Enero 14. 1959
Elba:
En tu carta, refiriéndote al actual momento político, me dices que aun alientas un poco de fe en Frondizi y su gobierno. Yo ya la he perdido. Frondizi se ha atado de pies y manos y ha comprometido la integridad y la soberanía del país.
Ni que hablar del descontento que hay aquí, en Buenos Aires, a raíz de su mentado (e ilusorio, condenado al fracaso) plan de austeridad. Como siempre, por desgracia, la austeridad empieza y termina en el obrero y la clase media. Se le exigen sacrificios a quien ya los viene haciendo desde tiempo inmemorial.
He conversado con gente que entiende más que yo de economía (doctores en ciencias económicas de la Caja) y han coincidido casi unánimemente en ésto: ocurrirá aquí lo que en España y en los países sub-desarrollados de América Latina. Tendremos una clase terrateniente -20 familias archi-millonarias- y un pueblo miserable. El país se dividirá en grandes señores, casta militar y curas. Y bajo la férula de esta gente, el hombre de la calle padecerá hambre, de eso ya hay pruebas.
Yo le decía a una de estas personas que posiblemente acá no se llegue a ésto debido a que el individuo argentino no es un indio bruto (caso Bolivia) que fué miserable desde que el mundo es mundo, y que por lo tanto, al quitársele algo que antes tenía, el hombre reaccionaría con violencia. (No es lo mismo quitar que no haber dado nunca). El doctor en ciencias económicas me contestó: – Esa sería la verdadera solución, que se produzca una revolución social, como en Rusia.
Y al respecto, refiriéndonos a las revoluciones, me dijo que las que propician los militares están condenadas irremisiblemente al fracaso, en tanto que con las que hace el pueblo sucede lo contrario. «Aquí hubo una sola revolución auténtica -me dijo-; la del 17 de octubre.» (Te adelanto que este hombre no es peronista)
De los gremios… bueno, es para morirse. En los próximos dos meses vencen casi todos los convenios, el de los bancarios incluso. Ya se vienen anunciando paros parciales y trabajo a desgano (textiles, por ejemplo). En la Caja mañana pararemos una hora.
Por tal motivo, ayer me topé en discusión con 15 empleados a la vez. Todavía estoy afónico. Varias de ellas ya ni me saludan. He sacado en conclusión que estas mujeres tienen más miedo que respeto de sí mismas. Además, les cuesta razonar con cordura. (Cuando se sienten perdidas recurren a la ironía o al insulto. Salida fácil.)
Es que el gremio bancario es terriblemente burguesito.
Te agrego otro recorte de «Propósitos.» No sabía si mandártelo o ponerlo en un cuadrito. Opté por lo mejor: por difundirlo.
Muy interesantes tus observaciones sobre mi manera de escribir. No sabes lo constructivas que me resultan. Aprecio mucho esta clase de comentarios porque sirven para orientarme, para darme cuenta el efecto que producen ciertos golpes de originalidad, que al final de cuentas son la sal de los cuentos («Cuentas» y «cuentos»: es cacofónico.)
Ahora estoy escribiendo «Intimidad de la serpiente» para «Vea y lea»; y otro al que todavía no puse título para «Claudia.»
Si me lo devuelven, en la próxima carta te remito «El color»
Revisando papeles encontré «Detrás del silencio», un cuento que hice hace más de dos años y que es del tipo de los «crudos». Pero lo considero bueno a pesar del mucho realismo, así que en cuanto saque copia, quizá te lo remita. (Visto que estás de vacaciones…)
He leído «El dios desnudo», de Fast. Tiene un gran valor documental, pero no es el Fast que prefiero. Es un libro importante, pero no queda nada para uno. Es como cuando uno va al cine y ve un noticioso.
Aunque te parezca mentira, no he leído «La historia de San Michelle», de Axel Munthe. (Y digo esto porque es uno de esos libros que leen hasta los que saben leer.)
Con respecto a Piolín de Macramé no puedo decirte gran cosa. No me gusta porque es terriblemente rebuscado. Agarra una frase y la licúa, la destripa. Es un negrero. Dice verdades telegráficas, como si estuviera apurado. Es un estilo, si, pero no me gusta ese estilo. Es un estilo fácil para construir y de fácil repercución. Siempre me gustaron los escritores -y aun los humoristas- con un poco de médula. Considero que lo que dice él se podría decir con bastante más originalidad y gracia. Su lectura se me hace cansadora a fuer de cortada. Y nada más. Ya ves: no sé porque no me gusta.
Los zapatos de las maestras.
Una vez le hice un dibujo a una prima mía que es maestra. Todavía lo guarda. Dibujé una mujer que viste con la falta de sentido estético que caracteriza al 90% de las maestras.
El dibujo estaba lleno de flechitas con apuntes aclaratorios. Ella decía que era un acierto, pero siguió rindiendo ese extraño culto a la comodidad. (Extraño porque el culto a la comodidad no es femenino, mal que les pese.)
Y bien; a los hombres les gusta que las mujeres practiquen esa alquimia (no quiero decir engaño) que las convierte en más atrayentes de lo que son. A los hombres les gusta tener conciencia de que las mujeres hacen eso para agradarlos. ¿Por qué las maestras se oponen?
Los zapatos altos son incómodos, es cierto; pero cuánto bien hacen las cosas que hacen mal! (Después de ésto, tomar Nervigenol.)
Como tú dices, el término «discolo» no está bien aplicado en el caso de Carlos. En realidad, este muchacho es el más discutido de los que constituyen «la barra.» No sé definirlo porque, como ya te dije antes, es muy contradictorio.
Yo también, imaginarás, tengo muchas ganas de estar un rato contigo. Estas cartas, por bien intencionadas y sinceras que sean, nos deforman un poco y no consiguen suplir ni remotamente la presencia física.
La única posibilidad sería si tu vinieras a ésta, y aun así, temo no poder dedicarte todo el tiempo que te mereces. Yo dependo mucho de casa, no puedo salir de noche y apenas algo las tardes del sábado y domingo. El sábado perdí las entradas que tenía para ver «Un sombrero de paja de Italia», una obra de teatro que están dando en el Instituto de Arte Moderno. Necesito estar con mi padre y en muchas ocasiones aliviar el trabajo de mi madre. Ella no sale nunca (ni hasta la esquina.)
A mí me gustaría invitarte al cine, al teatro, a pasear por algunos lindos sitios que todavía tiene Buenos Aires. Pero eso no podrá ser hasta tanto mi padre pueda valerse de sus propios medios.
Su estado general ha mejorado bastante. Lee, ve televisión, y conversa con mucho entusiasmo. Todos mis deseos se concentran en un punto: que por lo menos, con bastones, con muletas, rengueando, pueda dar unos pasos. Pero cuándo?
No obstante, alguna vez podré brindarte la atención que tanto deseo. Iré yo o vendrás tú – ya lo veremos. Pero estaremos juntos y vamos a pasarla muy bien. ¿O no crees?
(Te lo pregunto porque tu dices en tu cartas que me estás dedicando demasiado tiempo.)
Saluda a tus amigas; a Melda por su sentido apostólico de la enseñanza, lo que es digno del más grande elogio.
Cordialmente
Norberto