Buenos Aires, abril 27 [de 1972]

Querido Roberto:


Aprovecho el viaje de la Sra. para responder tu carta reciente. Como te habrás enterado por los cables internacionales, la situación aquí se ha vuelto bastante crítica. Quien más quien menos tiene la sensación de andar «regalado», como dice el hampa de los que tienen poca vida en los papeles. La rebeldía tipo «cordobazo» se ha institucionalizado ­hace poco tuvimos una en Mendoza­ y probablemente no desaparezca de la escena argentina en esta década. El régimen no ha conseguido tampoco desalojar a la guerrilla, que a pesar de algunos reveses también se prepara para una lucha de muchos años. De la otra vereda, la tortura así como el secuestro y asesinato de militantes, se han consagrado en costumbre semanal o cotidiana. Algunos amigos han muerto, otros están presos, a otros no se los ve tan a menudo como uno quisiera. Uno se acostumbra a tener la casa limpia, a no llevar un diario íntimo ni una libreta de direcciones, a quemar las cartas de La Habana ­qué se le va a hacer­, a mirar siempre los dos lados de la calle y presumir que cualquier teléfono está «pinchado», a no salir de noche, a que haya alguien que nos llame periódicamente para ver si seguimos existiendo. Otros se disponen mentalmente a soportar la tortura sin hablar, como lo han hecho la mayoría de los que cayeron presos, otros sueñan raras pesadillas. Por encima de esa preocupaciones la gran ciudad sigue su vida aparentemente normal, con su inmensa bobería industrializada, y cada uno se inserta en ella como puede, temiendo, sufriendo, simulando, gozando a veces con anécdotas como la del difunto general Sánchez, que aseguraba haber extirpado de Rosario el 85 por ciento de la guerrilla, y el 15 por ciento que quedaba lo cortó en dos con una ráfaga de Fal: primer general, desde la guerra de la Independencia , que muere en combate, aunque eso no tuvo oportunidad de pensarlo, distraído como estaba en su monumental imbecilidad. 
En este clima, comprenderás que las únicas cosas sobre las que uno podría o desearía escribir, son aquellas que precisamente no puede escribir, ni mencionar; los únicos héroes posibles, los revolucionarios, necesitan del silencio; las únicas cosas ingeniosas, son las que el enemigo todavía desconoce; los posibles hallazgos, necesitan un pozo en que esconderse; toda verdad transcurre por abajo, igual que toda esperanza; el que sabe algo, no lo dice; el que dice algo, no lo sabe; el resultado de los mejores esfuerzos intelectuales se quema diariamente, y al día siguiente se reconstruye y se vuelve a quemar. 
Este cambio doloroso es sin embargo extraordinario. Para algunos, la vida está ahora llena de sentido, aunque la literatura no pueda existir. El silencio de los intelectuales, el desplome del boom literario, el fin de los salones, es el más formidable testimonio de que aun aquellos que no se animan a participar de la revolución popular en marcha ­lenta marcha­, no pueden ya ser cómplices de la cultura opresora, ni aceptar sin culpa el privilegio, ni desentenderse del sufrimiento y las luchas del pueblo, que como siempre está revelando ser el principal protagonista de toda historia. 
¿Qué otros nombres puedo sugerirte? Haciendo un repaso, veo que Uds. han invitado a todos los intelectuales nuestros que merecían ser invitados (dentro de lo que yo sé); algún día se verá lo importante que ha sido, a pesar de ciertas apariencias, ese contacto con la revolución viva del pueblo cubano. Sólo encuentro una excepción notable: Leónidas Lamborghini, poeta de primera magnitud, que se declaró peronista en las épocas duras, cuando la inmensa mayoría de los intelectuales (yo incluido) no advertíamos la potencialidad revolucionaria que encerraba el peronismo, por el hecho elemental de que su eje era y es la clase obrera. Lamborghini es además delegado sindical en el diario Crónica, en un momento en que algunos periodistas están bajo el fuego de la represión: Casiana Ahumada presa, otros dos cros. (lkonikof y Alsina) presos y salvajemente torturados, otro Jozami, que acaba de salvar milagrosamente la vida tras un secuestro policial. 
En algún momento creo que te mencioné a Aníbal Ford: es un gran Cro., pero no sé en qué anda. La mujer de Noé, Tununa Mercado, es buena cuentista, trabaja en La Opinión , ha enseñado literatura argentina en Francia y sobre todas las cosas es una compañera excepcional. Mi lista se acaba ahí: puede haber otros, pero como te digo, estoy un poco desvinculado. 
¿Nos veremos? Lilia y yo no perdemos la esperanza de que alguna coyuntura favorable lo permita. Entretanto te rogamos transmitir a todos los amigos y compañeros nuestro cariño, nuestra confianza y, por encima de todas las cosas, nuestra inconmovible seguridad en la victoria de los pueblos que profetizaba el Che. Un abrazo,


Rodolfo

Publicada en www.literatura.org