Agosto de 1951

Querida Edith:

No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear muchas veces por París, para ir a escuchar Bach a la Sala del Conservatorio, para ver un eclipse de luna en el parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para prestarle un pulóver verde (que todavía guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban).

Yo soy otra vez ése, el hombre que le dijo, al despedirse de usted delante del Flore, que volvería a París en dos años. Voy a volver antes, estaré allí en noviembre de este año. Y desde ahora pienso, Edith, en el gusto de volverla a encontrar y al mismo tiempo tengo un poco de miedo de que usted esté ya muy cambiada, sea una parisiense completa, hablando el lenguaje de la ciudad, y los hábitos de la ciudad, y todo eso que yo tendré que ir aprendiendo poco a poco, con cuanto trabajo.

Tengo además miedo de que a usted no le divierta la posibilidad de verme, que al contrario le fastidie este recuerdo de Buenos Aires –ya que yo soy un poco Buenos Aires, eso que usted dejo atrás–. Por eso le pido desde ahora, y se lo pido por escrito porque me es más fácil, que no vaya a crearse problemas de “buena educación” cuando yo la busque en París. Si usted está ya en un orden satisfactorio de cosas, le pido que me lo diga sin rodeos. ¿Por qué no? Sería mucho peor disimular el aburrimiento.

Si le choca este tono un poco vehemente, le pido perdón. Sobre todo cuando nunca le escribí una sola línea, ni hice nada por comunicarme con usted. La verdad es que deseaba volver, no escribir; arreglar mis cosas para volver a París, y allí, un buen día, encontrármela, y seguir siendo buenos camaradas como antes. A usted no le reprocho que no me haya escrito. Me parece perfectamente natural. Demasiado intensamente estará viviendo para dedicarse a las pálidas tareas epistolares. Pero me gustaría que alguna vez se haya acordado de mí, como yo me he acordado mucho aquí, cada vez que el recuerdo de aquel tiempo me volvía como un aire fresco.

Creo que estaré en París en la primera semana de Noviembre. Gané una de las becas del gobierno francés, y probablemente iré a alojarme a la Cité universitaire. Por lo demás, estoy quemando aquí las naves, y tengo la firme intención de quedarme en París. Algunos amigos que tengo me buscan en estos momentos algún trabajo para completar mi presupuesto (las becas son miserables y no alcanzan para nada); espero poder irme arreglando.

Con toda franqueza le digo que me fue bastante mal con sus amigos. Por supuesto que Miss Mayer fue gentilísima, pero Gerber y yo no sintonizamos, y mucho menos con Zubrisky. Cumplí con sus encargos, repartí las postales y lo que usted me había dado, y me volví a mi rincón. Es evidente que no siempre se puede simpatizar con una persona por intermedio de otra. La simpatía es cosa directa y personal.

Por correo aparte le mando un libro de cuentos que he publicado en estos meses. Ya me dirá si le gusta. Jorge D’Urbano me dijo que le había encontrado en París, y que usted estaba bien. Pero como no agregó nada más, supuse que no había ningún mensaje especial para mí. (Esto explica un poco el tono inicial de esta carta, que me hace reír ahora que la releo).

En fin, me gustaría verla y que usted esté igualita, y que todavía vaya a Chantecler a escuchar suites de Bach. Me gustaría que siga siendo brusca, complicada, irónica, entusiasta, y que un día pueda prestarle un pulóver o que usted pueda prestármelo a mí –aunque esto último va a ser trágico, porque apenas me va a llegar al estómago.

Querida Edith, no se enoje por esta carta o si se enoja, que sea un enojo bonito y que pase pronto. Me gustaría que le gustara –vea como repito las palabras, y eso que mi maestra de quinto grado se mataba corrigiéndome el vocabulario y enseñándome sinónimos–, me agradaría que le agradara alguno de mis cuentos. Si usted ya no está en la dirección donde le mando mi carta, y con todo se la hacen llegar, ¿será buena y me mandará su dirección para que yo, una tarde, lleno de alegría, pueda…? (¡Suspenso! Lo que quiero decir es que no me gustaría encontrar la casa vacía, o que usted se mudó a Burdeos, o a Lyon, o que vive en la tour d’Olivier de Clisson, que tanto me gusta). ¿Verdad que me va a mandar su dirección, si ha cambiado?

Edith, hasta dentro de poco, con el mucho afecto de

Julio Cortázar

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