Winchester, 8 de diciembre de 1603

Ahora recibirás —mi querida esposa— mis últimas palabras, en estas últimas líneas. Te envío mi amor, para que lo sigas teniendo cuando haya muerto, y mi deseo de que me recuerdes cuando ya no esté. No es mi voluntad acarrearte penas, querida Bess. Que vayan pues a la tumba conmigo, sepultadas en el polvo. Y viendo que no es la voluntad de Dios que vuelva a verte en esta vida, súfrelo con paciencia y con el corazón que te caracteriza.

Primero, te envío todo el agradecimiento que mi corazón puede concebir, o pueden expresar mis palabras, por las muchas atenciones y cuidados que me has dado; aun no habiendo surtido el efecto que deseabas, no por ello mi deuda contigo es menor; solo que en este mundo ya no te la podré pagar.

En segundo lugar, te suplico, por el amor que me tienes en vida, que no te escondas por muchos días, sino que te esfuerces por mejorar tu difícil situación y el derecho de tu pobre hijo. Tu duelo no me aliviará en nada, ya no soy más que polvo.

En tercer lugar, debes saber que mi tierra se ha transmitido bona fides a mi hijo: las escrituras se redactaron en verano, hace doce meses. Mi primo Brett, que es un hombre honrado, podrá atestiguarlo; y también Dalberry recordará algo del asunto. Y confío en que mi sangre saciará la malicia de quienes tan cruelmente me han matado y que no buscarán también aniquilarte a ti y los tuyos con la pobreza extrema. No sé a qué amigo dirigirte, pues todos me han abandonado en este momento de genuino padecimiento. Me resulta evidente que mi muerte estaba decidida desde el primer día.

Lamento sobremanera, Dios lo sabe, que al haberme sorprendido así la muerte no puedo dejarte en una mejor condición. Dios es testigo de que pensaba legarte toda mi bodega o todo lo que pudiera haber comprado al venderla, la mitad de mis cosas y todas mis joyas, salvo una parte para el chico. Pero Dios me ha impedido hacer realidad todos mis propósitos, el gran Dios que todo lo gobierna. En todo caso, mientras vivas sin pasar necesidad, no te preocupes por más, pues el resto es pura vanidad.

Ama a Dios y apresúrate a descansar tu ser en Él, pues en Él encontrarás las riquezas verdaderas y perdurables y un consuelo infinito: de otro modo, cuando uno se ha azacaneado en entregar el pensamiento a toda clase de inquietudes mundanas, acaba sumido sin remedio en los pesares. Enseña también a tu hijo a amar y temer a Dios mientras es joven, de modo que el temor de Dios pueda crecer con él y que el mismo Dios sea tu esposo y su padre; un esposo y un padre que nadie te puede quitar.

Baylie me debe 200 libras, y Adrian Gilbert, 600. En Jersey también se me deben varias sumas. Los atrasos de los vinos pagarán mis deudas. Y de un modo u otro, por amor de mi alma: paga a todos los pobres. Cuando yo falte, no tengas dudas de que muchos te buscarán, porque el siglo cree que yo era muy rico. Pero ten cuidado con las falsas intenciones de los hombres, y con sus afectos, que no duran; atiende a los dignos y honestos, pues en esta vida no te podría ocurrir mayor desgracia que convertirte en presa y luego en objeto del desprecio. No te digo estas palabras (bien lo sabe Dios) para desaconsejarte el matrimonio, que me parece lo mejor para ti, tanto de cara al mundo como de cara a Dios.

En lo que a mí me atañe, he dejado de ser tuyo, como tú de ser mía. La muerte nos ha separado y Dios me ha apartado del mundo y me ha alejado de ti. Saluda a tu pobre hijo de parte de su padre, que te eligió y te amó en sus momentos más felices.

Hazte con las cartas (si es posible) que dirigí a los lores suplicando por mi vida. Dios es testigo de que si deseaba la vida era por ti y los tuyos. Pero es cierto que me he despreciado a mí mismo por tales súplicas. Debes saber, mi querida esposa, que tu hijo es el hijo de un hombre leal, de alguien que por sí mismo desprecia la muerte y todos sus modos deformes y discordantes.

No puedo escribir mucho. Dios sabe cuán difícil es robar este tiempo mientras los demás duermen; y va siendo también hora de que aleje mis pensamientos del siglo. Solicita mi cuerpo difunto, que vivo se te ha negado; y deposítalo bien en Sherburne (si se conservan las tierras) o en la iglesia de Exeter, junto a mi padre y madre. No puedo decir más; el tiempo y la muerte me llevan.

Que el Dios eterno, el supremo, infinito y omnipotente Dios, el Todopoderoso que es todo bondad, vida verdadera y verdadera luz, te guarde a ti y a los tuyos. Que tenga compasión de mí, me enseñe a perdonar a quienes me persiguen y acusan en falso, y nos permita reunirnos a ti y a mí en su reino glorioso.

Mi querida esposa: adiós. Bendito sea mi pobre hijo. Reza por mí, y que mi buen Dios os tenga a ambos en Sus brazos. Escrito con la mano moribunda de quien ha sido tu esposo, ahora por desgracia derrocado.

Quien ha sido tuyo, pero ahora ni mío soy.

WR