje y su soporte: ¿de quién es la carta? ¿de quien la remite? ¿de a quien se le destina? ¿del poseedor de la cosa -el papel, la cartulina, la tarjeta postal, etc.?

(3) En todos los casos de cita al texto principal, las referencias son las que se indican al principio del texto.

(4) Las cursivas son mías.

(5) Id.

(6) Tampoco es tan sencillo dar con él, ya que es un libro no reeditado y con muy poca circulación. En mi caso, sólo pudo ser hallado en la Biblioteca Nacional de la República Argentina.

(7) Goldenberg, Jorge, Cartas a Moreno (Variaciones sobre una carta de María Guadalupe Cuenca) , Buenos Aires, teatro General San Martín, 1987. Reproduzco la cita: «JAVIER (al público) Alguien de entre nosotros encontró reproducidas en un libro. / MYRIAM (interrumpe) Alguien no; yo encontré. / JAVIER Ella encontró reproducidas en un libro. / MYRIAM Cartas que nunca llegaron , de Enrique Williams Álzaga.» (p.26)

(8) 1ro. de julio de 1811

(9) En «Colección de arengas en el foro y escritos del doctor Mariano Moreno», referido en Cartas que nunca llegaron , p.56.

(10) Kafka, Franz, Cartas a Milena , Buenos Aires, De la flor, 1974, p.253

Categorías: Libros