Yungay, noviembre 12 de 1852

Mi querido Alberdi:

Conságrole a usted estas páginas en que hallará detallado lo que en abstracto le dije a mi llegada de Río de Janeiro, en tres días de conferencias, cuyo resultado fue quedar usted de acuerdo conmigo en la conveniencia de no mezclarnos en este período de transición pasajera, en que el caudillaje iba a agotarse en esfuerzos inútiles por prolongar un orden de cosas de hoy más imposible en la República Argentina. Esta convicción se la he repetido en veinte cartas por lo menos, rogándole por el interés de la patria y el suyo propio que no se precipitase, aconsejándole atenerse al bello rol que «sus Bases» le daban en la Regeneración Argentina.

Si antes de conocer al general Urquiza dije desde Chile: «su nombre es la gloria más alta de la Confederación (en cuanto a instrumento de guerra para voltear a Rosas)», lo hice, sin embargo, con estas prudentes reservas; «¿Será él el único hombre que, habiendo sabido elevarse por su energía y talento, llegado a cierta altura (el caudillo) no ha alcanzado a medir el nuevo horizonte sometido a sus miradas, ni comprender que cada situación tiene sus deberes, que cada escalón de la vida conduce a otro más alto? La historia, por desgracia, esta llena de ejemplos, y de esta pasta esta amasada la generalidad de los hombres… ¿Y después?… Después la historia olvidará que era gobernador de Entre Ríos un cierto general que dió batallas, y murió de nulidad, oscuro y oscurecido por la posición de su pobre provincia.» Ya está en su provincia. La agonía ha comenzado, y poco han de hacer los cordiales que desde aquí le envían y le llegan fiambres para mejorarlo.

Óigame, pues, ahora que habiendo ido a tocar de cerca a aquel hombre y amasado en parte el barro de los acontecimientos históricos, vuelvo a este mismo Yungay, donde escribí Argirópolis, a explicar las causas del descalabro que ese hombre ha experimentado.

Como se lo dije a usted en una carta, así comprendo la democracia; ilustrar la opinión y no dejarla extraviarse por ignorar la verdad y no saber  medir las consecuencias de sus desaciertos. Usted, que tanto habla de política práctica, para justificar enormidades que repugnan al buen sentido, escuche primero la narración de los hechos prácticos, y después de leídas estas páginas, llámeme detractor y lo que guste. Su contenido, el tiempo y los sucesos probarán la justicia del cargo, o la sinceridad de mis aserciones motivadas. ¡Ojalá que usted pueda darles este epíteto a las suyas!

Con estos antecedentes, mi querido Alberdi, usted me dispensará de que no descienda a la polémica que bajo el transparente anónimo del Diario me suscita. No puedo seguirlo en los extravíos de una lógica de posición semioficial, y que no se apoya en los hechos por no conocerlos. No es usted el primer escritor invencible en esas alturas, y sin querer establecer comparaciones de talento y de moralidad política que no existen, Emilio Girardin, en la prensa de París, logró probar victoriosamente que el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas era un cuento inventado por los especuladores de la Bolsa, y la Europa entera estuvo por un mes en esta persuasión, que la embajada de Montevideo apenas pudo desmentir ante los tribunales. Mi ánimo, pues, no es persuadirlo, ni combatirlo; usted desempeña una misión, y no han de ser argumentos los que le hagan desistir de ella.

El público argentino allá y no aquí, los que sufren y no usted, decidirán de la justicia. No será el timbre menor de su talento y sagacidad el haber provocado y hecho necesaria esta publicación, pues cónstele a usted, a todos mis amigos aquí, y al señor Lamas en Río de Janeiro, que era mi ánimo no publicar mi campaña hasta pasados algunos años. Los diarios de Buenos Aires han reproducido el ad Memorándum que la precede, el prólogo y una carta con que se lo acompañé al Diario de los Debates. Véalas usted en El Nacional, y observe si hay consistencia con mis antecedentes políticos, nuestras conferencias en Valparaíso y los hechos que voy a referir.

He visto con mis propios ojos degollar el último hombre que ha sufrido esta pena, inventada y aplicada con profusión horrible por los caudillos, y me han bañado la cara los sesos de los soldados que creí las últimas víctimas de la guerra civil. Buenos Aires está libre de los caudillos, y las provincias, si no las extravían, pueden librarse del último que sólo ellas con su cooperación levantarían. En la prensa y en la guerra, usted sabe en qué filas se me ha de encontrar siempre, y hace bien en llamarme el amigo de Buenos Aires, a mí que apenas conocí sus calles, usted que se crió allí, fue educado en sus aulas, y vivió relacionado con toda la juventud.

Háblole de prensa y de guerra porque las palabras que se lanzan en la primera se hacen redondas al cruzar la atmósfera y las reciben en los campos de batalla otros que los que las dijeron. Y usted sabe, según consta de los registros del sitio de Montevideo, quién fue el primer desertor argentino de las murallas de defensa al acercarse Oribe. El otro es el que decía en la cámara ¡Es preciso tener el corazón en la cabeza! Los idealistas le contestaron lo que todo hombre inocente y candoroso piensa: «Dejemos el corazón donde Dios lo ha puesto.»

Es ésta la tercera vez que estamos en desacuerdo en opiniones, Alberdi. Una vez disentimos sobre el Congreso americano, que, en despecho de sus lucidas frases, le salió una solemne patarata. Otra sobre lo que era honesto y permitido en un extranjero en América, y sus Bases le han servido de respuesta. Hoy sobre el pacto y Urquiza, y como el tiempo no se para donde lo deseamos, Urquiza y su pacto serán refutados, lo espero, por su propia nulidad; y al día siguiente quedaremos, usted y yo, tan amigos como cuando el Congreso Americano y lo que era honesto para un extranjero. Para entonces y desde ahora, me suscribo su amigo. 

SARMIENTO.

Publicado en www.sarmiento.org.ar

Esta carta dedicatoria figura en la publicación efectuada por Editorial  Guillermo KRAFT Limitada,fundada en 1864 en Buenos Aires.Impreso en Argentina, Se trata en este caso del ejemplar 4226 ilustrado por W.MELGAREJO MUÑOZ y responde a una reproducción facsimilar en impresiones offset del mismo libro que en ediciones principe publicara «Amigos del Libro».

Categorías: Cartas publicadas

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