Sept. 13 – 1957
Elba: 
He vuelto a leer tu carta. Estoy acostado. Hoy he pasado un día de cierto ajetreo; me levanté temprano, fuí a la editorial Kraft, almorcé salchichas, cumplí con mi cuota de oficina, visité a unos muchachos de “Nuevo Teatro” (los quería ver ensayando “Macbeth”), fuí al cine, pasé a máquina unos papeles atrasados, comí empanadas, volví a casa (todo el mundo duerme), y aquí estoy ahora, acostado con la modorra rondando como un cuervo en torno a mi mente. Pero no me quiero dormir sin antes conversar un rato contigo.
Antes de hacerlo he vuelto a leer tu carta. Creo que te das perfecta cuenta de lo inadaptado que soy, y eso que he nacido en esta ciudad y que podría creerse que he tenido tiempo de aclimatarme a ella. Pero tal problema no es solo de este carácter; mi inadaptabilidad es casi total: me sé extraño en la ciudad, en la oficina, en el club, entre los amigos y en la familia, en donde excepto mis padres es difícil hallar comprensión. Recuerdo tristemente (y el solo recuerdo me humilla) la época del servicio militar, en cuyo lapso me supe tan extraño como un marciano.
Tampoco creo que sirva de chacarero. Además, la circunstancia de tener que marcharme lejos apesadumbraría a mi madre (en casa somos tres; cada uno es ⅓ del entero, es decir, una buena porción), y no quiero provocarle yo un dolor mientras no esté seguro de que es por un motivo fundamental y que yo considere, luego capaz de justificar ante mí mismo.
Hace un tiempo estuve a punto de irme a Venezuela a trabajar para la fábrica textil “Danubio.” Iba a ir con un viejo compañero de escuela y su señora como creía que las condiciones eran brillantes y pagaban en dólares, inicié los trámites para partir. ¡Lo que fué aquello!
Por suerte, y porque me escribieron diciéndome que no todo era tan color de rosa, el viaje quedó en la carpeta de los proyectos incumplidos; y en casa renació la calma y para festejarlo mi mamá hizo postre de vainillas, que es el que más me gusta.
Yo creo que tan solo sirvo para escribir (y de eso aún no tengo pruebas) y que puesto a hacer cualquier otra cosa soy tan mediocre como el que más; de manera que no podría encontrar la felicidad sembrando coliflores o echándole maíz a las batarazas.
Mi ideal sería, por ejemplo, vivir en Puente del Inca. Ser fotógrafo o meteorólogo; estar relativamente cerca de un centro civilizado y no obstante solo, en compañía de uno mismo, o a lo suma de las dos o tres personas que elija y que deseen estar conmigo.
Hace 8 ó 10 años un amigo se fué a Río Turbio. Esa noche le ayudé a preparar su equipaje, que se componía casi exclusivamente de libros y varias cajas de tabaco para su pipa. Nunca supe más de él. Aquella madrugada en el andén del Ferrocarril Sur supe lo que era la envidia. Lo envidiaba porque él iba derechamente al encuentro de su destino.
Recibí carta de un “admirador.” Resulta que “El horizonte es curvo” se dió en teatro leído en un círculo (no me acuerdo el nombre) de tendencia filo-comunista. Como el tema es simbólico y se presta a varias interpretaciones – y a ninguna – se suscitó la polémica. Uno de los  fulanos, el más ofuscado, averiguó un domicilio y me mandó una carta más picante que cierta especie de ají calabrés.
Lo menos que me dice es “repugnante”, y se ensaña contra el estilo, la idea y el diálogo. Me llama “negado” y “resentido social” y “escritor para gente fracasada.” Lo cierto es que la pieza no da para tanto alboroto. Es sí una manera de juzgar el fracaso del individuo, del hombre como elemento autónomo, y una crítica al engranaje social que desvirtúa su esencia de tipo humano. La he releído y he comprobado errores y puntos oscuros. El sentido no está del todo explicado, pero tampoco pasa inadvertido.
Dime si te queda tiempo para perder (son 9 carillas escritas a máquina) y entonces te la envío.
Me gustó lo de “escritor para fracasados.” Es como decir, escritor para mayorías.
A todo ésto, ¿no te asombra descubrir cuántas cosas se frustran? ¿Cuántas cosas que uno debió hacer no fueron hechas, y cuántas que representan los errores de uno están irremisiblemente realizadas?¿Por qué?
Cuando uno descubre que no obstante poseer voluntad y competencia el fracaso sobreviene igualmente, entonces uno adopta esa postura filosófica que se llama “ironía” y que permite reirse de los que cayeron al charco desde el mismo charco.
Soporté con ejemplar estoicismo tu reprimenda sobre Mónica. Quizá porque soy muy orgulloso no me gustó nunca engañar a nadie ni ser cómplice del engaño ajeno. Pero las circunstancias moldean el temperamento. Tu madre te hacía los dibujos y a mí una tía me sacaba logaritmos. Aprendí a aguantar el chubasco de la conciencia, convencido siempre de que ya nunca más engañaría a nadie.
No sabía que tú habías estado alguna vez en Buenos Aires. Me entero recién cuando me lo dices en tu última carta.
Descubrí también que entre mis compañeros de oficina hay dos tandileros legítimos. Uno de ellos es amigo del jefe de la estación (y yo le pregunté si era también amigo del boticarío y del párroco, puesto que componen la trilogía pueblerina.)
Referente a los libros le entregué la lista a la chica que Engañó al Profesor, y ella se comprometió en averiguarme como se pueden conseguir prestados o a buen precio.
Me placería oir tu “voz sedante”, poder verte, familiarizar el espíritu de estas charlas con tu imagen; conocerte, en suma, poder decir: “estas ideas son de esta persona; ella es todo ésto.”
Tú cobijas quizá esta misma expectativa, que en mi caso particular mueve a la decepción. (Nadie que me ha conocido apenas, cree en mí; ni tú misma,¿te acuerdas?)
Agradezco a tu hermana – que por lo visto tiene noticias de mi existencia – el galanteo que supone el asignarme un parecido con Anatole France. (Lo escribo y me da vergüenza.)
Quiero que sepas que pienso mucho en tí; que durante el día pienso en tí y que tal evocación idealiza los buenos momentos y atempera la amargura de los malos. Pero no te hago responsable de mis pensamientos. No es la primera vez que un duende se planta frente a mí con ánimo de confundirme. ¿Y entonces qué? La incertidumbre es un bastión inexpugnable. 
Pero, en fín. No es ésta oportunidad de grandes análisis. Tú existes, Elba, y yo te aprecio por encima del egoísmo que entraña pretensión de reciprocidad. Eso está claro; dejémoslo así.
Con todo cariño
Norberto
(Norberto señala con una flecha un recorte en el diario que dice: «Poeta viajero. Londres, 18 – El poeta chileno Pablo Neruda y su esposa partieron de Pekín hacia Moscú, después de una permanencia de un mes en China«)
Éste se nos adelantó.