Estimado amigo:


Confío que a la recepción de la presente se haya usted restablecido completamente de su reciente intervención quirúrgica y esté nuevamente gozando de buena salud. 
Hace unos días me dirigí a usted para ponderar la posición de su gobierno en torno al entonces escenario prebélico en el seno del Consejo de Seguridad, instándole a mantener firmeza en la causa de la defensa de la paz. 
Hoy, a casi dos semanas del inicio de las hostilidades, y fecha en que México asume la presidencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, deseo expresarle mi profunda preocupación por los resultados de esta tan ilegal como inadmisible agresión, y urgir a su gobierno a hacerse eco de los millones de voces que no cesan de levantarse contra la guerra en todo el mundo y cumplir un papel histórico en defensa de la vida y la dignidad del indefenso pueblo iraquí, así como de la maltrecha legalidad internacional. 
La invasión a Irak y las masacres de su población civil emprendidas por las fuerzas armadas de Estados Unidos y un pequeño grupo de países representan, inobjetablemente, un acto de agresión unilateral que contraviene expresamente el artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas, constituyendo un delito internacional. Frente a ello deseo expresarle mi estupor frente a la parálisis de la comunidad internacional, que ha sucumbido a la presión estadounidense, anteponiendo la discusión de asuntos de ayuda humanitaria y la repartición del botín de la reconstrucción de Irak, mientras el delito político permanece impune y sus perpetradores dispuestos a continuar -insaciables- derramando sangre inocente. 
Mi conciencia -como estoy segura que la suya- se sobresalta cada vez que veo las desgarradoras imágenes que difunden los medios en esta singular cobertura de la «carnicería en directo». Niños mutilados, cuerpos de hombres y mujeres volando por los aires, en un espectáculo dantesco cuya única explicación -según el presidente Bush- ya no es el desarme de Irak, ni siquiera el derrocamiento del régimen que lo gobierna sino, simplemente, la demostración autocomplaciente de que Estados Unidos puede hacer eso porque tiene con qué hacerlo. 
Señor Presidente: estas conductas prepotentes constituyen delitos de genocidio y terrorismo de Estado, tipificados en la legislación internacional como crímenes de lesa humanidad. Por experiencia propia puedo decirle que no hay mayor aliciente para persistir en ellos que dejarlos en la impunidad. Por ello, independientemente de las acciones que se puedan encaminar ante los ente jurisdiccionales y de la suerte que puedan correr dichas acciones a la luz de los reciente antecedentes, me dirijo a usted para instarle a que en esta oportunidad México salve la honra de la humanidad, urgiendo la convocatoria extraordinario de la Asamblea General de la ONU, para que los países que representan a más de 90 por ciento de la población mundial expresen su sanción a la agresión y pongan fin a esta aventura. 
La inconmensurable potencia de fuego de Estado Unidos y la resistencia patriótica del pueblo iraquí van a hacer de ésta una guerra larga. Sólo una acción conjunta y concertada que una a la inmensa mayoría de las voluntades opuestas a la guerra podrá cambiar el curso de esta situación, no sólo ya para salvar al pueblo iraquí de la incesante lluvia de acero y metralla, sino para prevenir cualquier acción similar que se pretenda desencadenar en el futuro. 
Confiando en que su gobierno honrará las mejores tradiciones de la digna política exterior mexicana y conjurará las inadmisibles presiones que está padeciendo, ofrezco una vez más a usted mi decidido e incondicional apoyo en la lucha por la paz.


Rigoberta Menchú Tum

Publicado en La Jornada de México el 3 de Abril de 2003