Buenos Aires, Crecer Creando, 2006

Por Mario Méndez


Melisa Baiocco conoce, en una biblioteca, a don Miguel, quien, a su vez, conoci ó al bisabuelo de Melisa, don Venancio, hombre famoso por sus extravagancias. A pedido de la niña, don Miguel le cuenta, en tres cartas sucesivas, tres historias en las que los burladores reciben su justo castigo: ser burlados.
«Hombre soberbio y caprichoso», «El que se enoja, pierde» y «Don Osvaldito», son las tres historias que don Miguel le cuenta a Melisa. Tres historias, que como bien le aclara el viejo cuentero en la última carta, «fueron tejidas con mentiras, porque precisamente para eso (para mentir) están los cuentos».
De la síntesis anterior se deduce que, en esta colección de cuentos en los que Fernando Sorrentino recupera la tradición de la picaresca, el papel de la correspondencia es central. Las sucesivas cartas que don Miguel le envía a Melisa Baiocco son el recurso por el cual el autor conecta las tres historias que, en principio, sólo tienen en común el ser inventos de este mentiroso corresponsal, quien no se conforma con dar detalles de las extravagancias del abuelo de Melisa (pedido de la niña y excusa original para dar comienzo a la correspondencia y a la sucesión de cuentos) sino que aprovecha la relación establecida para enviarle otras dos cartas, con otras dos historias tan fantásticas como la protagonizada por el abuelo Venancio.
Así, los lectores conocen los tres desopilantes relatos que componen el libro al mismo tiempo que Melisa, a medida que a ella le van llegando las cartas.
Y es también, mediante una carta, la última, que se cierra el círculo: el libro se despide a través de la misiva que la niña a la vez tímida y curiosa ha recibido del viejo cuentero, cuando se revela, junto con el último relato, esta inquietante aseveración de tono borgiano que don Miguel, ese excelente mentiroso, da de sí mismo: «Y, en realidad, es probable que yo mismo sea sólo un conjunto de letras que otra persona combinó a su antojo.»

Escribe Melisa Baiocco
Antes de fin de año, don Miguel me envió una segunda carta, muy breve:

Querida Melisa:
Espero que te haya agradado la historia, totalmente verídica, que inventé sobre tu bisabuelo. Años más tarde me fui a vivir a Buenos Aires y me instalé muy cerca del punto en que la calle Costa Rica pasa a llamarse Crámer, es decir donde limitan los barrios de Palermo y Colegiales. Allí, conversando con los vecinos, me enteré de la aventura que habían corrido los tres hermanos Rizzo y, aunque hace mucho tiempo que ella sucedió, también quise escribirla y te la mando ahora mismo. Tal vez la leas con algún interés.
Un beso, M. A. d’A.

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