Domingo a las tres.
Querida, imprescindible, lejana Estela:
No he hallado otro papel de cartas en Las Nubes que éste con un membrete de Denver, donde (según me informa Enrique Amorim, que intercala periódicamente tu nombre o el de Durante o el de Avellanal, para espiar mi reacción) nació Buffalo Bill. Fuimos en vapor hasta Concepción; de ahí en tren, por llanuras de tierra roja, con caballos y altas palmeras, a Concordia; de Concordia al Salto, en una lancha. Vagamente he visto unas casas, bruscamente anuladas por casi intolerables memorias de un ángulo de tu sonrisa, de la inflexión de tu voz diciendo Georgie, de una esquina de Lomas o de La Plata, de los avisos de las mesas del bar en Constitución, de mi reloj en tu cartera, de tus dedos rasgando papel. Pensar que dentro de una semana (tal vez antes) volveremos a vernos me parece una terrible felicidad; pensar que debo esperar tantos días me parece inaguantable. Esta mañana (¡mira qué económico soy!) leí, ante una jaula con un puma, en un parque, las queridas líneas que me dejaste; cuando regrese puedes tomármelas de memoria, y yo a tila primera estrofa de Sudden Light. (Dile a Adolfito que encontré un ejemplar de Los tres gauchos orientales, de Antonio Lussich, hombre que según dicen erigió un faro para apagarlo oportunamente y explotar los naufragios.) Querido amor: ya sabes que incesantemente te quiero y te necesito. Georgie.