Oct. 16 1957
Elba:
Ayer recibí tu carta, la que una vez leída guardé sin pensar en un bolsillo del saco. Por la noche, hallándome en una reunión de conocidos en un bar y conversando acerca de las posibilidades que tiene uno de encuadrarse dentro de sus gustos, meto la mano en el bolsillo y tropiezo con tu carta. La charla era tan hueca, se «teorizaba» tanto, que sentí necesidad de darles una buena lección. Extraje entonces tus páginas, relamiéndome porque en ella dices cosas muy importantes, hablas de una escuela enclavada en el corazón del olvido, de esos alumnos que son la imagen de la inexorabilidad, de que a veces la oficias de enfermera y de que debes trepanarle la corteza de su ignorancia y meterles dentro el polen de una nueva conciencia, y en fin, hablas de lo que haces, de cosas que vives, de manera que extraje tu carta y la leí.
Todos me escucharon sorprendidos. Después dije que les presentaba una persona que había acomodado su actividad en la órbita de sus gustos, que no teorizaba cómodamente desde la mesa de un café, que no padecía de inadaptabilidad; que era originalmente feliz, que hacía lo que creía, su cometido social.
Se suscitó una discusión que casi me aplastó. Me hablaron en contra: «Ser maestra es una vocación femenina por excelencia» – «El 90% de las mujeres lo harían» (cosa que negué a gritos, puesto que el 90% de las mujeres son una lata). Me hablaron a favor: «Lo importante es eso de ejercer en el campo» – «Se necesita amar su profesión con uñas y dientes.» Hasta que una chica que compartía la rueda, exclamó: «Lo que pasa que éste está enamorado.» Y allí prácticamente se terminó todo.
Estimada Elba: al tanto pues de algo que no debía ocultarte, ya que he profanado la intimidad de la correspondencia, te pido que me disculpes. (Por supuesto, no leí lo de «mal criado» ni lo de tirón de orejas, porque eso me hubiera desacreditado completamente.)
Hablando de la justificación de los hijos, Vargas Vila dijo una vez que si el hombre no fuera hijo del placer, la humanidad huniera desaparecido con la primera pareja.
Y un amigo mio considerando vez pasada la cantidad de gente que anda por el centro y que torna intransitables calles como Florida o Corrientes me dijo (y perdona la crudeza) que creía que la gran mayoría de aquellos seres eran fruto del descuido de sus padres.
Dices en tu carta que se le puede exigir a la vida, pero que no hay que amargarse si… etc., etc. Eso es porque uno dice ¡La Vida! y se le pone la piel de gallina. Pero si nos ponemos a pensar que la vida es apenas un cúmulo de pequeñas contingencias; que la vida es nuestra piel, nuestra casa, nuestros conocidos, nuestras tantas obligaciones, nuestros pasajeros claroscursos, entonces porque no exigir nosotros, que llevamos la batuta, que esos factores -demasiado débiles en el fondo- armonicen y ejecuten no ya una sinfonía con todas sus corcheas, si no una música amable que nos permita disfrutarla en toda su intensa brevedad. Claro que si decimos ¡Oh, La Vida!, entonces imaginamos un ogro como el que tú viste en la película «Ulises.»
Apostaría a que muy pocos de quienes me rodean se han detenido tanto tiempo en el análisis de estas cosas y lógicamente, en pensar acerca de la muerte. Ya te hablé de un juego que practicaba hace unos años, en noches de insomnio, y que me permitía adentrarme en las trastiendas del subconsciente. No conseguí más que intuir la vaguedad del todo, la irresponsabilidad que significa el ser muy responsable de las idioteces que al cabo del día ocasionan a uno malhumor y dolores de cabeza.
Con el tiempo la gente se preocupará de las cosas que realmente tienen importancia y conforman su mundo, y así se aliviará del peso de arbitrariedad y mezquindad que hoy soporta. Creo que los escandinavos, tal vez los sajones, y los de raza amarilla, están más cerca de ésto, y por eso pienso que esta virtud se condiciona a un proceso evolucionista.
Estoy muy en desacuerdo con algo que dice casi al final de tu carta respecto de las opiniones que quedan  documentadas; dices que uno no puede zafarse de tales patrones y que los demás tienen el derecho de recriminárselo si tal cosa sucediera. Te adelanto -y no es que trate de justificar cualquier contradicción-, que yo cambio de ideas, sentimientos, esperanzas y sueños con relativa frecuencia. No de manera absoluta, pero sabes bien que estos asuntos los determina exclusivamente el momento por el que uno atraviesa
Los sentimientos y las ideas se renuevan, las esperanzas se marchitan y vuelven a florecer, los sueños se convierten o no en realidades, y en tal caso nos hacen felices o nos desencantan. Algo que uno dice una vez no puede valer para siempre y ser imperecedero, sobre todo cuando se tocan temas en lo que uno escucha las voces del espíritu y desecha por prosáicos los dictador puramente cerebrales.
En el párrafo de mi carta que no entendiste (en efecto, ya casi no lo entendí yo) quise decir que la condición de sub-humanos que tienen Humher y Harker ese sentimiento de ovejas que los rige, se me han pegado, sugestionándome y haciéndome pensar que iba yo en su camino, cosa que me hacía -y me hace- sentir disminuido ante mis propios ojos, enojándome de verdad y no frívolamente, como tu crees, de tener a cuenta lo del «Mal criado.»
Y a lo que atañe a la frase «Dices misión… etc.», pertenece a la obrita y está puesta en boca de Harker.
Para quedar a la recíproca te pido que me expliques porque «solo las cartas han hecho y hacen que nuestra amistad no haya sido un desastre.» ¿Te parece que ésta no podría durar si nos viésemos y conversáramos como hace todo el mundo? Recuerdo que tú no eras del todo intratable… que se podía estar agradablemente a tu lado, aun sentados en la arena y hablando de bueyes perdidos (se te estana cayendo la piel); y por teléfono (te atendí y tú me dijiste adiós, ¡hábrase visto!); y también en la calle, la vez del encuentro, cuando ustedes nos persiguieron cuatro cuadras por la calle San Martín.
Tampoco sé porque dices que «la distancia logra suavizar muchas asperezas originadas en esta comunicación» ¿Qué ocurre? ¿Te hice rabiar? Por favor, siéntate y escríbeme claramente que es lo que he dicho que por lo visto te ha disgustado tanto.
No me he olvidado de tu bibliografía. He averiguado en algunas bibliotecas y preguntado a ciertas personas (incluso a la Chica que Engañó al Profesor) sin resultado positivo. En una librería me ofrecieron los dos tomos de Harry Baker a $60-. No quise comprarlos sin consultarte.
Y bien, creo que por hoy ya te hice perder bastante tiempo, aunque espero no haberte proporcionado ninguna «misteriosa» rabieta.
Tú me dirás a vuelta de correo si conseguí lo que en mí siempre logran tus cartas: evadirme de la vulgaridad, creer por un momento en la comprensión y en el cariño de los seres humanos.
Te aprecia.
Norberto.