Buenos Aires, SM, 2009

Por María Trombetta

Demetrio sigue buscando su identidad. Si en “¿Quién le teme a Demetrio Latov?”, la primera entrega de la saga escrita por Ángeles Durini, la intriga giraba en torno al descubrimiento de su pertenencia a una estirpe de vampiros, en esta ocasión, aunque todavía le quedan secretos por develar, el protagonista se afirma en indagar su propio lugar en esta historia, para poder insertarse en el mundo como quien verdaderamente es.
La estructura de la novela retoma los recursos clásicos del género: está narrada a partir de los diarios y cartas que escriben Demetrio y otros personajes, siempre niños y niñas amigos suyos. Así que la historia no sólo se conforma desde los puntos de vista de éstos, sino que queda afuera por completo la mirada de los adultos, que en general participan sin enterarse de lo que pasa, salvo las excepciones de la abuela cómplice y de un personaje misterioso que será quien desencadene el conflicto.
Como los héroes románticos, Demetrio recorre largas distancias, alejándose de todo para poder descubrirse, y recién después retomar los vínculos con quienes lo quieren. Como todos los niños de su edad, entre los que están sus lectores, en ese distanciamiento necesario de los padres y en la búsqueda del reflejo en los otros, pares. Precisamente, el reflejo que no le devuelven los espejos, aunque él nunca se canse de intentar verse en ellos.

Carta de Juan Bautista Gutiérrez  a Guillermina Reyes, y a Demetrio Latov, desde Moldestévora
           
Sábado 29 de Marzo

Mis estimadísimos Guille y Demi:
Incluyo a Demetrio en el encabezado porque calculo que a esta altura ya habrá vuelto, y si no, Guille, leele esta carta cuando finalmente vuelva. No pude leer los mails, si es que me mandaste alguno, Guille, ya que nos fue imposible encontrar un cíber. Primero porque nadie, absolutamente nadie, nos entiende. Los habitantes de este lugar tienen un idioma rarísimo que no se parece en nada al nuestro. Cuando preguntábamos dónde se podía mandar un mail, nos miraban como si fuéramos marcianos. Encima, mientras caminábamos, se largó a llover a cántaros, empezó a caer granizo en esta ciudad toda de piedra. El batifondo que armaba la piedra contra la piedra  nos hizo ir corriendo hasta el hotel. Mi papá vio que había un correo al lado de la estación de tren, así que, si el lunes no llueven piedras, vamos a ir a echar la carta, a la manera antigua. Entonces pasarán siglos hasta que la lean…

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