Polisemantismo y polimorfismo de la carta en su uso literario

Carles Bastons I Vivanco

Ante un tema tan amplio y tan poco trabajado (1) de entrada caben dos opciones. La primera consiste en una aproximación histórica de lo que ha sido la función de la carta a lo largo de la historia literaria (por lo tanto, perspectiva histórica, visión diacrónica). La segunda, en el análisis de la carta como género literario que tiene unas peculiaridades y características especiales. En este segundo caso, estudio casi sincrónico en donde se conjugarían la teoría y la crítica literarias.

Sin embargo, ambas opciones se entretejen y se condicionan. A efectos expositivos y siempre con las limitaciones propias de toda ponencia, voy a lo largo de mi intervención a dividir mi trabajo en dos partes aunque con constantes referencias a una y otra. La primera tendrá un carácter más marcadamente histórico en el que se incluye la evolución del sentido moderno de la carta, sobre todo a partir del siglo XVIII.

Sin necesidad de remontarnos a las civilizaciones orientales en donde parece ser que hay que buscar los primeros ejemplos, podemos centrar sus orígenes, como otros tantos géneros, en la cultura griega (Homero, Herodoto, Tucídides, cartas apócrifas de Aristóteles y Demóstenes) (2), en la Biblia, con las epístolas de San Pablo, y en la literatura latina con Plinio el Joven, con Cicerón y con Horacio con su Epístola ad Pisonem, sin olvidar a Ovidio en Las Heroídas, y en Las Pónticas. En todos los casos, poco tenía que ver con la creación literaria. En San Pablo, por ejemplo, es evidente la carga moral y aleccionadora, mientras que en las de Plinio ya destaca un sentido bisémico (cartas de asuntos familiares y tono jocoso, de asuntos privados y tono grave (3), mientras que Horacio ya apunta una de las grandes posibilidades de toda misiva: vehículo de expresión de ideas literarias, es decir como soporte escrito de preceptiva literaria. Y Ovidio abre la perspectiva de la carta como documento de exilio, con todo lo que pueda tener de carga nostálgica, melancólica o de resentimiento.

Haciendo un salto ya hasta la Edad Media, tal vez por este motivo en este largo período abundan los tratados y es objeto de estudio por parte de la Retórica medieval. Se ha de dominar la técnica epistolar dado que por ella se pueden transmitir no ya teorías literarias sino toda clase de mensajes. E incluso si se quiere llegar más lejos, se podría afirmar que la carta asume un papel que luego recogerá la prosa doctrinal. La misiva sirve como espacio textual para expresar ideas: así se explica que existan la epístola humanística (4) y las cartas prohemios (5) con sus variantes. Una de contenido erudito y otra de corte puramente literario, con un destinatario y un emisor que pueden llegar a ser meras ficciones (6) en donde la carta se mueve entre dos universos, el estético y el jocoso, y anticipa así uno de los significados actuales: el gusto de escribir y el placer de leer. Y ello ya introduce la perspectiva que recoge un estudio francés que nos parece lo suficientemente interesante para apuntarla por lo menos (7) y que se centra en distintos aspectos, desde concebirla como un género literario menor hasta su carácter de ficción, pasando por considerarla el espejo del alma, etc. Y en este panorama humanístico no hay que olvidar la carta mensajera, fundamental para explicar la estructura, por ejemplo, del Lazarillo de Tormes.

Por todo ello, el arte epistolar estaba incluido en el “ars dictaminis” al que el profesor J.J. Murphy dedica un capítulo en su interesante y documentada obra La Retórica en la Edad Media (8) En él estudia y comenta los tratados de epistolografía en diversos países, como Italia, Francia, Inglaterra y Alemania. Destaca la escuela italiana centrada en Bolonia con Hugo al frente (siglo XII) (9).
Y no es lícito abandonar los tiempos humanísticos sin la alusión al corpus epistolar petrarquista, magistralmente estudiado por el profesor Francisco Rico en la no menos magistral edición de las obras del poeta italiano (10). En la introducción a los “epistolarios” (11) se leen unas afirmaciones que nos sirven de enlace entre la primera y la segunda parte de este trabajo. Se dice literalmente:

..mas no se desoriente el lector: la materia fundamental de semejantes cartas no es tanto la biografía externa como la cultura y las preocupaciones intelectuales de su autor. Las cartas petrarquescas apenas tienen relación con la correspondencia eminentemente utilitarista que se estila en nuestra época (..) antes bien se deleitó en tratar de política, de religión, de literatura, con el mismo propósito erudito o moralizante…

Una vez más se justifica la modernidad de Petrarca que ya en el siglo XIV descubre el polimorfismo y el polisemantismo de una carta y anticipa mucho de los valores que posteriormente tendrá un texto epistolar. 
Pero antes del salto conviene hacer una mención especial a Erasmo, otro gran impulsor de la epistolaridad. Como recoge el profesor Joan Estruch i Tobella, el sabio de Rótterdam distingue cuatro tipos de cartas: las suasorias, las encomiásticas, las judiciales y las familiares (12).
Por exigencias de espacio y tiempo dejo de lado la producción epistolar del Siglo de Oro español, pero sí quiero apuntar que por lo menos en esta época la carta asume muchas funciones. Como técnica literaria en prosa, sobre todo en la producción narrativa que afecta a una obra íntegra, la Cárcel de amor, todavía del siglo XV. Como medio para manifestar ideas y preocupaciones estéticas, el caso ya citado en nota de Boscán, cuyo precedente sería la carta Proemio del Marqués de Santillana; la carta como mini-pieza literaria interpolada, el caso de las que aparecen en El Quijote. La carta en verso como vehículo de pensamiento filosófico, el caso de las Epístolas de Garcilaso, de la Epístola Moral a Fabio y todavía la carta como panfleto, el caso de F. de Quevedo en su Epístola censoria al Conde-Duque. No se olvide tampoco en el siglo anterior las Cartas familiares de Fray Antonio de Guevara ni las Cartas de Sta. Teresa de Jesús, todas de gran y variado interés (13).
Como síntesis de todas las opciones epistolares del Siglo de Oro se podría acudir a la magnífica clasificación que formula el profesor Claudio Guillén, uno de los mayores defensores y expertos del tema: la carta latina, la carta en prosa y en lengua vernácula, la epístola en versos latinos, la epístola poética en lengua vulgar, “ars dictaminis” medieval, los manuales de correspondencia o de cartas mensajeras y las cartas intercaladas en diferentes géneros (14).
Me permito afirmar que en el siglo XVIII aparece la carta en el sentido moderno. Curiosamente en uno de los más recientes estudios literarios sobre esta centuria (15). no se contempla el género epistolar. Y sí, en cambio, algunos escritores todavía utilizan la carta según los cánones clásicos. Piénsese, por ejemplo, en Juan Meléndez Valdés en sus Epístolas, escritas en verso, de fuerte contenido doctrinal y por cierto poco conocidas y estudiadas. Sin embargo, otro escritor del siglo XVIII Leandro Fernández Moratín ya escribe cartas en sentido contemporáneo (16). Y también a partir de esta época se echan de menos tratados teóricos sobre la misiva. Y desde esta época la epistolografía carece ya de estudios sistemáticos hasta llegar a nuestros días. En lengua castellana se reducen a breves ensayos (17), a prólogos (18), a artículos esporádicos o de revista (19)   a artículos periodísticos (20). Y dada esta carencia, el investigador tiene que moverse en lucubraciones teóricas apoyadas en la escasa bibliografía y lanzar ideas que exigen, desde luego, una profundización ulterior o, en otro aspecto, replanteamientos críticos. 
En primer lugar, es indiscutible que una carta es una pequeña pieza literaria que obviamente tiene autor y receptor –mejor sería llamarlo narratario- como cualquier otra. Ahora bien, ya surge un primer elemento de especificidad: la carta tiene tres lectores: el propio autor, el destinatario de la misma –o sea el narratario- y los lectores anónimos contemporáneos del autor, de la carta y también lectores de tiempos presentes y futuros. Una carta también ocupa unos espacios y tiene una estructura que difiere de otros géneros. Sin regresar a las partes de la retórica medieval, toda carta en el sentido moderno lleva –o debería llevar- fecha, encabezamiento, texto, fórmula de despedida, etc. Y también la carta plantea problemas de difusión, transmisión, conservación, falsedad y falsificación, diferentes a los de otros géneros literarios. He aquí pues unos aspectos técnicos, sólo esbozados, pero que conviene tener muy en cuenta. 
La carta también es gozne, eslabón entre la oralidad y la escrituridad, según afirma Claudio Guillén (21). Y siguiendo con las sugerencias de este especialista en el tema la carta exige alfabetismo, literariedad y poeticidad (22).
En otro sentido, son muy validas las aportaciones de Pedro Salinas y Francisco López Estrada, ya citados en nota. El poeta y ensayista del 27 llega a hablar del gran hallazgo, de la gran invención de la carta (23). Por su parte, el catedrático de la Universidad de Madrid enuncia una definición reveladora: “la carta es la conversación de los ausentes, la negación de ese pozo sin fin que es la ausencia, la voluntad de persistir y permanecer en el límite de lo humano” (24) y lanza un mensaje casi angustiado: “hay que salvarlas siempre (…) pues el espíritu permanece en estos papeles frágiles e irrecuperables si se pierden” (25) .
Un texto del ensayista catalán actual Albert Manent nos introduce en otros aspectos de la carta. “El género epistolar es escaso y minoritario, pero revela la madurez de un país y de una cultura. A veces la historia política o la cultural encontraron en una carta la clave de una hipótesis o de un enigma. Los epistolarios, al margen de su valor de creación, completan biografías, matizan cosas, descubren intimidades y en conjunto nos dan la medida de la calidad espiritual y humana de quien los escribe” (26) . E insiste a continuación en el mismo mensaje del profesor López Estrada: hay que hacer un esfuerzo colectivo para salvar todas las cartas posibles. 
Y ahora ya con ese breve repaso a la historia y a un breve estado actual de la cuestión, sí que es el momento de ir enumerando cada uno de los rasgos intrínsecos de una carta y su posible relación con otros géneros literarios. 
Toda carta contiene una carga subjetiva importante, por lo que coincidiría con el concepto clásico de la lírica –y del ensayo, como se verá luego- como expresión de unos sentimientos y de unas vivencias. En efecto, la carta es intimidad, confidencia, es autobiografía, utiliza en general la primera persona verbal. Y por tanto, conecta asimismo con el género de las memorias y los diarios, con lo que recientemente se llama “egodocumentación”. En este sentido, el Departamento de Literatura Española de la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona es uno de los pioneros al haber creado la “Unidad de Estudios Biográficos” y editar también un Boletín (27) en el que tiene cabida todo lo relacionado con lo biográfico. Y por este camino, se podría llegar a afirmar, tal vez audazmente, pero recojo la idea de una ponencia de Claudio Guillén, que algunas sintonizan tanto con el ser querido al cual van destinadas que podría hablarse de comunión o éxtasis epistolar. Esta confidencia puede conducir a las reflexiones morales por lo que la carta tiene también un fuerte componente conativo o apelativo. En cuántas cartas, sean de la naturaleza que sean, se dan consejos, advertencias, mensajes aleccionadores, etc.
La carta es crónica de las más diversas realidades por lo que se aproxima al género periodístico, a la historia. Es lo que se podría llamar el carácter documental de la carta. 
Ya se ha aludido a que en otras épocas asumía el papel de prosa doctrinal o ensayística. Y este aspecto es el que analiza Soria Olmedo a propósito de la correspondencia Salinas-Guillén (28). Y va más lejos: repasa definiciones sobre la carta, destaca dos de sus rasgos más interesantes –amistad y ausencia- e insiste en que el género comparte muchos aspectos del género ensayístico, sobre todo en la expresión de la subjetividad con lo que coincidiría también con la lírica, según se ha dicho ya. 
La carta puede actuar también como técnica literaria al servicio de la creación narrativa o del quehacer poético. Sólo dos ejemplos: Pepita Jiménez de Valera en el siglo XIX y el poema “a José María Palacio” de Antonio Machado en el siglo XX son buenas muestras de la larga tradición del género epistolar ya que conectan con la novela epistolar y la epístola en verso, respectivamente. 
Ofrece otros aspectos técnicos, como su valor paleográfico –en su momento-, caligráfico, grafológico si se trata obviamente de textos manuscritos. Y en otras ocasiones, entran en juego factores muy distantes de lo puramente literario: la capacidad detectivesca para localizar una carta, la fuerza persuasiva para convencer a algún propietario o heredero que ceda fotocopias del original, etc., aspectos que lógicamente escapan del propósito de esta comunicación. 
Sin embargo, creo que merece la pena considerar la carta como un texto literario, acaso perteneciente a uno de los géneros menores (29) en el que convergen muchos aspectos. Esta afirmación plantea nuevos interrogantes. Las cartas ¿son literarias per se o por el autor que las ha escrito? Y todavía otras cuestiones como la noción de tiempo en la carta, lo que se podría llamar reloj epistolar y la situación epistolar comentados ambos por un estudioso francés (30).
Con todo ello se está demostrando casi inconscientemente el polisemantismo y el polimorfismo de la carta y, por extensión, del género epistolar. A la vista de esta polifuncionalidad, ¿por qué queda tan marginado de los estudios literarios?, ¿por qué no han aparecido antologías de epistolarios famosos (31) ?, ¿por qué no se trabaja en las clases de literatura, sean del nivel que sean –primaria, secundaria, universitaria- con textos epistolares? Son interrogantes que planteamos y que hoy por hoy no encuentran respuesta en los planes de estudio. De momento nos hemos de consolar saludando los diferentes epistolarios que van apareciendo en el mercado sobre escritores modernos y contemporáneos que nos permiten saber más de su biografía, de su personalidad y del contexto histórico, político, social, económico, cultural y artístico. Sean bienvenidos y lo serán también todos los tratados rigurosos y sistemáticos sobre epistolaridad y epistolografía. Conformémonos, pues, saboreando el tono tierno y entrañable de las cartas de Antonio Machado a Pilar Valderrama incluidos neologismos del tipo “tuyísimo” (32) o de Benito Pérez Galdós a Teodosia Gandarias (33), o las documentadas cartas cruzadas de Pedro Salinas y Jorge Guillén (34) , crónica de una época y testimonio de exilio al igual que las dirigidas a Rosa Chacel (35); o la magnífica y rigurosa edición de las cartas de a Víctor Balaguer (36); o leyendo dos de los más recientes epistolarios relacionados ambos con el 27 (37); o investigando sobre corpus epistolares inéditos; o reflexionando sobre la frase aplicada a Unamuno de que “escribía tanto que no se sabía de dónde sacaba el tiempo para leer (38)y leía tanto que no se sabía de dónde sacaba el tiempo para escribir” o, simplemente, intentando evitar que el telegrama, el teléfono, el fax, el correo electrónico e informático no las conduzcan a una sepultura definitiva.

Notas

(1) No existe todavía un estudio sistemático sobre la epistolaridad. Hay sí artículos, prólogos, comunicaciones. Véanse notas 17-21. 
(2) Para la epistolografía griega véase la obra de J.A. López Férez, Historia de la literatura griega, Madrid, Cátedra, 1988, pp. 1145-1152. 
(3) Véase A. Gómez Moreno, España y la Italia de los Humanistas, Madrid, Gredos, 1994, p. 184 (corresponde al capítulo XI, titulado La epístola humanística). 
(4) Véase nota anterior. 
(5) Carta proemio del Marqués de Santillana. En esta línea se puede citar la de Boscán, por cierto recientemente publicada en edición facsímil por la Universidad de Barcelona, Juan Boscán, Epístola a la Duquesa de Soma (Prólogo A. Vilanova), 1996. 
(6) Ob. cit., p.180. 
(7) G.Haroche-Bouzinac, L’epistolaire, Hachette, Paris, 1995. La información original e interesante que proporciona esta obra se complemente con los trabajos de epistolaridad recogidos en unas Actas, J.L. Bonatt (rec) Problématique et économie d’un genre littéraire: écrire, publier, lire les correspondances, Nantes, PU, 1984. 
(8) El arte epistolar, capítulo V, Méjico, FCE, 1986. 
(9) Ob. cit., pp. 240-246. 
(10) Madrid, Alfaguara, 1978. 
(11) Ob. cit., p. 225. 
(12) Retórica y confesión personal en las “Cartas Familiares” de Francisco Manuel de Melo, en “Arquivos do Centro Cultural Portugués”, XXXII, Lisboa-Paris, 1993, p. 77
(13) Véase la obra de J. Trueba, El arte epistolar en el Renacimiento español. 
(14) Teorías de la historia literaria, Col. Austral, Madrid, 1989, pp. 284-285.
(15) VVAA., Historia literaria de España en el siglo XVIII, Madrid, Trottal, 1996.
(16) Es de agradecer la magnífica edición de sus cartas hecha por René Andioc (Madrid, Castalia, 1971).
(17) P.Salinas “ Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar” en El Defensor, Madrid, Alianza, 1983, pp. 19-113
(18) F. López Estrada, “Prólogo” a Cartas a los Machado, Diputación de Sevilla, 1981. 
(19) C. Guillén, “Al borde de la literariedad: literatura y epistolaridad”, Tropelías, núm.2, 1991, pp. 71-92. 
(20) A. Manent, “Epistolarios”, La Vanguardia, 12-XI-90. 
(21) C. Guillén, art. cit., inlcuido en Teorías de la historia literaria, p.300.
(22) C. Guillén, artículo publicado en Tropelías. 
(23) Ob. cit., p. 27. 
(24) Ob. cit., p. 9.
(25) Ob. cit., p. 10. 
(26) Véase nota 20. 
(27) Número 1, enero de 1996. 
(28) “Pedro Salinas: el exilio, los ensayos, las cartas”, 1616, VI-VII, 1988, pp. 219-224. Recuérdese, además, que es el responsable de la edición de la correspondencia P.Salinas-J. Guillén.  
(29) Sin embargo, en un libro reciente editado en Francia (A. Motadon, Les formes breves, Hachette, Paris, 1992) no se incluye la carta como género menor ni siquiera se alude a él. 
(30) “Tout auteur de lettre sait que le présent de l’écriture correspond au futur de la réception, tout récepteur sait également que le présent de la réception renvoie au passé de l’expédition”, ob. cit., pp. 77, nota 7. 
(31) La única existente es muy monográfica. C. Bravo Villasante, 25 mujeres a través de sus cartas, Madrid, Almena, 1975. 
(32) A. Machado, Cartas a Pilar (ed de G. Depetris), Madrid, Anaya-Muchnik, 1994. 
(33) S. De La Nuez, El último gran amor de Galdós. Cartas a Teodosia Gandarias desde Santander (1907-1915), Ayuntamiento de Santander, 1993. 
(34) P. Salinas y J. Guillén, Correspondencias (1923-1951) (ed. de A. Soria Olmedo), Barcelona, Tusquets, 1992. 
(35) Cartas a Rosa Chacel (ed. de Ana Rodríguez), Madrid, Cátedra, Col. Versal, 1992. 
(36) E. Miralles, Cartas a Víctor Balaguer, Barcelona, Puvill, 1995. 
(37) Correspondencia (1920-1983).  Pedro Salinas, Gerardo Diego y Jorge Guillén, Valencia, Pre-textos, 1996; Gerardo Diego y José María de Cossío, Epistolario. Nuevas claves de la generación del 27, Méjico, Ed. Universidad de Alcalá-FCE, 1996. 
(38) En la “Casa Museo Miguel de Unamuno” de Salamanca se conservan unas veinte mil cartas. Leerlas y contestarlas justifica en mucho la afirmación.

Nota final:


En una comunicación de estas características me he tenido que centrar en epistolarios modernos castellanos. Por razones obvias he excluido las referencias a escritores no castellanos: existen magníficos y útiles corpus de correspondencia epistolar en catalán, francés, inglés, etc.

Edición digital a partir de 1616 : Anuario de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, Vol. X (Año 1996), pp. 233-238