Milán
Jueves, 21 de enero de 1926

He quedado reducida a un algo que desea a Virginia. Te compuse una hermosa carta en las horas de insomnio y pesadilla de esta noche, y ha desaparecido: sencillamente te echo de menos, de una forma muy simple, humana, desesperada. Tú, con todas tus cartas nunca sandias, jamás escribirías una frase tan elemental como esta; quizá ni siquiera la sentirías. Creo que a ti no se te escapará el pequeño vacío. Pero lo vestirías con una frase tan exquisita que perdería un poco de su realidad. En cambio conmigo es muy potente: me duele tu ausencia más aún de lo que podía imaginar —y estaba preparada para sentirla no poco—. Así que esta carta no es más que un chillido de dolor. Es increíble lo esencial que has llegado a ser para mí. Supongo que estás acostumbrada a que la gente te diga estas cosas. Maldita sea, criatura mimada, no haré que me ames más por entregarme yo de esta manera… Pero, ay, cariño, contigo no puedo ser astuta y reservada; te amo de más para eso. Verdaderamente de más. No tienes ni idea de lo distante que puedo ser con la gente que no amo. Lo he convertido en un arte refinado. Pero tú has derribado mis defensas. Y en verdad no lo lamento …

Por favor, discúlpame por escribir una carta tan deprimente.

V.