Buenos Aires, Atlántida, 1995
Traducción de Eleonor Gorga


Esta novela en forma de única carta que una abuela le escribe a su nieta ausente, emigrada de sopetón desde la Italia natal a los modernos Estados Unidos como esas cosas que pasan, se transformó a poco de ser publicada en un éxito universal. Fue traducida a innumerable cantidad de idiomas y consagró a su escritora como celebridad. También, en 1996, la directora Cristina Comencini adaptó para el cine la novela.
Como un diario íntimo en segunda persona, la abuela escribe día tras día sus sensaciones y sus recuerdos, también sus reflexiones, consejos y la extensa vida que, por cuestiones de la naturaleza, pronto se apagará. En sus tiernos y crueles recuerdos, hay cuatro espacios fundamentales por los que ronda y ronda: su infancia; la relación con su marido Augusto y su amante Ernesto; la relación con su hija, Ilaria, muerta en un accidente de tránsito; y, por supuesto, con su nieta, la destinataria de la extensa carta.
La abuela se vale de ésta por varias razones: porque le garantiza que la joven e irreverente nieta no la va a interrumpir; porque quedará como letra viva e indemne, para cuando la joven vuelva, sea cuando sea, y la anciana ya se haya callado; porque la escritura permite traer a cuento un mundo ido con cierto método, sin exabruptos, como quien se adentra en un altillo amueblado de objetos polvorientos, pero que, con valerosa paciencia, la mano los vuelve relucientes.

Los días pasaban y yo no tomaba ningún tipo de decisión. Luego, esta mañana, la sugerencia de la rosa. Escríbele una carta, un pequeño diario de tus días que siga haciéndole compañía. Y entonces heme aquí, en la cocina, con un viejo cuaderno tuyo delante, mordisqueando la lapicera como un chico que tiene dificultades con los deberes. ¿Un testamento? No propiamente, más bien algo que te siga a través de los años, algo que puedas leer cada vez que sientas la necesidad de tenerme cerca. No temas, mi intención no es pontificar ni entristecerte; sólo deseo charlar un poco con la intimidad que nos unía en un tiempo y que, en los últimos años, hemos perdido. Por haber vivido mucho y haber dejado detrás de mí a tantas personas, ahora sé que los muertos no pesan tanto por su ausencia, sino por aquello que -entre ellos y nosotros- no fue dicho.

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