Historia increíble: la escribió un soldado inglés y se la envió a su mujer en una botella

Una carta de amor que el mar guardó 85 años

La botella fue tirada al mar en 1914. Hace poco la halló un pescador y se la llevó a la hija de la destinataria. El mensaje estaba intacto

Por Sibila Camp

Con un retraso de 85 años llegó a destino la carta de amor que un soldado británico de la Primera Guerra Mundial había arrojado al mar dentro de una botella. Pero no la recibió su esposa sino su hija, de 87 años, gracias a un pescador que encontró la botella en el río Támesis y viajó hasta Nueva Zelanda para entregársela personalmente. Thomas Hughes tenía 26 años cuando partió hacia el frente. En la puerta de su casa de Stockton-on-Tees abrazó largamente a su esposa, Elizabeth. Se agachó, alzó a su hija Emily, de dos años, y la llenó de besos. Había sido alistado en la Segunda Compañía de Infantería Durham Light, dependiente de las Fuerzas Expedicionarias del Tercer Cuerpo de la Armada Británica. En el barco que trasladaba la tropa hacia las costas de Francia, el soldado Hughes escribió un mensaje a su esposa. Una cartita breve, sencilla, ingenua. Plegó el papel, lo guardó en un sobre, lo metió en una botella de ginebra de cerámica y la arrojó al mar. Aquel abrazo y aquel beso fueron los últimos: el soldado murió 12 días después en una trinchera del campo de batalla francés, en su única acción de guerra.

Es todo por ahora. 
Querida esposa -escribió Hughes a Elizabeth-, te escribo esta nota desde el barco y voy a arrojarla al mar sólo para ver si te llega. Si esto ocurre, firma este sobre abajo, en el ángulo izquierdo, donde dice recibido. Escribe la fecha y la hora de recepción, y tu nombre donde dice firma, y cuida bien este mensaje. Eso es todo por ahora, dulce. Tu esposo. Elizabeth volvió a casarse cinco años después de haber enviudado. La nueva familia sacó pasaje en un barco rumbo a Nueva Zelanda. En memoria de su padre, su hija Emily solía usar sus medallas. Y cada tanto releía las primeras cartas que había escrito a su madre cuando eran novios. Ésta murió en 1979, ignorando que un mensaje de amor de su marido había quedado suspendido en el agua como un sobreviviente de dos guerras.

Mensaje completado. 
En abril pasado, Steve Gowan, un pescador de Essex, estaba pescando bacalao en el estuario del río Támesis cuando, al alzar una de sus redes, se topó con la botella. La puso a un lado cuando limpió su cosecha acuática y guardó las redes mientras volvía a su puerto, Canvey Island. Ya estaba cerca de su casa cuando tomó con cuidado la botella de cerámica y descubrió que algo se movía adentro. Quitó el tapón y extrajo un papel, íntegro y totalmente seco. Era un sobre con membrete de la armada: una prueba de que los censores examinaban con minuciosidad el contenido de las cartas que enviaban los soldados a sus familiares. Señor o señora, chico o muchacha -invocaba el soldado a quien encontrara la botella-, le estaré muy agradecido si hace llegar la carta aquí guardada, y se ganará la bendición de un pobre soldado británico en camino hacia el frente, el día 9 de setiembre de 1914. Hughes ponía su firma al pedido, y a continuación daba los datos de su batallón. Gowan tomó al pie de la letra el pedido del soldado y localizó a su hija, Emily Crowhurst, una jubilada que vive en Onehunga, cerca de Auckland. Estoy pensando en devolver la carta a su legítima dueña -comentó el pescador a Jan, su esposa-. Y sería todavía más lindo entregársela en mano, para ver la sonrisa de la señora Crowhurst. El diario New Zealand Post hizo posible el encuentro al invitar a los Gowan a cumplir con el pedido del remitente. El matrimonio voló 17.700 kilómetros para llevar la carta a destino. Él realmente quería comunicarse con su esposa, ya que le pedía que firmara el sobre de remito, explicó Gowan antes de tomar el avión. Por teléfono, Emily le prometió que lo haría. Aquí llega mi bendición, la saludó Gowan cuando entregó la botella a la anciana, emocionada hasta las lágrimas. El mensaje quedó completo el lunes 17 de mayo de 1999. Creo que habría estado muy orgulloso de saber que su carta fue recibida. Era un hombre muy cuidadoso, agregó. Emily Crowhurst está pensando en donar la botella al museo de la Compañía de Infantería Durham Light. Ella conservará el original de la carta, y el diario New Zealand Post entregará una copia a la Biblioteca Alexander Turnbull, de Wellington, donde se exhiben famosas cartas de amor. El mundo ha reconocido a mi abuelo, y esto le ha devuelto la vida ante los ojos de mi madre -comentó la hija de Emily, Elizabeth Kennedy-. Ya no es una fotografía, es una persona de carne y hueso.

Publicado en el diario Clarín de Buenos Aires el 19 de mayo de 1999