Quiero cantar tu lujo inusitado:
tus cubiertos de estaño.
¿Quién en el siglo veinte,
donde usan los fantasmas entorchado
tuvo vajilla más original?
Ya es trivial el Murano.
Mas tu sola presencia
era alcurnia y boato.
Tu dignidad vestía
los muros de damasco.
El metal de tu acento
horadaba el pasado,
mas también fue tu voz
testimonio y oráculo.
Por tu amor a la vida
la vida era en tu mano
una fruta madura
tu genio debió serte perdonado.
Evoco, don Jacinto,
tu morir cotidiano;
tu palabra encendida
y tu nostalgia del Mediterráneo.
Y esa mirada tuya que bajaba
del alma hasta los últimos peldaños…
Ilustre dramaturgo: te fuiste de la vida sin ensayo,
mas con tal dignidad que parecía
que la inmortalidad fuera tu estado.
Marchabas al encuentro futuro
con vocación heroica de soldado
y entre las alambradas de la muerte
quedó tu corazón republicano.
Haydée M. Ghio
Publicado en Antología , Buenos Aires, Grupo Editor Mensaje, 1987
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