Estas letras son para ti, María. Como digna hija que eres de tu padre, sé que harás bueno el tópico de no hacer caso a nada que te aconseje. Del mismo modo, y por no ser menos, tú también sabes que, como digno padre de una hija a la que quiero con locura, es algo que no me importa lo más mínimo, pues el hecho de que no te interese lo que te cuente nunca me ha condicionado para no hacerlo.

A pesar de ello, y aun reconociendo que con esa estrategia tuya de huir de todo consejo paterno te has trazado un camino al que no se le puede poner ni un «pero» (circunstancia que confirma una contradicción irrefutable: todos los consejos son buenos siempre que no se sigan y, a pesar de ello, no hay que dejar de darlos para que no se olviden), creo que por una vez no estaría de más que me escuchases.

Votar por primera vez es como dar tu primer beso: no se olvida jamás. Uno no olvida el sabor de aquellos labios ni aquel rostro que te miraba tan de cerca, como tampoco olvida a quién votó por primera vez y la sensación de haber hecho algo trascendente, de sentirte mayor por fin. No se me ocurriría decirte que el subidón del primer beso sea idéntico al de tu primer voto, pero te aseguro que cuando lo deposites en la urna tendrás esa sensación especial que, como aquél, no se te olvidará nunca.

No te voy a decir que tu voto es importante porque es un derecho y un deber como ciudadano y bla, bla, bla; lo sabes de sobra, y no te cansaré con ese discurso. Tampoco te voy a pedir que reflexiones a quién se lo vas a dar; sé que lo harás. Y no porque tengas 18 años, sino porque has demostrado madurez suficiente para hacerlo. Ni que leas y escuches lo que los partidos te proponen, porque siendo como eres una persona curiosa, no puede ser de otra manera, y tienes muy claro que ésta, lejos de matar al gato, le enseña el camino por donde ha de ir.

No te voy a descubrir que las calles que ahora arreglan y las pequeñas concesiones que se hacen desde el Gobierno no son más que viejos trucos de tahúr que sabe que lo último siempre es lo primero que en la memoria queda; y ahora, ya lo sabes tú.

Tampoco te diré que desconfíes de la sonrisa de cartón piedra que enseñan los políticos cuando se pasean; no hace falta. Ya aprendiste hace tiempo que esa pose es oficio que sólo busca el propio beneficio. O de su palabra, porque aunque quieran no podrán cumplir con ella, que en política lo prometido jamás ha sido deuda. Tampoco te pediré que receles de sus promesas, pero que sepas que éstas se dan con premeditación y alevosía si en ello les va la elección, y suelen caducar la jornada de reflexión.

Tan sólo te pediré que seas fiel a ti misma, a como piensas y, sobre todo, a lo que sientes. Haz caso a tu corazón, que tiene razones que la razón sí entiende. Y no te traiciones. Sé tú y actúa en consecuencia, te digan lo que te digan los de la risa de cartón piedra o quienes intentan influir en contra de tus principios.

Vota para botar a quien no se merezca tu voto. Vota para cambiar el mundo, empezando por el más cercano a ti. Vota porque, si no votas, no tienes derecho a quejarte. Vota para mojarte. Y sobre todo, vota pensando en el futuro que te gustaría para ti y para los demás, para contribuir a conseguirlo; porque cada gesto, cada decisión, cada uno de tus actos te llevan hacia él, o a lo contrario.

Así que piensa a quién le das tu voto porque, como tu primer beso, pasará a formar parte de ti para siempre. No tengas miedo si te decepcionan, al contrario, da por hecho que será así; porque, cuando eres consecuente contigo mismo, nadie puede reprocharte nada… y eso jamás te lo pueden quitar.

Una última cosa: me gustaría que siguieras el consejo de Neruda, que busques tu felicidad y sientas que sin ti este mundo no sería igual. Es un buen consejo. Y lo mejor es que no es mío, por lo que puedes permitirte el lujo de seguirlo. Seguro que no te equivocas. La fuerza la tienes tú, no lo dudes, y en tus manos, el poder de cambiar las cosas.

Un beso.