México, D.F. a 28 de agosto de 1947

Mujercita:


¿Verdad que salí rete corajudo? Ésa es la cosa, que no sé de dónde saco esa mirada tan furiosa siempre que me retrato. Por eso es que no me gusta hacerlo. En cuanto al corte del ídem es, según el fotógrafo, el estilo que él tiene, pero yo más bien creo que le salió fuera de foco la parte que falta y tuvo que cortar para que no se notara. Sí, tú sigues siendo la muchachita trucha de todos los tiempos; no se te va ni una y no fijándose, no fijándose, ves todo. Eso fue lo que me pasó: al retrato le faltan las orejas; pero esto no es obstáculo para que yo no te oiga muy bien y ponga mucha atención a lo que tú me dices.
Me está dando mucho gusto saber que estás contenta y que ya estás aprendiendo a distraerte. Eso quiere decir que todos en tu casa están bien y que las cosas van caminando por el buen camino. Me da mucho gusto, Clara Aparicio.
Oye, Angelina, esa fotografía que me cuentas te sacaron en el jardín de San Francisco con traje de valenciana y junto a la estatua, me están dando muchas ganas de verla porque ese juego de las dos estatuas se ha de ver bonito y además, quiero verte ese traje tuyo que no me acuerdo cómo es.
De lo que me dices del cuento se me está ocurriendo decirte que está mal; ahora que lo leí ya impreso no me gusta y es que realmente está muy mal escrito. No creas que te estoy contando un cuento por no mandártelo, pero la verdad es que he estado fallando en eso de escribir. No me sale lo que yo quiero. Además, se me van por otro lado las ideas. Y todo, al final, se echa a perder. Si logro hacer ese de «Una estrella junto a la luna», de que te platiqué en cierta ocasión, te lo mandaré a la carrera antes de publicarlo para que le des el visto bueno. Eso lo haré cualquier día de estos. Cualquier día de estos en que llegue a sentirme tranquilo (lo dudo mucho). Aunque yo sé bien que no será posible hasta que no encuentre la manera de tenerte a un ladito mío y pueda estar viendo a esa gentecita a la que quiero tanto.
Angelina, amorcito feo. Aquí los días y las noches cada vez se hacen más cortos y el tiempo más pequeño. A veces quisiera estar en algún perdido lugar de algún cerro para poder ver pasar el tiempo y agarrarlo y ver si se detiene. En ese momento quisiera estar contigo, cerquita de tu corazón. Eso quisiera. Esta ciudad tuya, cuando tú me escribes y te siento platicar, es la gran ciudad; pero a veces no, a veces, cuando pienso lo lejos que estás, me entra un sordo aborrecimiento y cuelgo el pico y tarda muchas horas en quitárseme la tristeza.
Sin embargo, yo tengo una fe muy grande en ti, creo en ti y en Dios, y en lo demás no creo. Y Dios sabe poder porque siempre ha sido así, poderoso. Y él sabe que yo tengo tanto cariño por ti que ya resulta pequeña mi conciencia para soportar lo que, estoy seguro (no sé), pero siento en lo hondo una gran seguridad en que saldrá todo bien, tarde o temprano, pero todo saldrá bien, adorada mujercita.
Entretanto, ya no me queda ningún pensamiento; todos se han ido para allá, a veces en montón, a veces de uno en uno, pero todos se me están yendo para donde tú estás.
Espero esos retratos tuyos. Me urgen mucho. Ojalá cuando se regrese el tren en que va esta carta se vengan para acá ellos.
Guárdame aunque sea un momento (ininterrumpido) en tus recuerdos. Yo me quedo pensando en esa cosita hermosa y tiernamente querida que se llama la chachina.


Tu Juan


Criatura divina

Publicado en Aire de las colinas. Cartas a Clara, Sudamericana, Buenos Aires, 2000.