Mayo 18 – 1957
Elba:
Es sábado a la noche. Momento de baile, de cine, de teatro; momento de pasear por las calles iluminadas y ver vidrieras; momento de confiterías atestadas, momento de sacar a la noviecita a caminar un rato. En la parroquia de la vecindad han instalado parlantes y el cura exhorta a los fieles porque hoy es el día de la “Vírgen”. Se oye, débil y más distante, un sonido de tangos proveniente de algún club de los alrededores.
Todo ésto sucede. Yo estoy en casa y pienso que esta es la vida. Hay gente como yo, que está en su casa, y hay gente que en estos momentos está jugando a la canasta o al brigde. Mientras yo pienso que uno no hace realmente lo que debiera, que no va en busca de sí mismo, otros son felices ignorándolo, desperdiciando la única oportunidad que tienen de vivir en intensidad y furiosamente.
Perdóneme el estado de ánimo de esta noche (el estado de ánimo y la letra).
Pero necesitaba escribirle; decir cosas que no se entiendan; no importa. Me ocurre a menudo que tengo que atravesar lo que Roberto Arlt llamaba “zonas de angustia”.
Usted, Elba, obra en mí como un sedante. Su última carta, la primera parte sobre todo, la leí como veinte veces. Creo que es sincera y que me comprende. No quiero llamarla “amiga”. Pienso que la amistad entre un hombre y una mujer es una relación frustrada; algo incompleto y que no tiene un sentido definido. (Ya sé; no está de acuerdo.)
Quizá usted desee saber por qué me siento tan mal. Pues bien; porque me han salido unas cuentas cosas al revés. Tuve la posibilidad de entrar en una editorial y creo habérmela perdido. Tengo un familiar enfermo, sin cura. Me he peleado con unos amigos por cuestiones “abstractas”, sabiendo yo que no valía la pena decir media palabra. Además, yo. Si, yo. Me tengo rabia. Me ocurre muy a menudo; las veces que decido investigar en la trastienda, lejos de la vitrina. 
Además creo que porque estoy leyendo nuevamente “Demián”, de Herman Hesse, libro que le recomiendo y que tiene la rara virtud de zamarrearme y ponerme la piel de gallina a cada página. Se lo recomiendo aún cuando podría equivocarme.
Leo en su carta dos cosas: que no le gusta Morán. ¿He dicho acaso que a mí me gusta? No recuerdo, pero creo haber expresado (al menos, es lo que quise decir) que ese cantor encarna al tango con propiedad, que es el intérprete que yo creo más se ajusta al espíritu de los estribillos populares. Y la otra cosa: “Guardia en el peñasco” se llama definitivamente “El horizonte es curvo”, título tan idiota como el que más. Se lo remitiré de alguna manera – son 10 hojas escritas a máquina – si es que de verdad desea leerlo. Le adelanto que me inspiré en una frase de un tal Lewis Mumford de su libro “Arte y técnica”, que dice: “Debemos restablecer la primacía de la persona humana.” Es lo que intenté significar. Es una pieza muy rara que hasta este momento le pareció mala a quince y buena a dos, uno de los cuales piensa grabarla en long-playing.
He visto una película sueca muy mala: “El relámpago en los ojos”. Pésima. Lo mejor de la película fué el caramelero. 
Admiro su estoicismo cinematográfico, aunque no lo comparto.
Me gustan sus proyectos de estudio. Revíselos. Crea firmemente que podrá hacer lo que se propone. Si lo consigue o no, es secundario. Lo importante es fijarse posiciones, es tener anhelos, metas e ideales. (Bueno… debo parecer una tía dando consejos.)
Yo por mi parte, y usted mediante, espero capear esta crisis anímica. En verdad, estoy algo descentrado. No tengo ganas de escribir, lo que en mí es un síntoma grave.
Estimada Elba, sé que me he demorado un poco en responder a su carta. No se vengue de la misma manera. Piense que con usted tengo un extraño tipo de “amistad”. ¿Cómo explicarlo? Algo que escapa a lo puramente telúrico. Quizá pronto podamos definir ésto, este andar de palabras dichas con fe, que sin duda son parte de mí mismo y que configuran un panorama de horizontes que no conozco.
Hasta la próxima.
Norberto.
PD. A propósito, y por tratarse de un diálogo epistolar… ¿que tal si nos tuteáramos?