Fabián Bosoer
UNTREF-IDEIA
fabian.bosoer@gmail.com
Publicado en Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo Sarmiento 2037, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, agosto de 2018

Resumen

Durante su exilio en Madrid, que se extiende entre enero de 1960 y junio de 1973, el ex presidente Juan Domingo Perón mantiene una línea abierta de contacto permanente e intercambio epistolar regular con referentes políticos e intelectuales interesados en acercarle ideas sobre cómo organizar las actividades de resistencia y oposición, enfrentando la     proscripción     impuesta     por     los     militares     que     lo     derrocaron      en  1955. Uno de ellos es Rodolfo Puiggrós, uno de los principales ideólogos y exponentes de la “izquierda nacional”, corriente en la que convergían diferentes vertientes del marxismo y el peronismo. Puiggrós mantenía una comunicación periódica con Perón y lo visitó en un par de ocasiones en su residencia de Puerta de Hierro. Al comenzar el año ‘68, los intercambios entre ambos se hacen más frecuentes y se refieren concretamente a la organización de cuadros juveniles para la lucha armada como parte de un proceso revolucionario. Entre 1969 y 1970, el historiador vuelve a ver a Perón en Madrid en dos oportunidades y se había transformado en una suerte de delegado personal para representarlo en misiones especiales. Lo hace, concretamente, en un viaje a Bolivia y Chile para llevarle sus saludos y apoyo a los recientemente asumidos presidentes de esos países, el general Juan José Torres y Salvador Allende respectivamente. Puiggrós había fundado el Movimiento Argentino de Solidaridad Latinoamericana (MASLA), presidido por Perón y del que él sería el secretario general, con el objetivo de extender las proyecciones de la Revolución Peronista a escala regional. Esta ponencia aborda y analiza las características y resultados de aquella iniciativa en el contexto político-cultural de los años 60.

Puiggrós y Perón: intercambio epistolar. El MASLA, un proyecto de exportar la “revolución peronista” (1968-1973)

Durante su exilio en Madrid, que se extiende entre enero de 1960 y junio de 1973, el ex presidente Juan Domingo Perón mantuvo una línea abierta de contacto permanente e intercambio epistolar regular con diversos referentes políticos e intelectuales que, desde la Argentina, le expresarán su adhesión interesados en acercarle ideas sobre cómo organizar las actividades de resistencia para mantener vivo y unido el movimiento peronista, enfrentando la proscripción impuesta por los militares que lo derrocaron en 1955 y evitando la dispersión de sus filas. Uno de ellos es Rodolfo Puiggrós, por entonces un connotado intelectual, militante político e historiador de oficio, con una prolífica producción ensayística  y  considerado  un  referente  del  llamado  “nuevo  revisionismo”.  Sus  libros –Historia crítica de los partidos políticos argentinos (primera edición, en 1956), Pueblo y oligarquía (1965) y Las izquierdas y el problema nacional (1967) entre los principales habían tenido una considerable repercusión en los ámbitos políticos, universitarios e intelectuales, con ascendiente en los sectores juveniles que abrazaban los ideales de la revolución cubana mientras luchaban por el regreso de Perón de su exilio en la España de Franco. Con antigua militancia en el Partido Comunista, del cual fue expulsado en 1946 por sus disidencias con las posturas de su conducción frente al gobierno de Perón, Puiggrós era uno de los principales ideólogos y exponentes de la “izquierda nacional”, corriente en la que convergían diferentes expresiones del marxismo con el peronismo.

Luego de una permanencia de seis años en México, donde desarrolló actividades académicas y periodísticas, había regresado a Argentina en 1966. Al volver, se dedica a ofrecer charlas y dictar conferencias en locales políticos, aulas universitarias y grupos de estudio al tiempo que se involucra en la militancia política activa promoviendo el “nacionalismo popular revolucionario”; idea que concibe como un aporte doctrinario que sirviera de nexo entre el líder en el exilio y sus seguidores, en la nueva etapa del movimiento de masas representativo del pueblo trabajador. Puiggrós mantenía una comunicación epistolar periódica con Perón por lo menos desde 1959 y lo visitará en un par de ocasiones en su residencia de Puerta de Hierro en Madrid3. La actividad político- intelectual tiene para él una directa expresión práctica que no reconoce otras instancias de mediación o eslabones intermedios. Al comenzar 1968, los intercambios entre ambos se hacen más frecuentes y en sus cartas, Puiggrós se refiere concretamente a la organización de cuadros juveniles para la lucha armada como parte de un proceso revolucionario que ya estaba en marcha. El 15 de enero de ese año, más precisamente, Puiggrós le informa al líder en el exilio sobre la creación de un Comando Revolucionario Peronista (CRP) cuyo propósito –señala- es “conquistar el poder e implantar una dictadura popular” en la Argentina.

Entre 1969 y 1970, el historiador e intelectual militante se había postulado como una suerte de delegado personal para representar a Perón en misiones especiales en el exterior. Lo hará, concretamente, en dos viajes: uno a Bolivia y otro a Chile, para transmitir sus saludos y apoyo a los recientemente asumidos presidentes de esos países, el general Juan José Torres, el 7 de octubre de 1970, y Salvador Allende, el 3 de noviembre de ese año, respectivamente. Se observaban los acontecimientos sucedidos en ambos países como ejemplos del avance de un mismo proyecto revolucionario y anti-imperialista en América latina. El general Torres, en Bolivia, había llegado al poder como consecuencia de un levantamiento cívico-militar que removió a otro general, Alfredo Ovando, y Allende, en Chile, llegaba a la presidencia por el triunfo en las urnas de una coalición de partidos de izquierda que prometían una transición pacífica al socialismo.

El componente militar de los procesos políticos latinoamericanos de la época atravesaba de derecha a izquierda tanto el ascenso como la caída de los gobiernos, llegaran estos por la vía electoral o como resultado de golpes de Estado, en un contexto de alta movilización social, radicalización política, intervención de las Fuerzas Armadas, actuación de organizaciones armadas que planteaban la guerra revolucionaria e incidencia de la Guerra Fría y el enfrentamiento Este-Oeste en la región. Chile y Bolivia se sumaban así –junto a Perú, con el general Juan Velasco Alvarado, y Panamá, con el general Omar Torrijos, ambos en el poder desde 1968-, a la corriente de gobiernos que se definían como “antimperialistas” y no alineados con los Estados Unidos, mientras en Brasil desde 1964 y en Argentina desde 1966, regían sendos regímenes militares de carácter anticomunista y con apoyo de Washington.


En agosto de 1967 se creaba en La Habana la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), compuesta por diversos movimientos revolucionarios y antiimperialistas de América Latina que, en mayor o menor medida, compartían las propuestas estratégicas de la Revolución Cubana. Un año antes se había realizado en la capital cubana la Primera Conferencia Tricontinental de Solidaridad Revolucionaria en la que  se  reunieron  más  de   quinientos   delegados   de   organizaciones   revolucionarias de Asia, África y América Latina. En la constitución de la OLAS se visualizaron las divergencias entre los distintos partidos comunistas latinoamericanos y otros movimientos antiimperialistas del continente.

En su primera declaración la OLAS realizó un balance sobre las estrategias aplicadas hasta el momento y apostó claramente por la lucha armada y la guerra de guerrillas como mecanismo para extender la revolución a  toda Latinoamérica.  Sin  embargo,  la muerte  del Che Guevara en Bolivia pocas semanas después de la realización de la conferencia frustró el proyecto de la organización de coordinar desde el país andino a los distintos movimientos guerrilleros existentes y crear nuevos, quedando así imposibilitado el objetivo marcado por la OLAS. En la década de 1970, la OLAS se había transformado en un centro de divulgación de las luchas sin capacidad real de coordinación.

“El siglo de Perón en la Argentina…”

Hacia fines de diciembre de 1970, Puiggrós le escribía a Perón: “en ningún momento he dejado de trabajar por nuestra causa- en la medida de mis posibilidades y afrontando a veces difíciles obstáculos-, la causa que seguramente los futuros historiadores definirán como la del siglo de Perón en la Argentina”. En esa misiva se refería concretamente a los frecuentes contactos -a través de conferencias, cursos, mesas redondas y reuniones- que mantenía con jóvenes, obreros, estudiantes, profesionales y empleados, los que le permitían asegurar “que la nueva generación avanza, desde diversos orígenes ideológicos y políticos (católicos, izquierdistas, nacionalistas, radicales) y por también diversos caminos, hacia un objetivo común: el socialismo, concebido como la lucha hasta sus últimas consecuencias del nacionalismo popular revolucionario, cuya expresión dinámica de masas se totaliza en el peronismo. (…). Esta carta, fechada el 27 de diciembre de 1970 con remitente en su departamento del barrio de Congreso, en Cangallo 1671, piso 15 B, fue entregada en mano a Perón por Bernardo Alberte, mayor retirado del Ejército y último edecán militar del ex presidente hasta su derrocamiento en setiembre del ‘55, que oficiaba como delegado y hombre de confianza del líder en el exilio.

Allí, Puiggrós describe el “proceso de peronización masiva del estudiantado” que – a su juicio- constituía “una prueba concluyente de la tendencia insurreccional en marcha en la Argentina”. Se estaba produciendo una alianza obrero-estudiantil y el peronismo estaba haciendo pie, como nunca antes, en los ámbitos universitarios. Enfrente quedaba la “partidocracia liberal” –así la denomina e incluye en esa definición a los partidos de izquierda:


“No sorprende el peronismo de los jóvenes obreros que nacieron y se formaron en hogares peronistas y viven ambientes donde se rinde culto a Juan y Eva Perón. En cambio, la peronización de los estudiantes –hijos de la clase media o de las clases altas– implica una significativa ruptura generacional. Los intelectuales peronistas que diez años atrás no tenían acceso a las tribunas estudiantiles, hoy son los más buscados por los estudiantes. Y por primera vez, al cabo de décadas de abstractas programaciones, el peronismo crea las bases y puntos de partida de la estrecha alianza obrero-estudiantil. Los partidócratas liberales (de la derecha, del centro y de la izquierda, según una anacrónica tricotomía) están perdiendo para siempre uno de sus baluartes –en ocasiones el decisivo para ellos–, desde el cual introdujeron, durante un siglo, el colonialismo cultural complementario del político y del económico. En estos momentos difícilmente podría presentarse un antiperonista declarado ante los estudiantes sin ser abucheado o expulsado con violencia. No exagero. Los tomatazos y huevos podridos que hicieron huir a Álvaro Alsogaray de la Universidad de La Plata, y otros hechos similares menos publicitados, expresan un sentimiento que se generaliza en todas las facultades nacionales y privadas argentinas. Existe latente un estado conflictivo entre los estudiantes, por una parte, y los profesores y autoridades universitarias al servicio del coloniaje, por la otra, que pronto estallará en acciones más violentas y decisivas que las conocidas”.

Puiggrós compara ese estado de efervescencia juvenil, radicalización política y movilización de masas de los años 60 con el surgimiento del liderazgo de Perón entre 1943 y 1945. Entiende que existían condiciones para un reencuentro entre el líder y su pueblo similares a las del 17 de octubre del ‘45:

“La proliferación de siglas y una evidente iconoclastia frente a la conducción peronista local da a ciertos observadores superficiales la impresión de que el movimiento juvenil adolece de inorganicidad y carece de claras perspectivas. Pero usted sabe mejor que yo, por su histórica experiencia de hace veinticinco años, que todo lo naciente se manifiesta de forma espontánea y con anarquía antes de cristalizar en una unidad ideológica y política nueva. Sólo los conformistas y reaccionarios pueden pretender que los jóvenes aparezcan en la arena política, en tiempos de Revolución, completamente armados como Minerva salió de la cabeza de Júpiter. Necesitan encontrarse y educarse en la lucha, pues en la historia no se da el parto sin dolor. Por ahora convergen hacia dos realidades inesperables entre sí: las masas y Perón” .

A su juicio, los partidos tradicionales y, más concretamente, los partidos de izquierda – socialistas y comunistas-, una vez más -y como ya había sucedido en 1945- no estaban en condiciones de entender y canalizar esa movilización popular disponible para un proceso de cambio. Sólo un movimiento de masas como el peronismo, y un peronismo que trascendiera su identificación con el pasado y asumiera su carácter revolucionario, podía hacerlo:

“El atractivo que ejerce sobre la nueva generación, la que no vivió la década 1945-55, nos demuestra que el peronismo no es ni puede ser una RESTAURACIÓN –como piensan muchos burócratas con añoranzas–, sino que se proyecta con carácter de CREACIÓN para los tiempos nuevos de la humanidad. Está sucediendo, en realidad, lo contrario de lo que opinan aquellos observadores superficiales: el ímpetu del movimiento juvenil naciente provoca la desmoralización y la disgregación de tradicionales agrupaciones instrumentadas por las izquierdas, en particular por el activo Partido Comunista. Este último intentó el 15 de noviembre, a través del MOR (Movimiento de Orientación Reformista), en el Congreso de La Plata, recuperar su vieja influencia sobre la FUA, pero el 5 de diciembre, en otro Congreso, realizado en la Universidad Tecnológica de Córdoba, quedó desbaratado aquel plan y se impusieron por mayoría abrumadora quienes aceptan al peronismo y ven en él al movimiento nacional y popular de las esperanzas argentinas”.

Para Puiggrós, la elaboración de la táctica del peronismo debía tener en cuenta esa pérdida de representatividad de la dirigencia política (“Forman pequeños grupos de jubilados de la política que viven soñando con el general que les arrime el hombro o urdiendo contubernios a espaldas del pueblo”, dice), no solamente con respecto a la opinión pública nacional, sino también ante los afiliados de sus propios partidos. En primer lugar, cita el caso de la Unión Cívica Radical y sus debates internos entre la conducción partidaria que ejercía Ricardo Balbín y los grupos juveniles nucleados en Franja Morada, con los que él mismo mantiene diversos contactos y en los que observa una posición contestataria:

“El Radicalismo del Pueblo –único partido que todavía conserva cierto ascendiente sobre la clase media– ha comenzado a atomizarse. Si nos atenemos a las informaciones periódicas –que nunca se caracterizan por la visión del porvenir– la controversia se circunscribiría a los sectores de Balbín y Sanmartino, es decir a dos actitudes distintas con relación al peronismo, las que llevarían a una inevitable división. Esta apreciación es parcialmente cierta, pero prescinde del grave problema de fondo que se le plantea al Radicalismo del Pueblo con la peronización de sus bases y el repudio tanto a la conducción de Balbín como a la de Sanmartino. El domingo 29 de noviembre fui invitado por un grupo de radicales del pueblo, del Movimiento Franja Morada, a pronunciar una conferencia en La Plata sobre el peronismo. Eran, en general, abogados, médicos e ingenieros. En el amplio cambio de ideas final todos ellos reconocieron el error de no haber comprendido al peronismo como una realidad histórico-social argentina y se manifestaron decididos a encontrar con los peronistas una salida revolucionaria para el país. Creo importante destacar que rechazan la opción electoral y atacan la participación de Balbín en “La hora de los pueblos”, pues ven en esta coincidencia política un instinto de frenar o desviar al movimiento nacional y popular de su marcha hacia la conquista del poder. Franja Morada atrae adeptos entre los radicales de toda la República”.

Luego dedica un párrafo al Partido Comunista, al que también le señala su desconexión con la política de masas, su contradicción entre la retórica socialista y sus alianzas con los partidos liberales y sus coincidencias tácitas con los intereses de Washington, una línea que venía –según su criterio- ya de la posición oficial asumida por el PC durante el primer y segundo gobierno de Perón, lo que había motivado la ruptura de Puiggrós con ese partido en 1946:

“Los comunistas pro-soviéticos –miembros del mejor organizado a la par que el más escleroso de los partidos de nuestro país– convocaron en Rosario al “Encuentro Nacional de los Argentinos”, con el propósito de llevar agua a su propio molino capitalizando la participación de los comunistas chilenos en el triunfo de Salvador Allende. Proclamaron en la Asamblea de Rosario la consigna “Chile señala el camino de la Argentina”, que ya habían paseado por la Alameda de Santiago. Le han dado al “Encuentro” alberdianas “bases y puntos de partida”: la Constitución de 1853 y, para no quedarse cortos, la Asamblea del Año XIII, pero se olvidaron de mencionar la Carta Magna de Juan Sin Tierra. El “Encuentro”, al que se plegaron algunos autotitulados peronistas (entre otros, Bustos Fierro) se reduce a una maniobra diversionista que –por lo menos objetivamente– responde a los cálculos del Departamento de Estado. Sin embargo, como el Partido Comunista ha perdido el poder de persuasión y aglutinamiento que tenía en 1945 y la Unión Democrática es una mala palabra, el “Encuentro” no tendrá la trascendencia que le asigna la prensa, ni tampoco la vigencia para una supuesta solución electoral”.

Su descripción del escenario político se completa con una evaluación de lo que estaba sucediendo al interior del movimiento peronista, donde advierte pronunciadas diferencias de criterio –tácticas y estratégicas- entre la rama política y los sectores juveniles. Puiggrós toma como ejemplo la interpretación de un documento que Perón había enviado recientemente:

“En su Memorandum del 15 de setiembre último dirigido al M.R.P., usted expone la estrategia de la toma del poder, cuya “realización queda en manos de la conducción táctica, encargada de la ejecución, como de la elección de los medios y la forma de ejecución”. Los muchachos del M.R.P. dicen, al comentar sus palabras, que “el escalonamiento táctico correcto es pues:

“unidad de acción político-sindical del peronismo,

“lucha contra la dictadura por reivindicaciones políticas y sociales, “toma del poder, pacífica o violenta,

“realización del Plan Justicialista”.

Puiggrós considera necesario subrayar, en este tramo de su análisis, que el éxito de la estrategia para el retorno del peronismo al poder y el logro de los objetivos trazados residía en una “acertada combinación de las dos tácticas: la pacífica (o electoral) con la violenta (o insurreccional)”. “¿Son dos tácticas escalonadas o simultáneas?”, se pregunta. “¿Tendremos que aguardar el fracaso de la pacífica para apelar a la violenta o emplear desde ya ambas a la vez? He ahí el fondo del problema”. Estos interrogantes le sugieren una serie de reflexiones, en las que pasa revista a las bases de apoyo que tributarían a esa buscada radicalización del proceso político más allá de la eventual salida electoral:

“a) La táctica pacífica lleva a la claudicación y a la derrota si no la respaldan posiciones de fuerza que obliguen al enemigo a rendirse ante nuestra voluntad de lucha. Aun en el caso extremo que su descomposición interna y su soledad política no le dejen al gobierno otra alternativa que convocar a elecciones con absolutas garantías que aseguren la victoria y la toma del poder por el peronismo, las posiciones de fuerza (las masas más las armas) son indispensables para “la realización del Plan Justicialista”.

  • La toma del poder para “destruir el orden (o desorden) imperante” no se improvisa de la noche a la mañana, ni se deja librada al azar; debe organizarse desde ahora.
    • El Comando Táctico no aplica las dos tácticas. Aplica solamente la pacífica, con lo que crea ilusiones en el triunfo del peronismo nada más que por vía electoral y, al mismo tiempo, permite al gobierno –al no sentirse amenazado por una insurgencia organizada– postergar las elecciones para las calendas griegas.
    • Las agrupaciones combatientes peronistas –la inmensa mayoría del peronismo de base– no se consideran representadas por un Comando Táctico que les da la imagen del repudiado electoralismo partidocrático y no del movimiento nacional y popular proyectado hacia el siglo XXI
    • El proceso de peronización masiva no es estimulado, ni encauzado, ni comprendido por el Comando Táctico, el cual parece que lo temiera y buscara refugio en acuerdos con otros partidos mediante la renuncia al empleo de la fuerza. Cuando, como en el caso de Córdoba, la juventud peronista muestra los dientes, se nos repite el viejo cuento de que se trata de “infiltración comunista”. ¿Ignoramos acaso que son los sectarios comunistas quienes más temen a las masas más las armas?
  • Desde abajo se desarrollan tendencias convergentes hacia el ya mencionado objetivo común (Curas del Tercer Mundo, Montoneros, Logias Militares, Integralismo16, Agrupaciones Juveniles, Franja Morada, etc.) y que confían alcanzarlo por el camino de la insurgencia (masas más armas). No aceptan ser arrastrados al campo artero e impopular de los comicios, pero si las circunstancias obligaran al gobierno a convocarlos saben que conquistaremos el poder con la lucha en fábricas y calles.
  • Si a la flexibilidad en el trato con los enemigos no peronistas del gobierno no se la respalda con una inquebrantable firmeza en la afirmación de nuestros principios y posiciones políticas y sindicales de fuerza, si no se posee una visión de conjunto del proceso social argentino, entonces la conducción táctica se alejará del movimiento nacional y popular, y Perón y las masas tendrán que encontrar otro medio de comunicación operativa.

He tratado de aportar, mi general, este granito de arena a una crítica nunca tan apremiante e indispensable como en estos momentos de negación creadora. Me ha impulsado a hacerlo el anhelo de que su gran concepción estratégica se concrete en una adecuada conducción táctica”.

Misiones en Bolivia y Chile

Puiggrós se ocupa, en la última parte de esta extensa carta de diciembre de 1970, de informar a Perón sobre las gestiones realizadas como representante del líder del movimiento en el exterior y le comenta pormenores de la giras que realiza a Bolivia y Chile, para asistir a la asunción presidencial de Torres y Allende, incluyendo las dificultades y contratiempos que se presentan en Santiago. Las diferencias entre los delegados argentinos que se disputaban la representación peronista en los actos de asunción de Allende frustrarán parcialmente los propósitos de aquel viaje, según el relato de Puiggrós a Perón. Más allá de los contactos que mantiene, de su relato se desprende que tales misiones no tienen mayor repercusión ni logros concretos:

“De nuestro acierto en la política interna depende también nuestro acierto en las relaciones políticas con los movimientos y gobiernos nacionalistas populares revolucionarios de Nuestra América. Usted me expresó en Madrid y reiteró en cartas posteriores la trascendencia que asigna a la coordinación de objetivos y tareas con esos movimientos y gobiernos. Hemos llegado a una etapa en la lucha contra el enemigo común [en] que la solidaridad latinoamericana se hace impostergable para enfrentar a la estrategia del imperialismo yanqui con nuestra propia estrategia global. La acción peronista debe proyectarse –y al hacerlo se afirmará definitivamente– más allá de nuestras fronteras a un nivel emancipador superior al que tuvo la empresa sanmartiniana. Como pronto viajará un compañero que le expondrá nuestro Plan, me eximo de entrar en detalles. Me limitaré a informarle del resultado de mis gestiones en dos países donde tuve el alto honor de representarlo.

Bolivia. La “Comisión de Solidaridad” dejó de funcionar con los cambios que precedieron al derrocamiento del general Ovando. Tal vez haya sido lo mejor, porque permite reorganizarla sobre bases sólidas y amplias dentro de un organismo que abarque nuestro trabajo en varios países.

Mantengo estrechos vínculos con algunos ministros y hombres representativos de la situación del país altiplánico. El general Torres ha logrado lo que no pudo Ovando: unir a la joven oficialidad con los sindicatos e importantes sectores campesinos y estudiantiles. Posee las condiciones de líder que le faltan a su antecesor, además de nuestra gran capacidad táctica. De todos modos, tendrá que luchar y espera nuestra colaboración. Me parece que sería de mucha importancia un contacto suyo con el general Ovando, actual embajador en Madrid, quien conserva su amistad con Torres y es fiel al movimiento popular revolucionario.

Chile. El 3 de noviembre –pocas horas después de asumir el mando– saludé al presidente Allende en su nombre y en el del Movimiento Nacional Justicialista. Le manifesté su solidaridad y su disposición a contribuir al triunfo de su programa. La entrevista no tuvo la resonancia que correspondía debido a algunas dificultades:

  1. Me enteré de mi misión el 2 de noviembre a las 14 horas y el avión partía de Ezeiza esa misma tarde. Me fue imposible, pues, preparar el viaje por medio de mis amigos chilenos. Además, los cuatro integrantes de la delegación carecíamos de credenciales y yo, personalmente, ignoraba el alcance de la tarea a representar y cumplir.
  2. Pasamos toda la noche del 2 y la mañana del 3 en busca de imprecisos contactos. El excelente compatriota que nos sirvió de intermediario estaba desesperado por el sabotaje que se hacía a las órdenes precisas de Allende de llevarnos a su presencia. Recién a las 19 horas nos recibió el presidente, una vez que terminaron todas las audiencias. Tuvo la deferencia de esperarnos.
  3. La reunión de prensa, radio y televisión convocada especialmente para nuestra delegación no se realizó. La cancelé para evitar un conflicto con los dos delegados metalúrgicos que alegaban instrucciones de Buenos Aires en el sentido de que yo no estaba autorizado a formular declaraciones. No quise dar a los chilenos un triste espectáculo. La prensa porteña –con excepción de la revista “Análisis” y posteriormente el diario “Palabra Popular”– silenciaron nuestro viaje. “Panorama” me ubicó como cañoncito suelto izquierdista. En cambio, la prensa del interior y las agrupaciones juveniles destacaron nuestra misión.

Ayer me visitó un amigo argentino que acababa de estar en Chile con el presidente Allende y el ministro del Interior José Tohá. Resumo lo que me transmitió:

  1. Tanto el presidente como el ministro demostraron no solamente la mejor disposición, sino el deseo y la necesidad de permanentes y estrechos contactos del gobierno chileno con el peronismo.
  2. Insistieron en el peligro de un golpe militar y en la ayuda que los jefes reaccionarios reciben del teniente general Lanusse (calificaron al actual gobierno argentino de “imperialista por delegación”);
  • Expresaron su extrañeza por la ausencia en los actos del 3 de noviembre del delegado de Perón y por haber caído yo allí como peludo de regalo;
  • Pidieron que no se ventilen públicamente –en declaraciones y artículos- temas tan delicados como “la invitación a Perón” y otros similares; y
  • Sugirieron el contacto personal y secreto con una persona autorizada por el general Perón”18.

En su tramo final, Puiggrós hace un análisis comparado entre Argentina y Chile en la que se refiere a la historia política chilena, con una crítica “a una idea muy difundida acerca del pueblo chileno”: “Se dice que posee un alto grado de politización y hasta que es el  más politizado de Nuestra América. En verdad su historia no registra las guerras civiles de la Argentina, Uruguay, Bolivia y, en general, del resto del continente, pero este es un antecedente negativo que trae como consecuencia el estancamiento de Chile en el esquema clásico de la partidocracia liberal. Allí no existe un movimiento nacionalista popular de masas totalizante como en la Argentina el peronismo, deficiencia o atraso que hace dificultoso el camino de Allende”.

En lo que se refiere a nuestro país –“volviendo al tema obsesivo”, apunta– “el desbarajuste gubernamental es completo y el presidente bate todos los records de impopularidad. Otro golpe militar empeoraría las cosas y aceleraría el acercamiento entre sí de las fuerzas insurgentes en desarrollo. Pueden producirse hechos imprevistos. Tal vez veamos aparecer en las provincias “la chispa que incendie toda la pradera. Reciba mis fervientes deseos de que 1971 sea el año de su reintegro a la Patria y de nuestra victoria. Saludos a su esposa  y para usted un grande y afectuoso abrazo de Rodolfo Puiggrós”.

El MASLA, del peronismo al socialismo


Como parte de esta estrategia de proyección regional, a comienzos de 1971 Puiggrós se traslada junto a Bernardo Alberte a Madrid para visitar a Perón en la Quinta 17 de Octubre y participarlo de la creación del movimiento latinoamericanista al que bautizan como Movimiento Argentino de Solidaridad Latinoamericana (MASLA). El mismo estaría presidido por Perón, Puiggrós sería su secretario general e integrarían el comité ejecutivo el empresario Osvaldo Dighero, el dirigente socialista David Tieffemberg y el mayor Alberte. El objetivo sería iniciar conversaciones y vínculos con “los movimientos emancipadores del continente iberoamericano” con la convicción de que “es la lucha misma la más efectiva y eficaz forma de ejercitar la solidaridad con los revolucionarios que combaten en cualquier rincón de nuestra América o del mundo” 20. En su documento fundacional, el MASLA se dirige “a todos los peronistas y ciudadanos revolucionarios a sumarse a esta cruzada” y proclama que “la forma fundamental de ejercer la solidaridad es el desarrollo de la lucha revolucionaria en el seno de cada país” y que “la solidaridad forma parte de  la lucha en común de los pueblos en respuesta a la estrategia continental represiva del imperialismo y exige el impulso de la lucha revolucionaria mediante el apoyo firme y decidido”. Habla también de “ayuda material y con todos los medios que garanticen el desenvolvimiento y desarrollo de la lucha”.

En distintas intervenciones públicas, reportajes y artículos periodísticos, Puiggrós define a la organización como “un movimiento pura y exclusivamente argentino, que busca estimular y unirse a movimientos similares que surjan en otros países, con bases también nacionales, para coordinarse todos con una sola estrategia frente a la estrategia única que tiene el imperialismo con nosotros”. Al mismo tiempo, explica porqué Perón debía ser naturalmente quien liderara dicho movimiento latinoamericano: “El hecho de que la presidencia del MASLA sea ejercida por el hombre más representativo del pueblo argentino, por el líder indiscutible de la lucha nacional emancipadora, explica claramente cuál es nuestra razón de ser y cuáles son nuestros objetivos”.

Según declarará el escritor al diario El Alcázar de Madrid, el 15 de abril de ese año, la idea de crear esta organización surgió “a raíz de hechos como los acontecimientos bolivianos de noviembre del 69” y de la asistencia a la toma de posesión del presidente Allende “….en representación del General Perón y del movimiento peronista”. Ante el protagonismo popular de esa época señalaba que “conceptuar la realidad y no meramente conceptuar conceptos, como lo hizo siempre la agónica izquierda tradicional, es el mayor salto cualitativo que ha dado el movimiento obrero revolucionario”.

En agosto de 1971, Perón recibe una nueva carta de Puiggrós -dirigida, como ya era su costumbre, a “Mi querido general”- en la que éste continúa reseñando su intensa actividad política en el país y su papel como formador de opinión en los medios estudiantiles, en el peronismo de base y en grupos afines en países limítrofes a través de la acción del MASLA. En esta ocasión, el portador de la carta es Atilio López, uno de los líderes del sindicalismo combativo de Córdoba que había tenido un papel protagónico en las jornadas del Cordobazo, en mayo del ‘69. Allí, Puiggrós continúa con su descripción del cuadro de creciente radicalización del proceso político que considera favorable a los propósitos del peronismo revolucionario. Es manifiesta, asimismo, su desconfianza hacia una desembocadura electoral y explícita su postulación de un cambio que incluya la destrucción del “Estado liberal-oligárquico” y la creación de un “Estado popular”:

“El compañero Atilio López ha tenido la amabilidad de llevarle esta carta. Seguramente le dará también informaciones valiosas sobre la problemática argentina. Aunque sé que Usted dispone, desde las alturas del liderato, de más y mejores elementos de juicio que nuestros políticos y periodistas del mundo de la luna, me permito reincidir en la vieja costumbre de trasmitirle mis impresiones. De mis contactos directos con el interior del país a través de conferencias y cursos (Rosario, Santa Fe, Paraná, Gualeguaychú, Victoria,Córdoba, Santiago del Estero) y de mis conversaciones con obreros y estudiantes en su mayoría de la nueva generación- infiero las siguientes tesis:

1.- Está en marcha desde abajo un movimiento de masas –todavía inconexo y sin una dirección local- que no podrá detener o desviar ni el aparato represivo del gobierno y del ejército, ni las formaciones maccartistas que se están organizando;

2.-Ese movimiento tiene por objetivo la conquista del poder sobre la base de la única consigna unificadora: “Perón presidente”.

3.-Nuestra gente comprende cada día con mayor claridad que no se trata de elegir entre la violencia o el voto, sino que todos los caminos y medios son buenos, en tanto conduzcan a la instauración de un poder popular bajo su liderato;

4.-Tal convicción no proviene exclusivamente de la base peronista, pues hay un sensacional vuelco hacia la revolución nacional justicialista de militantes de los tres radicalismos, de la democracia cristiana, de la democracia progresista y de algunos sectores del socialismo;

5.-Al declarar Usted que “el peronismo es el socialismo nacional” nos ha dado un arma de extraordinaria eficacia para destruir la influencia que queda de las sectas antinacionales y para abrir la perspectiva de los cambios sociales que nuestra Patria exige;

6.-Creo que debemos estimular activamente la creación de unidades básicas en todo el país y la afiliación masiva al Partido Peronista, venciendo las resistencias de algunos compañeros que incurren en un infantilismo sectario suicida;

7.-Las elecciones no son ni chicha ni limonada (el gobierno las convocará como un medio de evadirse de una problemática que lo erosiona), pero es grave peligro la ilusión electoral, o sea la creencia de que el voto resolverá milagrosamente la crisis integral de la sociedad argentina;

8.Si mantenemos y desarrollamos nuestras posiciones de fuerza-como sucederá, porque es nuestro deber y día a día lo comprenden más los jóvenes- la táctica de penetración en el campo enemigo dará los resultados que buscamos y este gobierno, o el que la reemplace, tendrá que rendirse incondicionalmente, tal vez sin oponer mucha resistencia;

9.-Estimo que es indispensable explicar lo que significa “socialismo nacional”. Recordemos, ante todo, que durante muchas décadas sectas izquierdizantes trataron en vano de ganar al pueblo argentino para el socialismo. No lo consiguieron por pretender imponer modelos internacionales o extranjeros, por tratar de desviar nuestra historia hacia una conciencia extraña a ella, por oponerse a los dos grandes movimientos de masas de nuestro siglo (el yrigoyenismo y el peronismo). Pero cuando el líder del mayor movimiento nacional y popular de nuestro continente señala como objetivo el “socialismo nacional”, por primer vez la marcha hacia el socialismo se proyecta sobre una base real y concreta; y

10.-El “socialismo nacional” no puede surgir de la copia de lo hecho en otros países, ni de elucubraciones librescas. Tiene que ser el desarrollo de los embriones o gérmenes existentes dentro de la sociedad argentina, es decir de las primeras semillas arrojadas por el peronismo durante su paso por el gobierno. Sintetizo su comienzo en seis puntos: a)Conquista del poder (no solamente del gobierno) por el movimiento nacional y popular que se expresa totalitariamente en el peronismo para destruir el anacrónico Estado liberal-oligárquico y crear un Estado popular;

  • Nacionalización de los timones de la economía en los términos del artículo 40 de la Constitución de 1949;
  • Autogestión y cogestión obrera sobre la base de la legalización y obligatoriedad de las comisiones internas en toda empresa con más de diez trabajadores (fábricas, estancias, chacras, bodegas, ingenios, minas, obrajes, etcétera);
  • Planificación de la economía y supresión del secreto comercial;
  • Congreso o Asamblea representativa de los sectores sociales comprometidos en la lucha por la independencia económica y el socialismo nacional; y
  • Solidaridad activa con los movimientos y gobiernos nacionalistas populares y socialistas de América Latina24.

Sobre este último punto, Puiggrós le comenta a Perón que el MASLA “sigue ampliando sus contactos con gentes de los países vecinos y creando núcleos en nuestro país. Hemos comprobado que militantes de otros partidos encuentran (…) la posibilidad de acercarse  al peronismo y aun de hacerse peronistas, pero la verdad es que todos comprendemos que lo mejor que puede hacerse por la solidaridad latinoamericana reside en promover el gran cambio en la Argentina”. Concluye con augurios para el año venidero, exaltando la lucha revolucionaria: “En 1971, mi general, ya no es la mera ocupación del gobierno lo que el pueblo argentino quiere para su líder. Quiere el poder total y la destrucción de la anti- Patria. Quiere que no se reproduzca un setiembre de 1955 y que el cambio sea definitivo. Esta es la tarea que se asigna una juventud dispuesta a todos los sacrificios y de quienes, no siendo jóvenes, hemos entregado nuestra vida a la lucha por la emancipación nacional de nuestra Patria y la hegemonía social de los trabajadores argentinos. Reciba Usted un grande y afectuoso abrazo” 25.

En la posdata de esta carta, Puiggrós le agradece a Perón el prólogo que éste hiciera de su libro “El peronismo: sus causas”, al que califica como “uno de sus mejores trabajos” y resalta que “produce efectos impactantes hasta en los más recalcitrantes antiperonistas”26. En el citado prólogo, Perón confirma el valor que le asigna a los escritos de Puiggrós y su aliento a las formaciones juveniles del peronismo revolucionario: “Puiggrós, con mano maestra, ha sabido penetrar las causas que hicieron posible que un Coronel desconocido y llamado por muchos advenedizo, pudiera iniciar lo que luego se ha llamado la Revolución Nacional Justicialista, con su ideología propia y la consecuente doctrina que fijara las formas de ejecución de esa ideología. No sé si lo habremos realizado bien o mal, lo que sí es para nosotros innegable es que hicimos lo mejor que pudimos. Queda ahora por  realizar el trasvasamiento generacional para que nuestros muchachos, tomando nuestras banderas, las lleven al triunfo que, por las circunstancias que nos tocan vivir, no está lejano”.

Será recién entonces, el 5 de enero de 1972, cuando Puiggrós se afilia al Partido Justicialista y, aunque descree de la salida electoral, participa en reuniones con vistas a la conformación de un Frente de Liberación Nacional, antecedente inmediato del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI), alianza de partidos con la que el peronismo concurrirá a las elecciones convocadas por el gobierno militar para el 11 de marzo de 1973. Ese mismo año publica el folleto ¿A dónde vamos, argentinos?, con el propósito de influir en la voluntad de Perón y las élites peronistas para evitar las concesiones al liberalismo, encauzar la voluntad revolucionaria y avanzar hacia el socialismo nacional. La única garantía para la revolución nacional era el liderazgo y mando unificado bajo la figura de Perón, cuyo pensamiento, según Puiggrós, había evolucionado gracias a su “espíritu autocrítico, antidogmático por excelencia, profundamente sensible a las presiones de abajo y a las experiencias de la emancipación de la Patria”28. Dichas “experiencias de emancipación” estaban identificadas en ese momento con las organizaciones juveniles que abrazaban la causa de la lucha armada revolucionaria.

El desenlace de este capítulo se precipita y correrá por otros cauces. Una desembocadura electoral acompañada de una extraordinaria movilización popular, un tumultuoso regreso de Perón al país con derivaciones trágicas –la fallida bienvenida multitudinaria al Líder, en 20 de junio del ’73, con incidentes protagonizados por sectores allegados a la conducción peronista pero antagónicos entre sí, que derivan en una masacre en las inmediaciones del Aeropuerto de Ezeiza – y un retorno del peronismo al gobierno –y de un Perón ya anciano  a la presidencia- signado por enfrentamientos intestinos que tendrán una creciente carga de violencia. Como señalan Sigal y Verón, fue “una lucha sin cuartel por el control del partido y del gobierno, pero fue sobre todo un combate en el que cada fracción trató de arrastrar al líder hacia su propia posición”.

Puiggrós había sido designado Rector interventor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) el 29 de mayo del ’73, cuatro días después de la asunción de Héctor J. Cámpora como presidente de la Nación, y es obligado a renunciar el 1ro. de octubre de ese año, días antes de que Perón asumiera su tercera presidencia. En sus cuatro meses de gestion al frente de la UBA, rebautizada como Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires, promoverá algunas iniciativas vinculadas con la experiencia del MASLA. En una de ellas, en junio de ese año, le ofrece al ensayista Arturo Jauretche y al periodista Rogelio García Lupo “reflotar el perfil original” de EUDEBA, la editorial universitaria de Buenos Aires quienes promovieron la edición de la colección “Las Revoluciones”, con las historias de las “revoluciones populares” latinoamericanas, comprendiendo a Chile, Perú, Panamá y Argentina, ilustrada en tapa con las fotos de Allende, Velasco Alvarado, Torrijos y Cámpora30.

La presidencia de Cámpora había durado apenas 49 días. El cruento golpe de estado en Chile, el 11 de septiembre de ese año, tendrá su correlato en nuestro país con un incremento exponencial de la violencia política y una “primavera” democrática que durará muy poco, estropeada por el fuego cruzado entre la insurgencia de las organizaciones armadas y la contrainsurgencia de las fuerzas estatales y para-estatales de represión que signará la suerte del tercer gobierno peronista. Ambos brazos de esa pinza fueron alimentados durante los años de la proscripción y la resistencia no sólo por el antagonismo entre peronismo y antiperonismo sino también, con una intensidad inusitada, por el enfrentamiento existente al interior del peronismo.

La mayoría de los protagonistas de esta historia terminarán muertos o asesinados. Además del presidente Salvador Allende, que pierde la vida durante el bombardeo al Palacio de la Moneda el 11 de septiembre del ‘73, el ex presidente boliviano Juan José Torres – derrocado en agosto de 1971 y exiliado en la Argentina- fue asesinado en Buenos Aires, el 2 de junio de 1976, en el marco del Plan Cóndor, que implicaba la colaboración de las dictaduras de Hugo Bánzer y Jorge Rafael Videla. Atilio López fue secuestrado el 16 de setiembre de 1974 y asesinado por la organización terrorista para-estatal Alianza Anticomunista Argentina (AAA), creada por el ministro José López Rega. El mayor Bernardo Alberte fue capturado en su domicilio del barrio porteño de Recoleta por una patrulla miltiar en la madrugada del 24 de marzo de 1976 y arrojado por la ventana de su departamento. Las utopías de la revolución socialista en América latina, y entre ellas las del llamado “peronismo revolucionario”, serán ahogadas en sangre. Y el sueño, convertido en pesadilla con el regreso a una oscura –la más oscura- etapa de dictaduras que ensombrecerán al subcontinente latinoamericano. Puiggrós marchó al exilio en México, donde continuará vinculado con las actividades de la organización Montoneros desde el exilio, y fallecerá en La Habana, Cuba, el 12 de noviembre de 1980, a los 73 años.

Conclusiones

En un texto introductorio de un libro colectivo publicado en 1959 por Carlos Strasser, Puiggrós escribía que “habría que abstraerse en alto grado de la realidad para no ver que vivimos años de rápida transición de un orden social que se va a un orden social que viene” y señalaba que “la creación de esa ideología revolucionaria que interprete las leyes de nuestro desarrollo histórico y las tendencias progresistas y emancipadoras de las masas laboriosas es, a mi entender, la tarea más apremiante que tenemos por delante los argentinos y los latinoamericanos” .

Doce años más tarde, en un reportaje, Puiggrós consideraba que “la fruta está madura” y la victoria de la causa revolucionaria más cercana: “El imperialismo se siente acorralado y debilitado por la eclosión en nuestra América de movimientos que luchan por la toma del poder y por la formación de estados independientes y soberanos”32. Entre uno y otro momento, el intelectual y teórico marxista que había abrazado en forma temprana la causa peronista había tenido tiempo para desarrollar un cuerpo de ideas destinadas -según creía- a promover, acompañar y conducir a la victoria un proceso revolucionario liderado por Perón, al que consideraba ineluctable.

El intercambio epistolar entre Perón y Puiggrós, reconstruido en este trabajo a partir de una serie de cartas que el escritor le envió al ex presidente en el exilio durante los años ’60, puede inscribirse en ese marco de comprensión histórica, ofreciendo los trazos característicos del diálogo entre el intelectual comprometido que oficia como “consejero del Príncipe” en el destierro, y el líder político de masas que recibe con atención sus lecturas y apreciaciones y las incorpora a su estrategia de retorno. Dicha estrategia desembocará en la masiva movilización y las cruentas luchas entre las distintas facciones del peronismo que acompañarán el regreso de Perón a la presidencia, hasta su muerte, y en la gestión de su sucesora Isabel Perón, caracterizada por el incremento de la represión estatal y para-estatal. De este intercambio epistolar destacamos los rasgos de la figura vanguardista del intelectual revolucionario que se acerca progresivamente a posiciones de influencia y poder:

-La intención pedagógica de dotar al hombre político de marcos de comprensión histórica más amplios y complejos; en este caso, acercarle las herramientas del materialismo histórico y el materialismo dialéctico a la explicación del papel revolucionario del peronismo en ese momento particular de la política argentina.

-La receptividad que el intelectual encuentra en su interlocutor, la que lo afirma en la creencia de estar cumpliendo un rol de consejero con influencia sobre el pensamiento y las estrategias del líder político. Como señala Friedemann, “la escritura del prólogo de un libro donde afirmaba la ausencia de teoría revolucionaria por parte de Perón, no podía dejar de convencer a Puiggrós de que el caudillo era influenciable (…) El hecho de que el propio Perón haya abonado a la heterogeneidad de su movimiento político complejiza el análisis de las posibilidades y logros de los diferentes actores que desde derecha y desde izquierda intentaron inclinar el movimiento pendular hacia su lado, dando lugar a recíprocas acusaciones de infiltración y auto-adjudicaciones variadas de encarnar al ‘verdadero peronismo’”.

-La distancia entre el análisis del proceso histórico, dotado de herramientas teóricas elaboradas, y el análisis político de coyuntura, en el que el intelectual e historiador se transforma en un operador político sobre el terreno y se muestra como un organizador de cuadros para la acción directa, comprometido incluso con la lucha armada como camino para producir cambios trascendentales. El convencimiento de que dicha acción debería culminar en un proceso revolucionario victorioso, sin mayores precisiones acerca de sus etapas, recursos disponibles, contingencias adversas y dificultades evidentes. En otros términos, de una relación de fuerzas adversa, lo que se desprende de la propia enunciación de sus acciones.


-La ausencia de un análisis realista acerca de la correlación de fuerzas entre los actores que se enfrentaban tanto dentro del peronismo como fuera de él, tiene una particular relevancia en su análisis sobre lo que ocurre dentro de las Fuerzas Armadas.. El “factor carismático”, la fascinación que ejerce Perón sobre Puiggrós, un particular sentido del heroísmo y la creencia en el papel de la violencia en el proceso revolucionario, sean acaso factores incidentales que le hacen perder de vista, o no contemplar en su debida magnitud, algunos componentes del tipo de construcción política que estaba contribuyendo a configurar, participando del retorno del peronismo al gobierno; un retorno al poder que iría en la dirección contraria a la concebida, aquella en la que convivían facciones antagónicas que serían, en la última fase de este capítulo, víctimas y victimarias, partícipes y corresponsables de una nueva y más profunda derrota de las luchas populares de las que se consideraban vanguardia y protagonistas.

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