Manuel:

Tu carta debió llegar ayer y llegó hoy en la noche.
Me he puesto tan contenta de saberte tranquilo y afectuoso. Vuelvo a decirte: No tienes derecho a llorar lejos de mi pecho. Guárdamelo todo –amargores y amor- porque todo cabrá en mí y porque no quiero que nada tuyo se pierda en otras manos, no siquiera la sal de tus lágrimas. Sed tengo de ti y es una sed larga e intensa para que has de guardarte intacto. Guárdame los ojos hinchados de lágrimas; sólo sobre mi cara han de aliviar de ellas. Dolorido te amo más. Me acrece la ternura hasta lo infinito al saberte dolorido.
Tus cartas ardorosas no hacen en mí lo que tus cartas sufrientes. ¡Como la de hoy, amorosas! Sin… (No termino, ¿quieres?) Pero todas esas cartas tienen razón de ser; copian horas diversas. A la hora de la siesta se escriben aquéllas ¿verdad?
Me gusta mucho escribirte en la noche, pero ahora me duelen los ojos de leer o escribir a estas horas. Y alguna vez cuidaré algo de mi cuero: los ojos. Al cabo son tuyos y he de quererlos por esto.
Sigo mañana, jueves día festivo. No me despido. Vas a pasar conmigo la noche.

Lucila.

Publicada en Gabriela Mistral, Cartas de amor y desamor, Santiago de Chile, editorial Andrés Bello, 1999.Selección y recopilación de Sergio Fernández Larraín.


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