Por Mateo Niro.

«Queridos padres:
Esta carta la tengo que hacer rapidisimo. Estamos todos muy bien. No se preocupen. Aca no pasa nada. Por lo que le hayan dicho halla, aca no paso nada. Espero verlos lo más pronto posible. Se supone que hay bloqueo aereo así que no se si vamos a poder escribir de nuevo o recibir cartas.
Los quiero mucho a todos. 
Perdonen la letra la carta la estoy haciendo rapido y a oscuras. Escriban por las dudas. De verdad acá no paso nada y ojalá no pase».

Así empezaba una de las cartas que mandó Raúl desde las Islas Malvinas en tiempos de la guerra -que se transcribe tal cual-, y uno puede imaginarlo con los dedos duros como hielo, doblando a duras penas el papel y metiéndolo adentro del sobre, rogando que llegue ese mensaje a buen puerto, que llegue hasta aquellos que se habían quedado esperándolo en Mar del Plata -solo esperándolo como en un tiempo detenido- mientras él estaba ahí, escribiendo cartas, entre el viento y la angustia, queriendo sí que el tiempo le pase de una vez para volver.

La guerra de Malvinas generó un intercambio epistolar de características extraordinarias.

Familiares, amigos, compañeros, incluso personas que no los conocían, sintieron una necesidad de brindar su apoyo, contención y cariño a los soldados. Así intercambiaron cartas y telegramas con los combatientes a lo largo de los 74 días del conflicto bélico y durante décadas después, cuando la lucha fue de carácter más personal pero igual de trágica.

Las cartas, telegramas y postales muestran la parte íntima de la guerra, los detalles del día a día, el desasosiego de las madres y los padres, las promesas de asados de amigos, los dibujos de los sobrinos, las encomiendas que no llegaban, las palabras de aliento, el deseo insuperable de volverse a encontrar.

«Cartas de Malvinas»  es una muestra -de lunes a domingo, en el Torreón del Monje- que da cuenta del impacto de la guerra en Mar del Plata, con misivas que llegaron y salieron de la ciudad.

Analizando las cartas de la guerra

En tiempos de grandes sucesos, la carta hace las veces de historia mínima en medio de la bulla de la gran Historia. Y cuando el acontecimiento es la guerra, esa huella parece abrirse paso como un discurso pequeño, interpersonal, de sujetos casi anónimos que se escriben para contarse cosas de la vida en medio de la muerte que ronda. Así lo refleja un puñado de cartas que cruzaron el océano desde las Islas Malvinas hasta Mar del Plata y viceversa.

El teatro de operaciones en la guerra de Malvinas fue ajeno, distante, otro mundo. Desde los territorios de origen partieron cartas a los seres queridos ausentes para notificar, a simple vista, de cómo quedaron las cosas, del afecto que se tiene por ellos, de las noticias del mundo que dejaron, del deseo que les cuenten cómo anda todo por allá.

La materialidad de la carta permite determinados usos que se agravan en circunstancias como la guerra. Uno es la fetichización: el pequeño papel que va de una mano a la otra, la caligrafía insegura, una fotografía que llega al destino remoto. El otro, quizá resultado del primero, es cierto ánimo de acumulación: cuantas más cartas se reciben, más se es querido (de ahí esa fórmula de las cartas compasivas «al soldado que no recibe correspondencia»).

La carta, más que constituirse en canal del mensaje, se transforma en el mensaje mismo: un acto. Como las cartas amorosas, no resulta tan importante el significado de sus palabras sino que estas sean dichas, la mera enunciación.

En una de ellas, del 21 de abril del año fatídico, le escribió Gustavo a su mamá: «… no te voy a escribir mucho porque no tengo mucho para contarte…».

Lo que prima, entonces, no es el contenido sino la acción de decirlo. Pero, a pesar de eso, o más bien por eso, piden insistentemente respuesta (así lo dice al final en la misma carta).

«… bueno ma, esperando que me contestes pronto termino la carta así nomás, porque no se que contarte. Mañana te vuelvo a escribir.
Chau! Gustavo.
PD: Saludos a todos, no te olvides de nadie. Contesta pronto».

Las cartas van a explicitar a los cuatro vientos el deseo de que el vínculo no se corte y esto es dicho a veces con ánimo gentil o con gestos de gratitud sobre el potencial eco. Otras, con modalidad imperativa. Podemos pensar que en esto confluyen cuestiones afectuosas: si me escribís es porque me querés y quiero que me quieras.

Pero no se trata solo de cartas de amor, sino de amor y de guerra. Porque, si la correspondencia en los sujetos amantes se convierte en testimonio presente de la vitalidad del vínculo, en la carta de guerra lo que se prueba es la propia supervivencia: la caligrafía, el pequeño gesto personal, la broma íntima, la firma, indican que todavía se está ahí escribiendo, respirando.

Así le escribe Raúl a sus queridos padres: «Bueno ojalá que no sea la última correspondencia.»

De hecho muchas de las cartas empiezan con «estoy bien», como si quisiera decir: lo escribo: estoy bien. O mejor: porque puedo escribirlo, estoy bien.

La gran cantidad de estas cartas de Malvinas guarda, obviamente, un claro referente común: la guerra. Tan conocido es que permite no nombrarse ostensiblemente sin por ello perder ese sentido que todos entienden. Estas cartas construyen infinidad de eufemismos y rodeos para un sustantivo tan común como «guerra». Es  la palabra que no se nombra aunque se sabe, que se esquiva adrede por pudor, por temor, por respeto al destino, para que no vaya a ser cosa:

«Acá todavía no pasó nada» / «que ni bien se tranquilice la situación» / «rogando a Dios y a la virgen que todo esto termine muy prontito».

La palabra «guerra» parece esconderse como cuando se habla de una penosa y larga enfermedad, que en los pasillos oscuros del hospital nadie nombra.
La carta permite espiar por el ojo de la cerradura esa historia que hoy forma parte de los libros de Historia. Ahí está el gesto inmóvil del protagonista de entonces como si el tiempo no hubiese pasado.

«Por el momento lo único que esperamos todos aquí es que todo se solucione para volver lo antes posible. Aquí el problema no son los ingleses sino la monotonía de todos los días, comer una sola vez por día, dormir en un pozo húmedo, etc. Eso es solamente lo que aquí nos está agotando y embolando. Bueno cuando vuelva les aseguro que si tengo licencia, los voy a visitar y disfrutar de la buena vida. Bueno ahora me despido esperando que se queden tranquilos y no me extrañen mucho. Quien los quiere mucho. Marcelo».

Para conocer de manera próxima e íntima un gran acontecimiento como el de la guerra de Malvinas, las cartas constituyen un documento que registra sus modestas versiones del suceso a través de pequeños testimonios en primera y segunda persona. Son huellas que hacen ver lo que el plano general relega y oscurecen lo que la Historia realza.

Es que la carta parece evidenciar a la mano que escribe, allá lejos, como un cuchicheo en el inmenso estruendo de la guerra. Y permite decir, como nada, lo imprescindible: «No sabés las ganas que tengo de volver a verte».

https://www.infobae.com/sociedad/2019/07/23/las-cartas-desde-malvinas-como-pruebas-de-vida-de-puno-y-letra-los-sentimientos-de-los-soldados-argentinos-durante-la-guerra/