Hoy que la vida sobre mí se cierne
con faz incierta, si no amenazante,
vuelvo hacia ti mis pasos, Julio Verne,
busco en mi librería trashumante,
y retrocedo un poco hasta la infancia,
que mis ojos mojados ven distante.
Y me encuentro embebido en la fragancia
misteriosa del patio provinciano
de una casona patriarcal y rancia,
mi primer libro tuyo en una mano.
Era un sillón de mimbre plañidero,
era una untuosa tarde de verano,
era a la sombra azul de un limonero
de rostros orientales constelado.
Me hice a la mar contigo, compañero,
dispuesto a no apartarme de tu lado,
desfallecido casi de impaciencia.
Yo llevaba ampliamente desplegado
el velamen feliz de mi inocencia,
confiado en lo seguro de tu abrigo
bajo la antorcha clara de la ciencia.
Ese día te hiciste de un amigo,
de un fiel amigo de ejemplar constancia
que, a través de la edad, sigue contigo.
Yo te he leído en toda circunstancia:
en el asiento duro del tranvía
y en el pasto agresivo de la estancia.
¡Con cuánta sutileza y artería
hurtaba al profesor de geometría
el rumor de las hojas que volvía!
Yo exaltaba la ingenua audacia mía
hasta la de tus héroes admirables
y gozaba lectura y rebeldía.
Días de vacaciones, memorables,
en que partí, bajo tu mando experto,
hacia comarcas inimaginables,
nauta varado sin salir del puerto.
Noches en que, a las doce y veinticinco,
el sueño me encontraba bien despierto
porque cada capítulo era un brinco;
mientras mi madre ahondaba su reproche
con renovado y sentencioso ahínco:
que los niños no leen por la noche,
que recordara la hora de la escuela.
¡Si la quimera, madre, a medianoche
traza su rauda, imperceptible estela!
Yo apagaba, y el cuarto silencioso
era el marco mejor a tu novela:
el lecho blando era insondable foso,
la penumbra hogareña, densa bruma,
y el aire del montante, alisio undoso.
César Fernández Moreno
Publicado en AA. VV., La poesía del cuarenta , Buenos Aires, Centro editor de América Latina, 1981
0 comentarios