Ocaña, 3 de junio de 1941

Querido Carlos:

Sin haber recibido todavía respuesta a mi última, os escribo otra vez. Supongo que el tiempo en la calle es necesario para muchas otras tareas que no son escribir precisamente. Yo, como todos cuantos están en mi situación, vivo, en cambio, pendiente de las cartas, que son el gran acontecimiento de mis días de hoy. He de decirte que quiero veas a Vergara. Josefina no recibe el dinero que acostumbra recibir mensualmente de este amigo, y yo, tampoco. Por tanto, a ella y a mí nos es difícil desde volver nuestra existencia, acechada y combatida por toda suerte de miserias. Tú ya lo sabes, y valiera la pena no insistir. Pero el tiempo que viene complica y aumenta mis problemas y mis más elementales necesidades. Ahora, por ejemplo, acabo de salir de una enfermedad, que me ha retenido en la manta, porque cama no tengo, una semana, y sólo el oportunísimo envío de Azcoaga me hace recobrar fuerzas. Ve, pues, la manera de hablar con Vergara cuanto antes se te posible y de recordarle la necesidad de que no interrumpa ni retarde su ayuda. Tengo unas ganas muy grandes de no estar tan verdaderamente preso, atado tan totalmente. Carlos, la cárcel sería cosa leve en condiciones económicas un poquito mejores. Y lo que puede ser una modificación feliz a esta forma vacilante, insegura de vivir, el traslado tampoco llega. Activadle. En estos días próximos se van a realizar precisamente más conducciones, y es una buena ocasión para incluirme en ellas. Escríbeme. Un abrazo fuerte de tu amigo.

MIGUEL.

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.