Fondo de Cultura Económica, México, 2000
El g énero epistolar está compuesto también por las obras
que contienen a la carta como referente de sus textos. Éste es uno de
los casos. La señora González tiene que escribirle una carta al señor
Lairla y eso no le permite dormir. Poco se sabe de qué y del por qué,
pero ahí está la señora González intentándolo. Dos estructuras en
paralelo esgrime esta narración infantil: una, que está dada por el
contrapunto constante entre el relato tipográfico y el icónico. Los
dibujos completan lo que se leyó o dan indicios sobre lo que se leerá.
No son éstas meras ilustraciones de lo que se dice, auxiliares
de segundo orden de la palabra. Los dibujos son de Ana Lartitegui y se
extienden por cada una de las páginas impares del relato. La otra
regularidad tiene que ver con la historia. Así como se ha utilizado la
metáfora de las cajas chinas para describir los relatos incluidos, uno
en dos y dos en tres, en La carta de la señora González son sus actores los que son tragados por un sujeto mayor: a es incluido en b, b es incluido en c,
y así sucesivamente. A todo esto, ¿qué hay de la carta? Eso habrá que
preguntarle al señor Lairla cuando la reciba. Quizás viajen en ella
todas las especies, como en el arca de Noé.
La señora González casi no había dormido, había pasado media noche pensando en lo que tenía que decir al Sr. Lairla. Luego, cuando por fin consiguió dormir, pasó la otra mitad de la noche soñando con el Sr. Lairla y el olor a cerezas que dejaba el tabaco de su pipa. Nada más levantarse, antes de ponerse a desayunar, comenzó a escribir una carta para el Sr. Lailra. Lo cierto es que comenzó muchas cartas que acabaron en la papelera hasta que, por fin, consiguió terminar una que le pareció perfecta. `Hay que poner mucho cuidado en los detalles´… se decía mientras pasaba la lengua por la goma del sobre.