Febrero 8- 1960.
Elba:
Las circunstancias quieren que deba quedar a la recíproca contigo. Tanto como tú lo hiciste, suavizando con el hálito de tu sinceridad la hosquedad de tan ingrato momento, pretendo yo ahora hacerte llegar un puñado de palabras que sean capaces de apuntalar en tu espíritu lo que la muerte de un familiar sacude y destruye.
Es tonto infundir ánimo en base a la resignación o aludiendo a la siempre caprichosa voluntad de Dios. Sé que de esa manera no se logra más que avivar un sentimiento desesperado, que ya no sirve, que convendría relegar en el casillero de nuestros recuerdos serenos. (Yo trato de no pensar en mi padre; no hago nada por torturarme trayéndolo a la esfera de mis afectos “activos”.) Quizá ésto te parezca morbosamente razonado, pero creo que es un medio inteligente de ayudarse en un trance que no ofrece alternativas, y sobre todo de ayudar a quienes en mayor o menor escala confían en la fuerza ajena. 
Hay que mirar hacia adelante, Elba. Hay que vencer la obstinada sombra de los recuerdos y la melancolía y enfrentar cada uno de los pensamientos que agresivamente se nos echan por delante. En función de futuro habremos de superar todo aquello que ya no tiene sentido (las lágrimas y la angustia), puesto que no se honra a nuestros muertos claudicando ante su sombra. Se los honra construyendo en nosotros y en aquéllos que han merecido su amor, un mundo de fe y esperanza. No importan los medios, no importa si esa fe y esa esperanza radican en el convencimiento de una justicia superior. Lo que importa es sobreponerse al abatimiento, es no herirse gratuitamente, es superar esa aparente impotencia que parece tragárselo a uno y restarle toda aptitud de vivir. (Mi madre no puedo todavía escapar de este influjo, aun cuando comienza a escucharme y aceptar algunos de mis razonamientos. Mis furtos fueron éstos: en principio ha conseguido que saliera de casa, que aceptara invitaciones para ir al teatro, que no se fanatizase con el cementerio; últimamente, y con una hermana, ha hecho un paseo a Mar del Plata de 15 días.) A ésto le llamo yo respetar la memoria de mi padre; haciendo llevadera la vida de aquella gente que tanto lo amó.
Comparándola con el sufrimiento que padeció mi padre, la muerte del tuyo fué idealmente plácida. Ojalá yo pueda morir así. Fíjate qué camino apacible el de tu padre y qué tortuoso del mío… y todo para llegar al mismo final. Es lamentable que los dos no hayan vivido y dsifrutado unos años más, pero éste es un pensamiento un poco egoísta. Se dice lo mismo cuando el que muere tiene 90 años. Nunca es suficiente. 
Estoy seguro que tú tienes la fuerza necesaria para superar esta angustia de la única manera que se puede superar: pensando un poco fríamente, dejando el corazón de lado, pensando, pensando en el valor exacto de la palabra irremediable. Y a partir de allí empezar a concebir una vida sin la presencia de tu padre. Es natural que ahora los recuerdos se agiganten y ciertas palabras y ciertos gestos adquieran la dimensión de un fantasma. Pero hay que ser un poco duro y convencerse de que la gente que nos rodea merece que le despejemos el camino de todo aquello que resulte siniestro y anímicamente enfermante. Te deseo el mejor de los éxitos. Costará al principio, pero con voluntad no se tarda en comprender la ridiculez que trasunta la práctica de un luto desmedido. (No hablo de géneros negros; hablo del luto que uno lleva adentro.) Sinceramente, te deseo éxito en éste que será un arduo trabajo.
Escríbeme pronto. Yo también tengo algunas novedades que contarte. Penas y alegrías se suceden alternativamente. Así es la vida. Yo creo entrar en una nueva etapa de mi vida; en una etapa tal vez definitiva. He de adelantarte un solo hecho: dejé la Caja de Ahorros (otra vez) ante el ofrecimiento de ser secretario de redacción de Vea y Lea.
Saluda a tus hermanos y a tu madre.
Con todo afecto
Norberto.