CIUDADANO PRIMER CÓNSUL: No os ocultaré mis errores. He cometido algunos. ¿Hay acaso hombre que no los cometa? Estoy más que presto a reconocerlos. Tras la palabra de honor del capitán general que representa al gobierno francés, tras una proclamación dirigida a la colonia en la que ha prometido lanzar el velo del olvido sobre los acontecimientos que habían tenido lugar en Santo Domingo, yo —como hicisteis vos el 18 de brumario— me retiré al seno de mi familia. Apenas había pasado un mes cuando algunas personas —mal dispuestas y por medio de intrigas— causaron mi ruina ante el general en jefe, en quien sembraron la desconfianza hacia mí. Recibí de él una carta que me ordenaba actuar de forma acordada con el general Brunet; obedecí. En compañía de dos personas acudí a Les Gonaïves, donde me detuvieron. Me enviaron a bordo de la fragata Creole, sin que yo sepa la causa y sin más ropas que las que a la sazón vestía. Al día siguiente mi casa se abrió al saqueo; arrestaron a mi esposa y mis hijos; quedaron sin nada, sin medios siquiera para taparse.

Ciudadano Primer Cónsul: una madre de cincuenta años bien puede merecer la indulgencia y cordialidad de una nación generosa y liberal. Ella no tiene cuentas por saldar. Solo yo debo asumir la responsabilidad de mi conducta ante el gobierno al que he servido. Tengo un concepto demasiado elevado de la grandeza y justicia del Sumo Magistrado del pueblo francés para poner en duda, ni por un instante siquiera, su imparcialidad. Me complazco en creer que la balanza que sostiene Ud. en la mano no se inclinará más hacia un plato que hacia otro. Apelo a su generosidad.

Saludos y respeto,

Toussaint Louverture

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