Buenos Aires, Solaris, 1997


Con escenas cortas, salteadas en el tiempo, Fondo negro enhebra el siglo de un árbol genealógico, cuatro generaciones que fueron testigos y protagonistas de las furiosas acciones de una nación. Leopoldo (abuelo, escritor canónico y de zigzaguentes compromisos políticos), Polo (hijo de Leopoldo y padre de Pirí, policía y célebre torturador) y Pirí (nieta de Leopoldo e hija de Polo, escritora amateur y militante de Montoneros) construyen un relato cruel. Hay dos cuartos más que acompañan el derrotero: Alejandro, el pobre hijito de Pirí, que también, como abuelo y bisabuelo, se suicidó un día cualquiera; y Emilia, quien fuera amante precoz del escritor Lugones en tiempos en que este dirigía la Biblioteca Nacional de Maestros.
La novela tiene un tono neutro, como si quien narra estuviera percibiendo las cosas sin interpretarlas, como si solamente consignara lo que los sentidos le revelan sin más. Y ahí también están las cartas, que le sientan bien a ese registro de árbol sin bosque.

En la oscuridad del cuarto, lo único visible eran la hoja blanca sobre el escritorio, que recibía la luz directa de la lámpara, y las sábanas de la cama, en un rincón del cuarto, pálidamente iluminada por la tenue luz nocturna que entraba por la ventana hacia Avenida de Mayo. Leopoldo dejó la pluma, y empujó suavemente la lámpara, que cayó al piso, dejando un círculo de vidrios en el parquet. Se inclinó sobre los restos y arrastró allí su mano. Se acercó luego a la pileta: dejó correr el agua sobre su mano de modo de sacarse las astillas. Con la mano limpia pero aún sangrante, fue hacia la hoja sobre el escritorio, apoyó allí la palma. La sangre se mezcló con el semen y la tinta aún fresca. Agregó un par de líneas y pasó cuidadosamente el secante curvo sobre toda la superficie del papel; esperó unos segundos y lo colocó en el sobre.

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