Buenos Aires, Libros del náufrago, 2011


El origami es un arte de origen japonés que, en esta novela, se lo explicita como una metáfora de la vida de su protagonista (en realidad, de todas las vidas). Así lo dice en el primer breve capítulo, en ese que se presentan las cosas tal cual son: “Si tuviera que darle un nombre a esto que escribo, podría decir que es un origami”. Y así, pliegue a pliegue, va contando cada cosa que fue componiendo su historia, la de la narradora, Lara. Ella vivía en España, tenía 16 años y se enteró casi por casualidad que la burbuja se había explotado. Su padre, que nunca estaba, y su madre, que sí estaba aunque siempre deprimida, se reunieron en la cena con ella, cosa bastante excepcional, y le dijeron que se volverían  a Argentina porque en el bienestar que brindaba el primer mundo español se había acabado. Fue así que emprendieron ese viaje al fin del mundo y recalaron en Bariloche. Una noche de esas en el Sur, Lara descubrió que su madre llevaba un anillo que nunca le había visto; le dijo que era de su hermana Violeta, que había muerto en un accidente; y una cosa fue llevando a la otra, y así llegaron unas cuantas fotos recuperadas de una caja de Pandora; y todo eso fue desovillando algo de ese pasado familiar misterioso de ella, de su madre, y por ende de la historia de ella misma. Cuando su padre descubrió que esa leve realidad estaba saliendo a la luz, se enfureció y eso hizo que su madre nuevamente se replegara como una madeja que se apelmaza.

La historia siguió con Lara enamorándose de Manque, un joven músico de origen mapuche, que le irradia el amor por la música barroca, por él mismo y por la vida.

Cierto día, cuando Lara encuentra en un libro azul que estaba leyendo (Por quién doblan las campanas,de Ernest Hemingway) una carta guardada, todo se da vueltas y nada vuelve a ser como antes en ella. Esa carta era de la madre de su madre, su abuela japonesa, que le decía  que la perdonaba por lo que había hecho. Allí fue Lara a Buenos Aires y buscó la dirección del remitente de esa carta secreta, conoció a sus abuelos porque seguramente ellos la ayudarían a tirar nuevamente de la cuerda que desanude la historia de la vida, darían luz a los pliegues del origami. 

(M. N.)

Esa noche descubrí que las cartas viejas encierran voces de tiempos remotos atrapados en la tinta, en las hojas que se han tornado amarillas. Como un genio prisionero en una botella, esas voces acechan esperando el momento en que algún desprevenido las libere del presidio. Entonces vuelan como aquella paloma de papel, escapan, y ya nada ni nadie, para bien o para mal, puede volverlas a su lugar.

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