3 de febrero de 1923

Sr. D. Angel de Apraiz:

Tiene Ud. mucha razón, mi querido amigo, compañero y paisano, pero mucha en quejarse de mi silencio y de que no haya vuelto a decir nada de contribuir a la obra, tan meritoria, de la Sociedad de Estudios Vascos. ¿Sabe Ud. por qué? Ud. mismo lo indica. Estoy más que nunca en plan de batalla, con el ánimo nada sereno y quisiera ir a la tarea a que Uds. me invitan con algo bien preparado, serio y elevado sobre estas querellas.
Mis estudios de cosas de nuestro país –el amor de mis amores– los tengo un poco abandonados y necesitaría refrescarlos. Aunque puedo llevar algo lírico y sentimental. Y luego, temo volver a Bilbao, que no es ya el mío. Desde lejos lo conservo mejor. Pero voy a ponerme a pensar y preparar algo digno de esa labor de cultura y yo le avisaré. Con los años crece mi vasconicidad; los recuerdos de niñez y la mocedad son la leña con que se calienta, quemándolos, el frío de la vejez que se acerca. Sí, sí quiero volver allá y volver a obra de sereno examen de conciencia.
Precisamente estos días, preparando un trabajo para la «Revue de Metaphysique et Morale> sobre Pascal me fijaba en el influjo que sobre él ejercitaron dos vascos, el jansenista abate de Saint – Cyran, fundador de Port Roya!, y San Ignacio. La historia del sentimiento religioso de nuestra tierra vasca sería un gran tema. Los hugonotes, los jansenistas, los jesuitas… Yo le avisaré, en fin. Pero aceptado.
Supongo que verá usted ahí con frecuencia a mi primo ¿ Cómo está?. Aunque ni nos escribimos hace años, yo le recuerdo muchísimo. Después de todo nos criamos juntos y como hermanos…!
Ya sabe Ud. cuan su amigo y qué de veras lo es 

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