Julio 31- 1957
Estimada Elba: 
Te admiro por dos cosas, porque eres una chica interesante y porque  eres una mujer que pugna con lo vulgar.
Acerca de lo primero no quiero prolongarme en detalles, que acabarían evidenciando aún más claramente cuanta estima y afecto siento por tí. Acerca de lo segundo (y quiero recalcar que en función de vanguardista eres toda una mujer), confieso que comparto tu satisfacción y el optimismo que transitan tus líneas. 
Me admiras por ejemplo, que estás tan ocupada, pero ocupada en el verdadero sentido, no como se suele entender sino de manera cabal. Yo, por el contrario, nunca tengo realmente nada que hacer. Estoy ocupado sí, tanto como tú, pero sé que no es lo mismo, que mientras a tí te place moverte en ese círculo, yo siento el tiempo caerse a pedazos, porque es amargo desempeñarse allí donde uno se sabe extraño.
Así es que aún trabajando, estoy sin hacer nada. Nunca como entonces comprendo la dualidad del ser. Lo mecánico, lo físico, dedicado allí a una faena de rutina; y el otro yo, mientras, vagando a solas por un campo desierto. 
Ahora sé que tú estás segura de lo que quieres, Elba, y que tienes vocación y talento. Eso es lo que importa. Tu vida está en el aula, en la educación, en la mente de quienes conformarán la sociedad del futuro. 
Dije que eras una mujer en pugna porque sospecho que aún arrastras ataduras y prejuicios que son frutos del convencionalismo doméstico. Claro que todo esto es vago y habría que dilucidarlo el uno frente al otro y con la sinceridad echada sobre el tapete, como si fuera nuestra jugada definitiva. 
Los últimos acontecimientos políticos y las cifras del comicio han influído bastante en mi ánimo. Me duele advertir la indiferencia de ese pueblo (al que notearon “ lo mejor que tenemos” sin que haya hecho méritos suficientes durante los últimos cien años) que adopta ahora una postura caprichosa al pretender exteriorizar sus ideales privando al país de votos y negándole su temperamento. 
La noche del domingo, frente a las pizarras del diario “La Nación”, en plena calle Florida, unos amigos y yo levantamos nuestra bandera de guerra frente a señores de vieja alcurnia que postulaban su disconformismo burgués ante la reacción del electorado. Pienso que los votos en blanco tienen dos orígenes: la acción inoperante del gobierno revolucionario, que en dos años no ha sabido ganarse con hechos la fe del pueblo, y la ignorancia de éste, cuyo comportamiento servirá para sentar un nuevo precedente de nuestro índice de barbarie.
Llegué a casa de madrugada y me puse a escribir. Ensucié muchas hojas antes de comprender qué estaba haciendo lo que el Quijote al querer batallar contra los molinos de viento. Sucede que todavía el pueblo no ha adquirido su grado de madurez, su sentido de soberanía nacional, su orgullo de entes pensantes. Estoy persuadido – y no de ahora- que la esclavitud y las tiranías son etapas necesarias en el proceso histórico de los pueblos. El nuestro no ha padecido lo suficiente y esa es una de las razones que justifican su ignorancia. 
Hablemos de tu viaje a la China. Y bien… ¿vamos juntos? Pero eso si: por el Pacífico. Es un viaje más directo y además no hay que atravesar la cortina de hierro. Nos quedamos unos días en Tahití. (Es el mundo que necesitó Gauguin para dar sentido a su existencia) Y luego zarpamos. ¿Prefieres tocar Formosa? Si; vale la pena. De todas formas la vieja Catay nos espera con su sonrisa milenaria y su sabiduría fluyendo de unos ojitos cuya vivacidad nos hará sentir un poco insignificantes. 
Pero también habrá soldados con fusiles automáticos de mira telescópica y campos de adiestramiento y concentraciones en alguna plaza de Hong Kong en donde Mao prometerá mejores salarios y paz y tranquilidad. Pero el viaje nos gustará porque viajar es nacer dentro de uno; es tentar a la aventura y quitar de nuestro espíritu -como de un mueble- ese residuo de polvo que acumula inercia.
No he ido a ver la revista norteamericana porque no han vuelto a invitarme e imaginarás que no voy a pagar semejante precio. Anteriormente había visto el Folie Bergere y el Lido, de manera que no tengo mucho interés en ver a éstos. Estuve con Los Plateros en un bar; son gente simpática y sensillísima y de origen muy humilde. 
Ví “Tupac Amaría”. Es muy mala. 
Fui al cine dos veces; vi “Una viuda difícil” (ejemplo de como no se debe hacer cine), y “Lucrecia Borgia”, con Martine Carol, gracias a cuyos escotes conseguí mantenerme despierto. (Son tan amplios que la gente sale convencida que Lucrecia era una chica de buen corazón).
Mucho me temo que el miedo pánico a la soltería se apoderará de tí si pretendes adaptar al hombre a tus exigencias. Yo creo más bien que las partes deben suscribir tácitamente un concordato y que ambos por igual, en respeto de los derechos ajenos, deben hacer concesiones y tratar razonablemente de entenderse. En tu caso particular, estimo que no mereces un enamorado incondicional, de esos que prolongan su baba más allá de lo digno y de lo sincero, que se transforman en títeres de una pasión más o menos transitoria. 
Ni adonio, ni potentado; creo reunir esos defectos y algunos otros más. ¿Qué chance me asignas en el caso hipotético de que intentara alguna vez convertirme en un hombre serio? (Tienes todo el derecho de no contestar, si así lo crees.)
Esta carta la escribo desde una confitería del centro. En una mesita próxima hay dos chicas (no mayores de 18 años). Oigo que una le dice a la otra: “Estoy cansada de esta vida; creo que lo mejor va a ser que me independice.” Y la otra le contesta: “Eso no se consigue nunca; ni aún enviudando.” ¿Linda toma para un cuento, no te parece?
Y bien; creo que está todo dicho. Saluda a tu amiga Chicha, con quien he sido muy descortés, y tú recibe como siempre la afectuosidad que espero sepan transmitir mis palabras. 
Hasta la próxima.
Norberto.