Buenos Aires, Salim ediciones, 2011

Por María Trombetta

El acto de enviar o recibir una carta supone un lazo simbólico entre quien la escribe y el destinatario del mensaje, que los une en un tiempo distinto al de la lectura o la escritura. Se trata de una reunión diferida, están separados, pero cada uno está junto al otro mientras ejecuta su parte en este proceso.
Si la carta está relacionada con una historia de amor, la lágrima que borronea la tinta, el perfume que inunda el sobre, el beso que se imprime en la hoja, son otras formas de pronunciar este encuentro entre dos a los que alejan las circunstancias. Los protagonistas de la historia de amor más conocida de todos los tiempos, sin embargo, no tuvieron la posibilidad de intercambiar cartas entre ellos: su amor nació y se consumió en unos pocos días de apretados sucesos definitivos. Romeo y Julieta lo dijeron todo en la famosa escena del balcón, la misma noche en que se conocieron.
Son dos las cartas que intervienen en la trama de la obra escrita por Shakespeare. Una de ellas la escribe el fraile Lorenzo, confesor, consejero y amigo de los jóvenes. La información que contiene es importantísima, tanto como para lograr que Romeo y Julieta estén juntos para siempre. Tanto también como para desencadenar la tragedia, ya que nunca llega a destino. Es una carta fallida, que en el drama sirve al autor para que encajen perfectamente las líneas argumentales del texto. La otra carta, que sí llega al destinatario, apunta hacia la misma dirección, es la escribe Romeo a su padre, para comunicarle que todo lo precipita a la muerte.
Como en el teatro clásico, la enseñanza se ancla en el clímax de la tragedia: el mensaje para el lector o el espectador de la obra, que pronuncia el personaje del Príncipe en las últimas líneas de la misma.


Fray Lorenzo
– Lo diré brevemente, porque la corta vida que me queda, no consiente largas relaciones. Romeo se había desposado con Julieta. Yo los casé, y el mismo día murió Teobaldo. Esta muerte fue causa del destierro del desposado y del dolor de Julieta. Vos creísteis mitigarle, casándola con Paris. En seguida vino a mi celda, y loca y ciega me rogó que buscase una manera de impedir esta segunda boda, porque si no, iba a matarse en mi presencia. Yo le di un narcótico preparado por mí, cuyos efectos simulaban la muerte, y avisé a Romeo por una carta, que viniese esta noche (en que ella despertaría) a ayudarme a desenterrarla. Fray Juan, a quien entregué la carta, no pudo salir de Verona, por súbito accidente. Entonces me vine yo solo a la hora prevista, para sacarla del mausoleo, y llevarla a mi convento, donde esperase a su marido. Pero cuando llegué, pocos momentos antes de que ella despertara, hallé muertos a Paris y a Romeo. Despertó ella, y le rogué por Dios que me siguiese y respetara la voluntad suprema. Ella desesperada no me siguió, y a lo que parece, se ha dado la muerte. Hasta aquí sé. Del casamiento puede dar testimonio su ama. Y si yo delinquí en algo, dispuesto estoy a sacrificar mi vida al fallo de la ley, que sólo en pocas horas podrá adelantar mi muerte.
Príncipe
– Siempre os hemos tenido por varón santo y de virtudes. Oigamos ahora al criado de Romeo.
Baltasar
– Yo di a mi amo noticia de la muerte de Julieta. A toda prisa salimos de Mantua, y llegamos a este cementerio. Me dio una carta para su padre y se entró en el sepulcro desalentado y, fuera de sí, amenazándome con la muerte, si en algo yo le resistía.
Príncipe
– Quiero la carta; ¿y dónde está el paje que llamó a la ronda?
Paje
– Mi amo vino a derramar flores sobre el sepulcro de Julieta. Yo me quedé cerca de allí, según sus órdenes. Llegó un caballero y quiso entrar en el panteón. Mi amo se lo estorbó, riñeron, y yo fui corriendo a pedir auxilio.
Príncipe
– Esta carta confirma las palabras de este bendito fraile. En ella habla Romeo de su amor y de su muerte: dice que compró veneno a un boticario de Mantua, y que quiso morir, y descansar con su Julieta. ¡Capuletos, Montescos, esta es la maldición divina que cae sobre vuestros rencores! No tolera el cielo dicha en vosotros, y yo pierdo por causa vuestra dos parientes. A todos alcanza hoy el castigo de Dios.
Capuleto
– Montesco, dame tu mano, el dote de mi hija: más que esto no puede pedir tu hermano.
Montesco
– Y aún te daré más. Prometo hacer una estatua de oro de la hermosa Julieta, y tal que asombre a la ciudad.
Capuleto
– Y a su lado haré yo otra igual para Romeo.
Príncipe – ¡Tardía amistad y reconciliación, que alumbra un sol bien triste! Seguidme: aún hay que hacer más: premiar a unos y castigar a otros. Triste historia es la de Julieta y Romeo.

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