Solicitada

(de Agradecimiento)

A L.R.:


Si mi carrera literaria fuera un éxito, la actitud de usted podría ser, o no, envidia. Como fracasos no se envidian, seguro estoy de la sinceridad de su juicio. Pero, tan, tan justo no es. Tan, tan mal no escribo. 
Quizá no le guste saber que usted me ayuda; siempre he creído que la simple «mención de autor» beneficia a éste, igual con adjetivaciones adversas que con aprobaciones. Los dos estamos en lo mismo: en cobrar existencia. Yo paso todo el invierno en quitarme el frío. Y todo el año en quitarme la inexistencia. A ello usted me ayudó; no tanto como para hacerme resucitar, como hicieron conmigo tantas veces Scalabrini Ortiz, Borges, Hidalgo, González Lanuza, Soto, Bernárdez, González Carbalho, Marcos Fingerit, G. Laferrère, Denis-Krause (de Gómez de la Serna no digo que me resucitó pues hasta puedo decir que me nació). Particularmente. H. Rega Molina inventó un Obituario de Resucitados e inauguró la Sección conmigo, el más muerto y resucitado por año. 
Todo viviente es inmortal, solo el hombre lo es con miedo de muerte; y solo se lo quita consiguiendo que le tuesten la «existencia», y este tostado, esta consistencia se la da a su existencia la mirada (mención, publicación) a su existir y su nombre. Las ciudades, en parte las patrias y la unidad universal de la humanidad, no han sido hechas porque el hombre sea sociable; no lo es, sino conventillero: toda la publicidad, cátedras, libros, oratoria, arte, es para que nos vean la existencia; sin color, olor ni sabor el agua no tuesta el pan. La vida que nos miran se calienta. Quedemos agradecidos. (Sería largo enumerar todo lo que, de puro conventillero, ha hecho el hombre: casi toda la Historia. Mandar , entrometerse, enjaular a las tribus felices y hacerlas trabajar a horario, cambiar iconos, misionar, imponer opiniones, cambiar modos de vivir y gobiernos.) 
Me quedé pues sin lo único que hubiera podido darme creencia en un éxito: me sigue faltando el primer envidioso. Creo muy certera su crítica en cierta parte; creía saber yo solo dónde estaba mi falla principal. También se puede acertar descubriendo algo bueno en un autor. No hay que especializarse tanto. Creo en su éxito, y se lo deseo, en los talentos de crítico, que son dos. 
También opina que el libro es innecesario. ¿Pero qué hago yo ahora? O usted no es un crítico necesario o si lo es debe darme el remedio. ¿Cómo hago para que no exista, si ya está publicado? Ayúdeme usted a financiar su inexistencia de presente. O si no, usted es un mal convivente pues es antisocial señalar defecto no remediable; la crítica necesaria vale por lo que ilumina y auxilia y hasta reconduce a uno a la autocrítica, en la que somos tan remolones. 
Ya dije, a propósito de la Historia , lo que no debemos ser; hay que elegir entre no entrometerse o ayudar. 
Es fuerte cosa verse clasificado «autor innecesario»; en mi inocencia me fié; los críticos por usual cortesía no ponen tanta Cantidad en sus vocablos de censura. Nos han preparado mal para la Verdad , que es la única preocupación de usted. 
Agradezco la mención y lo saludo.


MACEDONIO FERNÁNDEZ

Papeles de Buenos Aires, Nº 5 (mayo 1945)

Publicado en Papeles de Macedonio Fernández , Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1964