Madrid, 9 de febrero de 1940

Mis queridos padres y hermanos:

Sé de vosotros por la carta de Elvira. Por fin me explico su largo silencio y veo que está muy atareada con sus tres niños y, además, con tener que ayudar a los paisanos conocidos que han ido a Alicante y su cuñado Ambrosio. Me dice que le conteste a Alicante, pero ni me acuerdo su dirección ni sé si me será posible. Decídselo, mandadme la dirección y el día que pueda le escribiré. Madre, hoy he encargado que te envíen ese medicamento que necesitas y creo que pronto lo recibirás. No me dices nada de tu salud y la del padre y los demás. Sé que todos estarán bien menos tú. Dime cómo pasas este fin de invierno y cuídate mucho para que el tiempo variable de la primavera no te haga coger algún catarro malo. Me esperaba que Bellod no se atreviera a garantizarme como yo quería. No hace falta por suerte ya, pero ya podéis ver que son pocos los amigos dispuestos a serlo de verdad y con todas las consecuencias. No me deis más recuerdos suyos, que es una manera muy cómoda de cumplir dar recuerdos. Y no me gustan los cumplidos. Saldré pronto según noticias que hoy mismo me llegan. Tengo ganas de que sea así, aunque no me falta paciencia para esperar a que sea más tarde. Aquí no se pasa muy mal y por fuerza ha de llegar el día que espero y esperamos. De manera que no tenéis que preocuparos mucho por mí, madre, aquí se está como en un cuartel y me hago a la idea de que hago el servicio militar que no hice antes. Todo es cuestión de hacerse a alguna idea, y ésta y la esperanza le mantienen a uno hasta el fin. De salud como siempre. De humor como siempre: De preso como siempre, digo, como hace diez meses. Estoy bastante acostumbrado y a lo peor, echo de menos la cárcel cuando esté fuera de ella. Como bastante. Todo lo que pesco, quiero decir que compro y me traen. Se como demasiado para lo que se trabaja, que es nada. De todo el cuerpo los últimos rincones que trabajan son el estómago  y el corazón y la grillera, o sea la melona. O sea el queso de arriba. Y hay noches que me acuesto tan rendido como si hubiera trabajado con un azadón.
Madre, tengo ganas de verte a ti y a todos. Padre, no me dices nada en las cartas y quiero saber de ti, así como de Vicente y Encarnación y mi gran cuñado Ismael. Quiero que me deis más noticias vuestros de las que me dais. De los muchachos que han estado conmigo en esa sierra no me decís nada. Decidme si Paco el del Barrio Nuevo sigue en Orihuela o, como Ramón, ha trasladado su residencia a Alicante. Recuerdos para todos, abrazos para la tía Antonia, tíos y familia de Pepito. Recibir vosotros mi cariño.

Miguel.

Publicado en Miguel Hernández, Epistolario, Madrid, Alianza, 1986.