Barcelona, Sol90, 2004
Fue la primera novela de la saga de Tom Ripley, el extra ño
personaje fetiche de las extrañas novelas policiales de la extraña
autora, Patricia Highsmith. La novela es de 1955 –luego llevada al
cine- y cuenta la historia de un adinerado empresario norteamericano,
que decide contratar a Ripley para que busque en un pequeño pueblo
italiano a su hijo Dickie y lo persuada de que regrese. Así, con pasaje
y algunos dólares de reserva –todo infinitamente más que lo que tenía
en su burda vida de estafador de poca monta-, se larga Ripley a la
aventura. Allí, en Mongibello, pueblito costero del sur italiano, se
encuentra con Dickie y con una mujer, Marge, que lo acompaña
(extrañamente, también).
El estafador, cualquiera sea, es un contador profesional de cuentos del tío . Tom, que ya lo era antes del gran salto, lo desarrolla en su nueva vida con excesiva puntillosidad.¿Y cuál es su nueva vida? Ripley decide ser otro, tomar el toro por las astas, asumir la ropa de quien tiene más para perder y él por ganar. La carta, de eso se debe hablar, es, como siempre, una buena coartada: decir que se es otro no siéndolo más que en el dicho, todo para la carta. Pero así como las huellas dactilares es el signo identitario único e intransferible en el hecho, la firma lo es en la escritura -en la carta, sin ir más lejos. También se trata de eso la novela de Highsmith, la portentosa y audaz escritora norteamericana que un día se cansó de serlo: no portentosa, no audaz, tampoco escritora; de lo que se cansó un día es de ser norteamericana.
¿Cuándo voy a ver? Detesto perderme un
verano en Europa después de soportar otro invierno terrible, pero me
parece que volveré a casa a primeros de marzo. Sí, siento nostalgia, de
veras, ¡al cabo de tanto tiempo! Cariño, ¡sería tan maravilloso que
pudiéramos regresar en el mismo buque! ¿Hay alguna posibilidad? Me temo
que no. ¿No piensas ir a los Estados Unidos, aunque sea para una breve
visita, este invierno?
Estaba pensando en mandar mi equipaje (dos baúles, tres cajones llenos
de libros, y varias cosas más!) en un buque de carga desde Nápoles, y
pasar por Roma para, si estás de buen humor, hacer juntos un viaje por
la costa y visitar Forte dei Marmi, Viareggio y los otros lugares que
nos gustan… ¡una última visita! No estoy de humor para preocuparme por
el tiempo, que sé que será horrible. No me atrevería a pedirte que me
acompañases hasta Marsella, donde debo embarcarme, pero ¿y a Génova?
¿Qué te parece?…
El tono de la otra carta era más reservado y Tom sabía por qué: porque no le había mandado ni una postal en todo el mes. La carta decía:
He cambiado de parecer sobre lo de ir a
la Riviera. Tal vez este tiempo tan húmedo me haya quitado las ganas, o
tal vez haya sido el libro. Sea como fuere, me voy antes de lo que
pensaba, desde Nápoles: el 28 de febrero, en el
Constitution.¡Figúrate…estaré en Américxa en el instante de pisar la
cubierta! Comida americana, pasajeros americanos, dólares para pagar en
el bar… cariño, siento no poder verte, ya que por tu silencio
comprendo que todavía no quieres que nos veamos, así que no te
preocupes más. Considérame fuera de tu vida.
Claro que tengo la esperanza de volver a
verte alguna vez, en los Estados Unidos o en alguna parte. En el caso
de que se te ocurra venir a Mongibello antes del 28, ya sabes dónde
serás bien recibido.
Tuya,
Marge
P.D. ni siquiera estoy segura de que sigas en Roma.
Tom la veía llorando mientras escribía la carta y sintió el impulso de escribirle una carta muy amable, diciéndole que acababa de regresar de Grecia y preguntándole si había recibido sus postales. Pero le pareció mejor, más seguro, dejarla partir sin saber dónde estaba él.